8: La carrera contra el tiempo

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LANDO

Habíamos llegado a Atenas. En estos dos días lo único que he recibido por parte de Amélie y Pierre ha sido malas miradas. No sé qué habré hecho para merecer eso. Lo único que sé es que estoy en la que yo considero la ciudad del amor. Ahora Carlos está en mi habitación mientras que Ricciardo está con Pierre, Amélie no sé dónde está, quiero verla, quiero saber qué he hecho como para merecer que no me hable ni ella ni su hermano.

—Quiero hablar con Amélie.

—No te va a escuchar.

—Pero quiero hacerlo aunque no me escuche.

—No lo hagas, Lando. En serio, lo arreglaréis pero déjala un tiempo a solas; ella lo necesita.

—¿Y qué sabrás tú?

—Sé más que tú y por eso te digo que no lo hagas.

—Yo solo quiero abrazarla si está mal.

—Te gusta demasiado y entiendo tu confusión pero ahora mismo no puedes arreglar nada, solo estropearlo.

Miré a Carlos a los ojos. No veía mentiras en ellos, solo preocupación.

—Por favor, Carlos, déjame.

—Lo siento, no puedo.

Me rendí y me acosté en la cama boca abajo. Carlos salió de la habitación dejándome solo. Empecé a llorar mientras sentía como me rompía el corazón. Me sentía mal si la había hecho llorar, me sentía mal por muchos lados. No es mi mejor temporada, empecé fatal y ahora lo que me falta es tener a alguien que me suba los ánimos, esa era ella, pero ahora que la he cagado y no sé donde está, ya no hay nadie que me suba los ánimos. Ya nadie lo hace y solo me fuerzan a demostrar algo que no puedo.

Me sentía débil y sin ánimos pero no sé de donde saqué la fuerza de mi interior para levantarme, lavarme la cara y salir para ver la ciudad que tanto deseaba ver. Grecia en general es una maravilla, pero Atenas supera a todas las capitales del mundo. Ahora estábamos en el Templo Olímpico Zeus. Donde hay unas vistas que me daría envidia no verlas.

Me senté en un banco mientras las observaba.

Alguien puso su mano en mi hombro y me giré para mirar a Pierre.

—¿No deberías de estar con Amélie?

—Está con Lewis.

Giré mi cabeza más y fruncí el ceño cuando la vi tan sonriente con Hamilton.

Pierre se sentó a mi lado y no me miró.

—Te debería de estar gritando pero tú no la hiciste llorar.

—Sí que la hice llorar, ella no quería besarme.

Pierre me miró por primera vez.

Si todo fuera como quisiéramos, no seríamos quien somos, Lando.

Esa frase se marcó en mí como si de una flecha se tratase.

—Me gusta tu hermana, Pierre.

—Lo sé—sonrió.

—¿No me vas a decir que no debería de gustarme y bla, bla?

—No soy ese tipo de hermanos, yo cuido a mi hermana pero de lejos, y cuando me necesita estoy con ella—se quedó en silencio mientras la observaba—; eres un buen chico, Lando. Sé que tus intenciones no son malas, pero ella necesita recuperarse de muchas cosas, entre ellas de otra relación muy tóxica. Necesita tiempo y paciencia.

—¿No quieres que me acerque a ella?

—Quiero que lo hagas, pero no seas tú el primero que hable con ella. Espérala, espérala hasta que el semáforo se apague. En ese momento ella te hablará; no trates de convencerla de que está bien, ella no estará bien, solo buscará un apoyo que yo o Valtteri no podemos darle.

—Entonces arreglaremos las cosas.

—Tú solo espérala.

Se levantó y me sonrió.

—Me alegro de que mi hermana te haga tilin.

Y se fue. Dejándome solo con las vistas de Atenas a mis pies.

Los latidos del circuito [Lando Norris]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora