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Creo que algo malo va a pasarme. Lo sé, lo puedo sentir en los pelos que cuelgan de mi nuca. O algo muy importante, o un gran pesar. Conociéndome, lo más probable es lo segundo.

Es un domingo por la tarde. Mi madre está con sus ojos biónicos sobre mí, diseccionándome, parte tras parte hasta escupirme un: ¿Qué haces tan desocupada un fin de semana?

Raíces en el fondo de mi estómago.

Y llega en forma de un mensaje de IG de alguien a quién no conozco. "Hola, Miranda. ¿Es cierto que ustedes van a tocar en Equinoccio Alternativo?"

Entonces, le digo a mi madre que de hecho, sí tengo algo que hacer y me visto. Salgo con la cara lavada, de vestido y doc Martens, caminando de un lado al otro con las piernas inquietas mientras espero un taxi. Un gran dolor que mis costillas son inútiles para retener.

Una cantante que le tiene miedo a cantar, ¡pero qué cosa más absurda! ¡Qué desperdicio de música! Heme aquí queriendo expresar cosas cuando mi cuerpo me retrae.

Entro al taxi, nos toma cinco canciones llegar al centro. Mis manos no han dejado de temblar. Cosa más tonta. Allá afuera llueve, pese a eso toco el portón y espero lo que tenga que esperar. Salto las escaleras. Le tumbo la puerta a Rafael. No importa que los domingos nadie quiera existir.

Para Rafael el mundo no se había acabado. De seguro llevaba tiempo deseando esto. Desde que nos conocimos en esa estrecha aula para Instrumento I y terminamos siendo compañeros de equipo, cantando escalas una y otra vez hasta que las sílabas no sonaran como tal. Ma, mi, mo. Todo el mundo lo ve, y su respuesta ante ello era de sonreír, pavonearse. Yo me compacto.

Y él lo sabía. Fue una de las múltiples razones por las que dije que no podía ser líder, pero no. Que solo tenía que ser yo. Mujeres al poder y todo eso. Las chicas son más llamativas.

—Miranda, ¿Qué?

—Sorry, me acabo de enterar... ¿Tenemos presentación dónde?

Rafael aún tenía un pie dentro del departamento y una mano en la perilla.

Batallo para poder hablar.

—Ah, no te lo dijimos porque sabíamos que reaccionarías así.

—¿Así cómo? ¿Cabreada? Tú haces lo que quieres...

—Putas, Miranda. Si fuera por ti, no nos conocieran ni en nuestra propia casa. Si lo haces por amor al arte, mija, bacán por ti. Yo necesito el billete.

—Lo sé. —No me atrevo a mirarlo.

—Mis padres quieren que regrese a Ibarra a ordeñar vacas. ¿Cachas? Yo no quiero. Quiero tocar la batería. Quiero vivir de esto. —Asentí. —El Santiago no te lo dirá, pero yo sí. No voy a permitir que tu inseguridad joda a la banda. No nos sabotees, chucha.

Mi tema con la mirada era algo real. Un trauma que llevaba a cuestas. Agua tibia sobre mi espalda. Sabía que me había equivocado de profesión y era demasiado tarde para abandonarla. La música era una deidad sagrada a la que había sido llamada a servir. Era demasiado grande para mí. Yo apenas podía pararme frente a cien personas sin sentir que mi pecho se hundía.

¿Por qué mierda soy así?

—Todavía no estoy preparada, —le dije.

—Pues que pena. Nadie está preparado para nada. Pero será divertido, ya lo verás. Luego nos haremos mierda. Celebraremos. Y te sentirás tan agradecida que me darás la razón.

Y el desgraciado me cierra la puerta de su departamento en la casa. Ni me invita a pasar, tomar algo de beber y charlar como alguien normal.

Espero estar ebria cuando el concierto pase. Caso contrario, caeré bajo mi propio peso. Le doy una patada a la puerta de su casa antes de irme.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora