Habían grabado antes, solo que no en un estudio profesional. Cuando querían grabar una canción, Rafael usaba su carisma y una larga cadena de favores para grabar en algún cuarto improvisado de un amigo. Es un cuarto apenas un poco más grande que un ascensor, con una pc, una consola, un micrófono, los huesos de una batería, unas cuantas guitarras. Todo aquello que ninguno podía tener (excepto Andrés y Miranda) en sus casas porque valían como un año de renta.
El EP que tenían en Spotify había sido el resultado de días maníacos en los que se encerraron en uno de esos cuartos, con tres six-packs de cerveza, una pizza diaria y tres ziplocks de weed. Días en los que se despertaban, almorzaban y dormían juntos, tan pegados que podían adivinar el siguiente acorde que improvisarían.
Enfrentarse al nuevo estudio era algo claustrofóbico pero que tenía que hacerse. Cada media hora, Carlos salía de la cabina para apaciguar su ansiedad. Es tan estrecho, loco, que juro que puedo estirar los brazos y tocar ambas paredes. Andrés se quejaba del wifi. Es un wifi de mierda, si recibo un mensaje que cambiara mi vida, nunca lo sabré con este internet. Espero que estén felices.
Pero la peor parte es que de nuevo ella estaba allí, Olivia . ¿Qué hacía ella? No pintaba nada allí. Estaba irrumpiendo en la privacidad de una familia y cuando nadie de la banda la veía, podía sentirla mirándolo con sus ojos penetrantes con cierto desdén. ¿Por qué nadie nota que está mal?
No lo hacen, solo la rodean y posan para su cámara. Es una novedad, está aquí para documentar el hecho de que, desde ese infame festival, habían perdido la armonía y se habían vuelto piezas separadas y torpes, torsos y extremidades sin cohesión entre sí en una habitación que parecía ser un búnker apocalíptico. Santiago contempló su guitarra con derrota.
Yo no los molesto, sigan haciendo lo que hacen. Creo que las mejores fotos son las improvisadas, dice Olivia colocándose en una esquina.
Tocan un par de acordes que no convencen a nadie. Las baquetas de Rafael no paran de chocar con sus amigos. Sus conversaciones suenan como diálogos de libros para aprender inglés: ¿Me pasas esto? Claro, deberíamos empezar por el bajo. No, por los acordes. Lo siento, no estoy de acuerdo. Creo que la letra nos ayudará con la melodía.
Y Olivia solo contemplaba las ruinas de babel con una sonrisa en su rostro. Aquello le hace pellizcarse el espacio entre sus dedos, clavando su uña como si pudiera hurgar entre las capas de la piel.
¿De qué va el álbum, Miranda?
¿Por qué me lo preguntas a mí?
¿No eras la líder de la banda?
Creo que ese rol ya le corresponde a Rafael.
No, Birkett, no te laves las manos.
Miranda no había cruzado ni una palabra con Santiago desde que llegó, apenas y lo había reconocido con un gesto que a él le pareció ocultar cierto desdén. Sin embargo, está pegada a Olivia, como si no existiera nadie más en la habitación. La ira de tenerla cerca le hace arder el pecho.
Rafael no le ha dicho nada, había pasado el fin de semana de salida en salida, de fiesta en fiesta, tendido cabeza arriba del sofá. Ningún comentario. ¿Qué le hubiera dicho? Él se reconocía como un sujeto hermético. Jugaban videojuegos juntos, lo destripaba el Call of Duty, fumaban juntos, compartían su vida y reían de cosas tontas y no hablaban de temas serios.
Miren, si se quedan sin ideas, siempre podemos practicar la canción que yo escribí, propone Andrés y aunque algo le dice que es una mala idea, igual acceden. Miranda se sienta encima del parlante, donde ya se había instalado Olivia y Rafael junto con Carlos se hacen a un lado, para darle espacio a Andrés. Este hace un ruido grotesco con las cuerdas del bajo y Rafael le grita que no quiere saber más. Olivia rompe a reír.
ESTÁS LEYENDO
Soñé que rompíamos espejos
General FictionLa historia y la caída de una banda de rock y dos chicas cuyo mundo se vuelve a reencontrar después de mucho tiempo.