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Victoria escribe. Cuando quiere, puede ser muy intensa. Tiene picos de interés que luego se vuelven confusas ausencias. Me manda su ubicación y todos los nervios de mi piel se prenden. Centro de Cuenca. "Te encontré. Podemos hablar. No me habrás hecho venir en vano, ¿verdad?".

Bloqueo el teléfono.

Junto a mi papá vivíamos en una pequeña madriguera de pisos de caoba, un lugar en donde nadie nos podía interrumpir pero a veces las memorias tocaban la puerta con violencia. Podía venir en cualquier momento, en una fiesta, rumbo a mis clases, cuando veo a Miranda. Tenía que recordar, tenía que abrir, tenía que llevar la cuenta.

¿Recuerdas la primera vez que Victoria se marchó?

Sí, aunque los bordes están desgastados y los colores amarillentos. No reconocía la forma de sus manos cuando sujetaba sus interminables cigarrillos. Yo era diminuta como copiloto, un poco más pequeña que la guantera. Las cosas lucían como fuegos artificiales. Victoria tenía veinticuatro y conducía rápido con los vidrios bajos. El humo de sus cigarrillos se pegaba a mi ropa dejando una estela desagradable que mis profesores de primaria detestaban. Cuando sacaban a colación el tema, yo me ponía a llorar porque me sentía sucia.

Respeto a la gente que fuma, el problema era Victoria. Ella y todas las casas de desconocidos a los que me llevaba. Ella y las veces que no me fue a recoger al colegio hasta pasadas las cinco de la tarde. Ella y cuando se olvidaba de comprar los abarotes de la semana y me tenía almorzando pan de molde con mantequilla.

Ese día me había pedido que guardara los juguetes que me cabían dentro de una funda de basura. Victoria pondría algunas mudas de ropa en una maletita cubierta de glitter, la misma con la que me enviaba a la escuela. Me dejaría en el estudio fotográfico de mi tío, ubicado en una calle concurrida en el centro. Era el tiempo en que esos estudios con fondos azules chillones eran rentables junto con esas luces enceguecedoras.

Los niños posaban y las familias se transformaban frente a la cámara. Se abrazaban y ponían sus mejores sonrisas pese a haber discutido en el vestíbulo. Todo sea por una bonita foto en la sala o en la billetera.

La fotografía es un universo alternativo. Es mutable e indeleble. Los momentos no se mueren siempre y cuando tengas una cámara a mano. Las personas se congelaban en recuerdos, en pequeñas mazmorras de las que no se podían marchar.

Mi tío tenía treinta años y se ganaba la vida tomando fotos. Mi primer héroe. Tenía tres libros de fotografía publicados y lo que le obsesionaba era la fotografía de viajes. No recuerdo las palabras exactas pero puedo asegurar que Victoria no estaba hablando español. Del otro lado de la línea pude escuchar una voz masculina, ronca y distorsionada. Segundos después nos detendría un policía por saltarnos una luz roja y conducir al doble del límite de la velocidad. Daba igual, ella coleccionaba los tickets de multas en la guantera.

Me dejó en el sofá de terciopelo azul mientras tiraba en el mostrador la pequeña maleta. No se aguantaban así que dieron su mejor esfuerzo para hacer una conversación civil.

Pronto vendrá Lucas. Cuídamela un ratito que yo haré unos mandados. Mi tío, harto, no hizo más preguntas.

Pasaron las horas junto a familias, parejas y niños de manos pegajosas. Nadie vino por mí.

Mi tío tuvo que llamar a mi padre minutos antes de cerrar el estudio. Le tomó tiempo considerable venir y me lancé hacia él con la fuerza radioactiva que solo podía poseer una niña de siete años. Victoria no le había dicho nada.

Hicieron llamadas que terminaron en el buzón de mensajes. Ella tenía un Nokia pequeño que se la pasaba apagado o al contrario, sonando cada diez minutos.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora