Pesadillas

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La pequeña niña de ojos azules esperaba sentada en aquella celda. Podía tener tan solo diez años, pero ya sabía que era lo que le esperaba al otro lado, y solo lo esperaba con resignación.

Con cuidado, sus dedos rozan las heridas de sus brazos, largas y longitudinales desde sus hombros hasta más allá de sus codos. Ya casi estaban sanadas, pero en su mente aún duelen y lo harán siempre como un horrible recuerdo.

Ella apenas comprendía lo que aquellos doctores le explicaban en esas horripilantes sesiones de experimentos. Este último, la de las heridas sangrantes en los brazos, trataban de comprobar la resistencia, la sanación, después de beber cierto potingue con sabor agrio que aún podía saborear en su paladar dos días después.

- Te toca, cero cero tres.- Lo voz en la puerta de aquel calabozo le hizo saltar.- Es tu turno, loba.

El guardia ese día parecía hablar sin ningún tipo de emoción en su voz. Si eso, cansancio y aburrimiento.

Un escalofrío recorrió la espalda de la pequeña Luna solo de pensar en volver a pasar por eso. Lo peor de sanar, era que ya estaba "lista" para otras pruebas.

Resignada preparó las muñecas para que le colocaran aquellas esposas y el hombre se acercó para ello. Sin embargo, un pitido agudo repetitivo comenzó a resonar por todo aquel edificio y la radio de aquel guardia habló.

- Código Rojo. Repito. Todos los hombres a la planta inferior.

El comportamiento pasivo terminó en aquel hombre y se dio media vuelta con prisa y sorpresa, desapareciendo poco después por el pasillo.

De repente Luna lo observó, aquella puerta, que siempre le retenía, abierta. Con las prisas el hombre había dejado la reja reforzada abierta, al igual que la idea loca que la pequeña no dudó en ejecutar.

Corría, corría tan rápido que sus piernas casi no se veían a cada paso. Apenas era una niña, pero, cuando se habla de supervivencia, todos los seres nos hacemos iguales.

Quería salir, quería ser libre por fin. Saber si lo que soñaba algunos días era cierto.

Huir.

******************************

Está ahí, en aquel largo pasillo corriendo. Es más joven y se reconoce al instante. Es ella, casi diez años atrás.

Luna lo vive como si estuviese en ese preciso instante. La prisa por salir de allí antes de que nadie se diera cuenta, distraídos con aquel código rojo que parecía caído del cielo.

De repente los guardias aparecen a su espalda, siguiéndole el paso. Aunque ella no lo sabía, les llevaba ventaja aun siendo tan solo una niña, por ser una mujer loba.

Pero de repente, aquel pasillo se hace eterno. Sus piernas pesan y a penas avanza. La respiración errática hace que su corazón se acelere y las lágrimas se agolpan en sus ojos.

Los oye. A los guardias, a apenas unos metros de ella. Siente que si la detienen todo volverá a ser lo mismo. El pasado se mezcla con su presente, con su futuro.

Si la encuentran, volverá a aquella celda. Volverá a sentir el dolor de los experimentos y aquella falta de libertad que le deja sin aire. Volverá lejos de su Alpha.

De repente se detiene en medio del pasillo, los guardias parecen haber desaparecido, pero no la presión en su cuello. De un momento a otro no puede respirar.

Su visión se nubla y siente que se muere. Mira al frente una vez más y lo ve. A Alan. El hombre le ahorca con una sola mano de la que no se puede soltar por más que forcejé.

Si, AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora