No entiendo, ¿Qué hacen tus amiguitos y tú durante todo el día? Mi madre tiene la terrible costumbre de levantarme hurgando entre mis cosas, acomodando hojas caídas de mi cuarto, quitando pedazos de polvo invisible de las estanterías. ¿Es necesario que vayas allá día tras día?
Sí, coloco la almohada contra mi cara. Cuando siento que el aire ya no fluye, la aparto.
Ser la hija de mi madre es más o menos así, tambaleando la línea entre la asfixia y recibir un poco de aire.
¿Has considerado un trabajo real?
Tengo un trabajo real. En el último concierto que tocamos nos dieron doscientos dólares.
Doscientos dólares es tontería.
Pero es algo.
Solo digo, tengo una amiga que podría ayudarte a conseguir un trabajo en los bancos. Allí pagan bien.
Me muerdo la lengua.
Gracias mamá, lo consideraré.
La pantalla del teléfono se prende y como si se tratara de un instinto estiró el brazo antes de que mi madre pudiera ver quién era el emisor del mensaje. Ella me regala una mirada de extrañeza pero no me cuestiona. Supongo que estoy demasiado grande para que me revise la mugre detrás de las uñas, ganas no le faltan.
Mi amor, ¿nos vemos hoy? Olivia escribe. Eso sí, por favor, dile a ese man que ni se le ocurra hacer sus teatros.
Muero por verte. Ya me empezaré a vestir.
No le digo que tengo poco que ver con el libre albedrío de cada quién. Y que Santiago está atravesando una crisis existencial o algo que se le asemeje desde el momento que tocó su puerta en el hotel. Es una lástima. Hubo un tiempo en que ellos se comprendían muy bien. Ahora, es como hablar con un radio descompuesto.
Mi madre me grita que el desayuno ya está listo. Que ha estado listo desde las ocho pero como yo soy un parásito de la sociedad, me lo sirve a las once de la mañana cual brunch y que no planea esperar un minuto más o que le de otro tipo de incomodidad. Así que me trago el té por las mismas y como el sándwich de un mordisco.
Santiago me escribe, ya en el taxi. A mi madre le conflictúa cuántos taxis tomo para ser alguien desempleada. Que lo siente, que no se ha sentido como él toda esta semana. Que cuando pueda y cuando deje de componer, salgamos. A dónde sea. La cuestión es estar juntos. Ignorar. Olivia me pregunta si ya salí de mi casa porque la idea de que la deje esperando en la misma sala junto a Santiago es terrible. Le digo que sí. Emoji de corazones.
Cuando llegó, la mayoría de los chicos ya estaban. Andrés afinando su bajo y Rafael moviendo los cables de un lado al otro.
Santiago tenía la mirada perdida y sujetaba su guitarra como un escudo frente a su pecho. Traté de sonreírle para disipar el halo tenso sobre su cabeza pero no tuve grandes resultados. Olivia me avisa, vía mensaje, que ya está afuera y cuando él sale de sus pensamientos, me ve dándole la espalda para ir a recoger a Olivia. La saludo con dos besos y le hago un ademán de que siga, que sea la primera en caminar por el laberinto de pasillos grises dentro de la casa. Su cámara cuelga de sus manos.
Chicos, Olivia está de vuelta. Anuncio al aire. Carlos y Andrés vitorean.
Bienvenida, dice Rafael a lo que le tiene de una de las cervezas que estaban encima de los parlantes. Justo a tiempo para ver los ensayos.
Olivia pone su cámara en alto y nos toma una foto para la que no nos molestamos en posar.
Sí, no iba a venir. Miranda insistió, dice que hay más gente aquí que me quiere de lo que hay quién no.
Olivia, resplandeciendo bajo las bombillas desnudas del estudio habla de su idea de una colección de fotos, cada una documentando cada fase de la labor artística- (énfasis en "labor"), fotos honestas de nosotros con las bocas desbordadas, encorvados sobre el micrófono, las manos hechas puños y los ojos botando chispas como un electrodoméstico a punto de cortocircuitar.
Miro a Santiago. No dice nada. Solo se muerde los labios hasta que estos desaparecen de su rostro. Rafael acepta energéticamente. Sí, dale. Suena genial. No te preocupes si salgo feo. Tampoco le pediré milagros a la cámara.
Olivia se acomoda en un espacio entre dos parlantes con la cámara entre sus rodillas mientras Carlos y Rafael acomodan los cables.
Y bien, ¿alguien compuso algo?
Levanto mis partituras tachadas hasta la nulidad y preparo el micrófono. Es la primera vez en un largo tiempo que no me siento mediocre.
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Soñé que rompíamos espejos
General FictionLa historia y la caída de una banda de rock y dos chicas cuyo mundo se vuelve a reencontrar después de mucho tiempo.