Un Precio Muy Alto

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La luz que entraba en aquel cubículo era reducida. El peor lugar en el que se le ocurría hacer eso, pero había llegado el momento, y no podía retrasarlo más.

Ojalá pudiese hacerlo. Ojalá pudiese volver atrás y no haberse... No haberse quedado embarazada.

Nueve meses con aquella criatura en su vientre le habían cambiado la vida, pero el secuestro era lo que realmente había puesto todo patas arriba.

Seis meses en aquel edificio, y ni uno solo de los días pudo dejar de pensar en que pasaría con su hijo.

La depresión le había consumido por completo. Los malos pensamientos eran la avalancha que la enterraba aún más en la oscuridad de su celda. Si vivía, era porque ellos no le dejaban otra opción, obsesionados con saber cómo afectaban al feto los experimentos.

Pero para ese entonces ya no era un feto, era su única familia, y no sabía si quería condenarla a aquello a lo que a ella le condenaron sin permiso.

- Empuja. ¡Vamos!

Una nueva contracción acompañó el grito de dolor de una madre con el corazón roto. O tal vez fue el grito lo que vino primero.

- No quiero... No quiero.- Repetía entre gritos la mujer de pelo castaño con el sudor bajando por su frente.

Poco les importaba a los guardias lo que ella quisiese. Si los científicos querían a ese bebé, lo tendrían.

- Está perdiendo mucha sangre.- Declaró una enfermera fríamente desde el otro lado, junto a sus piernas.- Habrá que cortar si la muestra no colabora.

Otro grito inunda la pequeña habitación, tan doloroso que causó escalofrío hasta a los guardias.

- Empuja mujer. O tu hijo morirá antes de tiempo. ¿Acaso no quieres tenerlo entre tus brazos?

- Si. Si...- Murmuró desorientada la loba.- ¿Pero a qué precio? Tendré a mi bebé conmigo, pero no en este lugar. No os lo daré a vosotros.

- ¡La estamos perdiendo!- Exclamó de nuevo la enfermera.

La sangre manchaba sus guantes y parte del viejo colchón de la celda. Los ojos de la mujer se cerraban poco a poco. Por fin, parecía que encontraba aquel remanso de paz en sus sueños. Uno eterno.

- Procedemos a la cesaria.

- No... No.- Trataba de quejarse la madre.

No querían que se lo arrebatasen. No a su bebé. No ahora que estaba tan cerca de conseguir la paz que siempre había querido para los dos.

Pero por más que luchaba, sus ojos ya se estaban apagando y su corazón iba más despacio a cada segundo que pasaba. Extrañamente ya no sentía dolor, ni las contracciones.

Y entonces, se acabó. El sollozo de un niño rompió el ambiente justo al mismo tiempo que resonó como eco el último aliento de una mujer atormentada.

- Es una niña.- La voz del hombre es un susurro, viendo una criatura hermosa.

Un milagro parecía haber ocurrido por primera vez en muchos meses de ese infierno. El guardia miró el cuerpo sin vida de esa loba y tan solo suspiró, sintiéndose, por primera vez, mal con lo que hacía. Le dio lástima que esa madre no pudiese sostener a su hija en brazos como tanto quería.

- Es una muestra.- Le corrigió sin miramientos la mujer sujetando la bebé y entregándosela a otro hombre.

Que triste, que verdadera tragedia, cuando, a veces, una muerte es el pago para otra vida.

Si, AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora