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¡Qué pregunta más de mierda! contesta Santiago Sandoval cuando le pedimos que haga una breve autobiografía para el reportaje. A la única persona a la que le interesa eso es a mi psicólogo y porque le pago. ¿Por qué no nos limitamos a hablar de cómo la música salvó mi vida?

Oscuro, con el ceño fruncido y barba de tres días dista mucho del chico tímido que apenas se movía a la hora de los conciertos. Me decían que tenía el dominio escénico de un lápiz. Que mi aura no infundía nada. Estos imbéciles. Y me lo tomé a pecho porque Miranda siempre hacía cosas excéntricas en las tocadas... cantar dándole la espalda al público, bailar como si tuviera convulsiones, romperse el brazo con un parlante... Este último fue un accidente. Digo, la man no se autolesionaba ni decapitaba pollos con su boca pero muy convencional no era. Y yo soy el que no se está comunicando con la gente. Como sea.

Cuando nació Sandoval, se hizo el ruido. Un taladro, un plato que se cae, un puño contra la pared. La sombra ebria de su padre dando portazos porque la comida estaba fría. Solo él lo escuchaba y lo sufría. Su madre seguía madrugando y sirviéndole el desayuno con moretones en el rostro. ¿Dormiste? Él contestaría que Simón, pese a tener ojeras desde los doce.

Si quería silencio, tendría que huir. Así que busco alternativas. Entró a la música escuchando todo lo que sus tíos escuchaban. Se sabía todas las canciones de Fito Páez, Soda Stéreo, Vilma Palma e Vampiros. Luego exploraría por su cuenta lo bacán que era el post-punk y bandas como Joy Division, Depeche Mode e incluso The Cure. No entendía ni mierda, pero le gustaba el ambiente.

Compraba discos con lo que ahorraba pese a que sus medias estaban rotas. Mi mamá decía que gastaba el dinero en pendejadas. Que la gente iba a decir que no me cuidaba. Y era cierto. Yo me críe solo. Yo mismo me rompí y me reconstruí. A mí me correspondía protegerme a mí mismo.

Mientras lo hacía, hubo dos momentos críticos en los que casi se resguardó del ruido. Momentos de triunfo y silencio. El primero fue cuando le preguntó a Birkett, a los pies del río Guayas, si quería ser su novia. Ella le dijo que sí. Sus oídos dejaron de pitar por tres minutos completos. La segunda fue cuando Valenzuela le ofreció ser su roomie. Su madre parecía aliviada de que se fuera.

Yo sé que no se trata del ruido, sino de atravesarlo. Uno no escucha su canción favorita esperando a que se termine. Uno la escucha para ser tragado por ella. Ahora, yo soy malísimo con eso. Me va de la verga. Pero tengo ganas de aprender.

Soñé que rompíamos espejosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora