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Mis amigos me vuelven un fantasma y no puedo decir que no lo merezco. La rodilla temblorosa de Santiago pegada a la mía lo recuerda. Lo he sacrificado todo por una noche con Olivia y de nuevo, no ha valido la pena.

Me abren la puerta y me llevan a casa por humanidad. Intento no derramar lágrimas. Solo quedamos Andrés y yo, él ni se despide. Tampoco verifica si entro a casa o no. Apenas mis maletas tocan el suelo, aprieta el pedal.

Luego llega el mensaje de texto, a los treinta minutos exactos de llegar y ser bombardeada por las preguntas de mi madre. Ella y sus comentarios acerca de la mala persona que soy por no contestar el teléfono y hacerla sufrir. Ella es de las personas que sufren mucho.

Miranda, ¿podemos hablar? ¿Puedo llamarte?

Yo llamo a Santiago antes de que él pueda hacerlo.

¿Qué pasa?

Sé que no es ideal que te lo diga por teléfono...

¿Qué pasa? Insisto sintiendo piedras en la boca de mi estómago.

Te han sacado de la banda, pero...

Cuelgo y me pongo a llorar. Porque eso es lo único que sé hacer. Mientras lo hago, me llega una notificación. Olivia Alonso ha solicitado enviarme un mensaje.

Hola perdida, ¿Qué tal estás?

El teléfono es carbón en mis manos.

No sé cómo hacer amigos, mi mamá tampoco así que se podría decir que nací condenada. Perderlos no era una opción. Pasé una semana en cama echando raíces, dejándome morir. Si no lo resolvía, alguien tomaría mi lugar. Dejar el tiempo fluir era un suicidio pero había una fuerza que me ataba al colchón. Tampoco le respondí a Olivia. Fueron días en los que me dediqué a existir.

Al séptimo día, resucité. Tomé agua. Me bañé. Me cepillé los dientes y decidí mensajear a los bares que alguna vez Rafael mencionó que le gustaría tocar. Se me ocurría que si tenía una muy buena propuesta, no tendrían más remedio que perdonarme.

A Helena Beat, un bar de Las Peñas que tenía esta reputación de solo presentar bandas de culto, le tomó tres horas escribirme de vuelta. Estaban entusiasmados, mil veces más de lo que yo estaba. Podríamos tocar allí dentro de dos semanas, y que mañana mismo nos contactarían para arrancar con la publicidad. Quizá no escucharon el relajo de Equinoccio Alternativo, quizá estaban capitalizando de mis deseos de hacer enmiendas. Lo que sea, lo tomaba.

Rafael, sé que no quieres hablarme. Escribí, mis dedos moviéndose más rápido de lo que pensaba. Lo hice por correo porque estaba bloqueada del resto. Pero les conseguí un spot en Helena Beat. Buena suerte tocando sin una vocalista.

Puedo imaginarlo sonriendo con incredulidad, preguntándose de dónde saqué las agallas. Me desbloquea a los diez minutos. ¿Segura que no te vas a escapar esta vez?

No, lo prometo.

Entonces, bienvenida de vuelta.

Le escribo a Olivia, le cuento como la vieja amiga que pretende ser, que he estado atravesando un bajón del cual apenas me recobraba. Y ella no hace ningún comentario respecto a que me tomó ocho días responderle, solo parece genuinamente feliz de volver a estar presente.

Para la banda, yo me transformaría en la compañera ideal. Sería un felpudo. Trabajaría sin descanso, me obligaría a componer mínimo una canción por día, poco importaba si a mis oídos le terminaba de convencer o no. Hablaría con los dealers y les traería weed todo el día junto con cervezas y café. Escuchaba esas meditaciones guiadas para dejar atrás el miedo y hacía incómodos ejercicios vocales viendo mi reflejo con horror. Estaba encima de Santiago en todas las partes, autos, departamentos, baños, enamorada como el primer día como si no tuviera el teléfono a reventar a mensajes de Olivia. Intentaba dormir. Intentaba que mi espalda no se petrificara tanto frente a mi madre.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora