Lo vi todo porque me olvidé de que seguía a Flores Nucleares en Instagram. También porque Dana me pasó el video. Allí estaba Miranda Birkett, en todo su espaldor, delineador negro, pedrería en los ojos, su típicos vestidos negros de encaje junto con sus medias diciéndome que me ama, que me dedica canciones y que viene a buscarme. La misma Miranda que no puede admitirse a sí misma, en un salón vacío, que quiere estar conmigo.
Y en lugar de sentirme emocionada o triunfal, tuve naúseas. Sentí que la cama en la que estaba postrada habían empezado a moverse como si se tratara de un avión avanzando a través de la turbulencia. ¿Qué camino tuvo que recorrer para haber llegado a esa confesión? ¿Por qué no me dejaba descansar en paz?
Yo me lo busqué. Yo aún me emociono cuando la veo en fotos.
Mi padre no comentó nada al verme llegar, con más ojeras que rostro y la capucha puesta, un mes antes de lo esperado. Quizá lo que más le sorprendió es que había llegado sola. Creo que lo entendió de una. Vernos forzados a convivir, a ser nosotros contra el mundo, nos había dado una forma sutil de telepatía. Eso sí, me preguntó si había estado comiendo bien. Le mentí. Mi dieta había sido bebidas energéticas y papitas, me limitaba a una funda por día para no tener que recaer. Eso sí, bebía tantas bebidas energéticas que la taquicardia me distraía del hambre.
Ya le había hablado de que Miranda había pasado la noche allí hace unas semanas.
¿Birkett? Él preguntó con incredulidad. Supe que quería agregar "la que nos hizo huir de la ciudad".
La misma.
¿Y a qué se dedica?
Es música. Tiene una banda, no le va mal.
Deje atrás el proyecto de las fotos, que Rafael sepa que hacer con la carpeta de Drive. Quería que si yo no tocaba a Flores Nucleares, ellos no me tocaran a mí, por más que estuviera orgullosa del trabajo recopilado esas semanas. Empezaría desde cero con mi proyecto de tesis, a la espera de otra idea brillante, una que no tuviera relación con la música.
En medio del descanso, de la paz que tanto ansiaba pero me daba la espalda. Victoria empezó a escribirme. Un centenar de "hola :)" a los que no respondí. "Hola, es Vicki. Tu madre. ¿Cómo estás?"
A Victoria, la palabra madre le vuelve la lengua de concreto. Creo que solo tres veces la he escuchado pronunciarla para referirse a su rol en mi vida. Silencio.
"Oli, ¿ustedes siguen viviendo en Guayaquil?" Mensaje visto a las once de la noche. El timbre suena y yo saltó, casi cayendo de la cama.
Mi padre se había quedado a dormir con su novia, dejándome sola. Apreciaba cuando hacía eso, porque podía olvidarme de cenar y no tendría a nadie mirándome como si aquello fuera una gran decepción. Últimamente, la comida se había vuelto una gran labor o un gran refugio, no había intermedios.
Por la mirilla de la puerta, puedo vislumbrar sus cabellos rubios. ¿Y ahora qué quiere? ¿No he tenido suficiente? ¿Vamos a volver a ese ciclo exhaustivo donde siempre termina con el chico porque es más simple y más seguro que cualquier cosa frágil que podamos concebir?
Golpea tres veces la puerta con golpes ansiosos y urgentes, tal cual como las palabras en su video. Voy a buscarte. Era una amenaza, hablaba en serio.
Olivia, por favor, abre la puerta. Sé que ya me viste. Ella suplica. Por favor, va a ser rápido.
Sujeto la perilla de la puerta con resistencia. Cuando la abro, Miranda está de rodillas sobre el piso de madera del pasillo. Miro de un lado a otro inspeccionando qué tipo de broma puede ser esto.
¿Qué pasa?
Olivia, perdóname por favor. Ella se aferra a mi pierna como un niño temeroso. Ha bebido, de allí viene todo ese melodrama. Suspiro con cansancio sintiendo un nudo en mi estómago. He venido hasta acá para decirme que todo con Santiago ha acabado, que me vale mi madre, yo solo te quiero a ti. Por favor, me ha tomado casi una década darme cuenta de esto, yo debí pelear más, he pasado toda mi vida siendo una cobarde de mierda pero ya no quiero serlo. Por favor.
Y justo cuando pienso que su soliloquio estaba a punto de terminar, ella empieza a cantar. Su voz hace eco y tengo miedo que los vecinos la escuchen. Y canta la misma canción que me mandó una semana atrás en un audio de whatsapp acompañado del sonido del radio y las direcciones del GPS.
Olivia, si te quedas empiezo a sentirme real...
Y estaba cansada, del tipo de cansancio que ni durmiendo mil años podía resolver. Al mismo tiempo, estaba emocionada y tenía el corazón tan suave como una pelota antiestrés. Así que al ver a Miranda, con el rímel corrido y perturbada no tuve más remedio que abrazarla y dejarla entrar.
No me habló de las fotos que había dejado en el pendrive pero siempre asumí que tomarla de vuelta también implicaba eso. Comenzaría a la búsqueda de imágenes de la portada al día siguiente. Mientras más pensaba en las letras de las canciones, menos podía recordar esa canción con la voz rota de ella taladrando mis tímpanos.
Ya en la privacidad de mi cuarto, mientras yo la envolvía con mis brazos me lo dijo. Santiago apuñaló a Rafael. ¿Qué? ¿Por qué? Y la verdad es que inesperado como sonaba, no se me hacía imposible. La primera impresión que tuve de él fue un puño cerrado.
Fue mi culpa, no me digné a hablar. No dije lo que sentía y... Santiago se puso a hacer conjeturas. Dios, nunca lo había visto así. Lo siguiente lo diría con un hilo de voz. Había mucha sangre, siempre se riega sangre por mí. Sobre su abrigo, sobre la cama, sobre el piso.
No sabía que contestar a eso. Solo la sujeté con un poco más de fuerza. A lo que lloraba, la parte de atrás de mi cabeza, la corona de espinas, me empezó a fastidiar.
Lo bueno de Miranda es que no me pregunta si desayuné o no porque está muy ocupada con sus propias angustias como para hacerlo. Alimentada solo por una taza y media de café, la acompañé a recorrer el centro histórico mientras buscaba vinilos y libros. Mis pulmones y mis piernas ardían. Nos subimos a uno de esos buses rojos de dos pisos en los que la cabeza permanece a riesgo de chocar con algun cable eléctrico y en medio del frío, toma mi mano debajo de dos capas de tela. ¿Si esto es lo que quise las últimas dos semanas porque no me emociona? ¿Es cierto que se puede estar tan enamorado que no necesitas comer? Podría servirme algo de eso.
¿Te quedarás? Le pregunto ya cuando logramos sentarnos a las afueras de un café.
No, solo agua para mí. Te prometo que no tengo hambre, he comido un desayuno sustancioso antes de que te despertarás. No puedo comer con el estómago hecho un nudo. Silencio de parte de Victoria, ruido por parte de Miranda.
Quizás por un par de días. Quiero hablarle a Santiago antes de irme. Frunzo la nariz. Sé que piensas que vale mierda y que no tengo nada que decirle...
Yo no he hecho dicho nada.
Pero tengo que cerrar esto.
¿No eres tú de las personas que creían que el mejor cierre era no hablar del asunto?
Miranda bufa.
Sí, y luego apuñalaron a alguien.
Miranda se ha vuelto una bestia de múltiples tentáculos. Cuando no hay nadie presente, me besa y me desviste. Cuando hay gente, se atreve a tomarme de la mano. Y en lugar de disfrutarlo veo la puerta incómoda, ¿por cuánto? ¿Hasta que Mila la llame y la obligue a volver a casa? ¿Hasta que aparezca a alguien que sea más fácil de amar?
En la noche, veo el instagram de Victoria. La veo sonriente con mis dos hermanos, desconocidos para mí, posando en algun parque histórico de la Toscana. Cuidándolos, despertándolos todas las mañanas para el colegio porque ellos no son un experimento fallido. Ellos no son puntos de fuga. ¿Quién se preocupa por los puntos de fuga?
Victoria dice que ama a sus hijos, que está muy orgullosa de ellos. Y es cierto, Matteo y Chiara. A ellos. Los de las fotos. Las fotos no solo integran y congelan el tiempo, son testimonios cínicos, son irónicas y también excluyen.
A las dos de la mañana como todo lo que no he comido durante el día hasta que mi estómago hinchado es un alien que no conforma mi cuerpo.
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Soñé que rompíamos espejos
Fiksi UmumLa historia y la caída de una banda de rock y dos chicas cuyo mundo se vuelve a reencontrar después de mucho tiempo.