Flores Nucleares viene del ruido de lo más profundo del centro de Guayaquil: bajas por la estación Boca 9, avanzas unas cuadras más, pasas el Pycca. Es la sala y el balcón abierto de un edificio de departamentos en medio de un lugar de empanadas y una tienda de repuestos. Es una entraña ruidosa. Un bajo conectado a un parlante, un piano a medio camino. Ellos son la voz de atrás de tu cabeza, la inconformidad, los amores escondidos, el verbalizar las piedras que llevas en el pecho.
Quizás la banda sea la voz de una generación que aprendió a torcer los labios. Los que dicen que nada pasa y luego escriben extensas entradas en su bloc de notas. De los que no les van a los sentimientos pero sí a las botellas de Switch o a las latas de Four Loko. La voz de quiénes hacen militancia por los derechos gays en Twitter pero que no salen del clóset con sus padres. ¿Quiénes escuchan a Flores Nucleares? Los estudiantes de humanidades. La gente fan de la escena indie en Ecuador. Las personas que suben a Instagram fotos de cada libro usado que compran. Para la gente que ve a Wes Anderson y leen a Sally Rooney. Para ellos.
La verdad es que para hablar de Flores Nucleares, se tiene que hablar de quién lo parió- y eso que fue un parto doloroso.- Miranda Birkett.
¿Quién es Miranda Birkett? Música. Bi. Intento de Fashionista. Pedante en cuanto al gusto musical. Pésima bailarina. Un quinto de Flores Nucleares, una mitad de Lunes Negro. El rostro de la banda en su totalidad. No ha sido fácil nombrarte todas estas cosas de mí. Hubo un tiempo en el que ni siquiera podía verme en el espejo.
Miranda Birkett nació un 7 de julio de 1997 en Guayaquil, Ecuador. Hija única de una familia con ascendencia inglesa que vivía en una casa colonial en el Centenario, al sur de la ciudad. Quienes pisaban la casa la describen como un lugar de apariciones. Era una casa en la que nadie parecía vivir. Hija de un optometrista y una madre que era gerente de un banco, Birkett se crió primordialmente con empleadas domésticas.
En el colegio no me iba nada mejor. A los niños les encantaba hacerme bullying. Chicles en el cabello, esconderme la maleta, robarme el dinero del almuerzo. Tampoco es que yo hablaba mucho. No hacía amigos con facilidad. Entablar conversaciones se me hacía más difícil que las matemáticas. Nunca me he sentido cómoda en ningún sitio y todavía trato de descubrir si eso empezó en mi casa o en la escuela.
Para Birkett, nada tiene coherencia fuera de la música. Los sonidos son los que conectan los cables de su cerebro entre sí. Sabía que se convertiría en música, pese a que desconocía lo demás. Una front-woman a la que le daba miedo hablar con desconocidos.
La adolescencia de Birkett fue nebulosa, fuera de un par de fragmentos de canciones que sobrevivieron el escrutinio del tiempo. Una adolescencia como la antesala de lo que sería una tormentosa juventud. A ella poco le gusta hablar de su vida. Todo es más bien, su vida artística, como si hubiera aparecido a los veintidós con un álbum platino- uno de los primeros de la región.- a cuestas.
¿Es la vida de un artista importante? Sí, si te interesa darle otro sentido a las letras. Escarbar entre ellas. Birkett lo sabía. Por eso escribe canciones con nombres, muestra una foto y luego evita contestar a la siguiente pregunta: ¿Qué ha hecho durante los últimos diez años?
Escribir, probablemente. (Risas).
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Soñé que rompíamos espejos
Ficção GeralLa historia y la caída de una banda de rock y dos chicas cuyo mundo se vuelve a reencontrar después de mucho tiempo.