El sonido de la puerta de seguridad de alguna celda no muy lejana a la suya le despierta en aquel delgado y precario colchón. Chirriante y tan terrorífica como siempre, no por el sonido si no por lo que significa.
Los gritos no tardan en llegar a sus sensibles oídos, los furiosos gruñidos de uno de los suyos, el ruido seco de aquel animal tratando de tirar la reja abajo, cosa que no conseguirá nunca.
Ella misma lo ha intentado ya incontables veces.
Oírlo le revuelve el estómago. Siempre lo hace. La desesperación, el sonido de los angustiados pasos andando de un lado a otro en aquella pequeña celda. Se siente tan identificada que se le eriza la piel.
No puede imaginar lo que le habrán hecho esta vez. Lo que le harán a ella en cuanto toque su turno.
La pequeña mujer mira las paredes blancas de aquella prisión. Es lo único que ha conocido, lo primero que recuerda. Y todas las noches reza por que no sea lo último que vea antes de morir.
Los horribles lamentos todavía revotan por aquel pasillo lleno de cubículos, seguramente no se detengan hasta que la "muestra" desfallezca.
"Desfallecer" Las palabras se amontonan en la cabeza de la castaña tratando de tomar forma.
Los pasos de uno de los guardias hacen eco por el pasillo, calmados y sin prisa, buscando a su próxima víctima. Es la rutina de todos los días y aún así, comprende que no aguantará ni uno solo más.
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Todo está oscuro. Una eterna nada que la rodea. Un sueño, que jamás quiere abandonar en realidad. Piensa que cuando despierte tendrá que seguir huyendo. Tal vez no haya sanado, pues ellos ralentizan su sanación de licántropo siempre, con aquellos extraños medicamentos.
Sin embargo no puede evitarlo cuando comienza a ser consciente de su cuerpo. Está sobre una superficie suave, que nada tiene que ver con las duras rocas sobre las que se había acostado.
Solo entonces sus ojos se abren de golpe.
La luz que la recibe no es la del sol amaneciendo, si no el blanco brillo de un foco que la ciega, impidiendo ver a los de su alrededor. Los olores chocan como una oleada de fragancias en ella. El aroma a bosque proviene de una ventana entre abierta, traída por un fina brisa. Pero es otro, otro olor el que altera a su loba.
Dos figuras están a pocos metros, observándola sin decir nada. El primero parece sorprendido.... Sin embargo su mirada no tarda en juntarse con el segundo, del que procede aquel aroma que no identificaba. Miel y menta fresca.
Su rostro es serio, impecable. Su gesto no deja decir nada pero su fuerte cuerpo parece tenso. La loba tiembla, sin saber muy bien por que, ante la atenta mirada de aquel hombre de pelo y ojos más oscuros que el carbón. Ese que lo observa como una presa.
No puede evitarlo. Pensar que no lo ha conseguido. Que de nuevo la han atrapado, a pesar de que ellos no visten como el resto de guardias de aquella cárcel. Sus ojos se llenan de lágrimas y retrocede en la cama hasta pegarse al cabecero.
El gesto de rechazo hace gruñir en desacuerdo a Darius que, sin pensarlo demasiado, da un paso más al frente. Es su lobo el que lo guía, porque aquellos ojos, esos hermosos ojos color agua, terminaron con el poco control que tenía sobre si mismo.
Las feromonas de ambos llenan el lugar, tan distintas. Las del mayor ahogan a su Luna que se siente intimidada por el tamaño descomunal de aquel Alpha. Las de ella son dulces como la miel, consiguiendo, sin saberlo, someter al Alpha más fuerte que ha existido jamás.
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Si, Alpha
Werewolf¿Qué puedes esperar de la vida cuando no sabes nada de ella? Cuando aquella loba llegó a su territorio fue en las peores condiciones posibles. Aún así, comprendió que pondría su mundo patas arriba. A él, el Alpha al que nadie y nada podía parar. ¿Po...