Gritó. Bien saben todos que lo hizo. Pero lo único que le devolvió aquel pasillo fue el silencio del resto de muestras que tan solo aceptaban el destino como el final de la historia que ella no estaba dispuesta a asumir.
Gritó tanto que su garganta se secaba y aun así seguía. Porque cada vez que él tocaba su piel, sentía como miles de lenguas de fuego arder su piel.
Era cuestión de mucho más que dolor físico. Al desgarrar su camisa, aquel hombre también había desgarrado su alma. Al tocar sin permiso su pecho, había destrozado sus esperanzas y más. Su dignidad.
Pero no se rendía, a pesar de que sabía que nadie haría nada no dejaría de luchar. Ni siquiera cuando Alan le agarró con fuerza haciendo sangrar y abrir antiguas heridas que tardarían más en cerrar.
"Ya está." Le decía algo dentro de ella. "Ya no puedo más."
Rendirse. ¿Cuándo? Debería haberlo hecho en el primer experimento. Debería haberse rendido en el primer golpe, el primer día, tras la primera cicatriz o tras ver caer al primero de sus compañeros. Rendirse. ¿Cuándo hacerlo sin que parezca demasiado pronto?
"Un poco más." Oía una voz de angustia en otro rincón de su corazón. "No ahora. No así. No con él."
Pero por muchas ganas que tuviese su mente de resistirse, el cuerpo era más complicado que le hiciese caso.
Las pastillas anulaban su fuerza. Alan era dos veces más grande que aquella pequeña muchacha y si no era hoy, ¿cuántas noches más pasarían hasta que ocurriese?
Por cada asqueroso beso sobre su piel, su plan de escapar parece desvanecerse. De correr. De ser libre. Todo queda en cenizas que aquel cazador de fuego del infierno decidió destruir.
Rendirse. Estaba a punto de hacerlo. Pero era cierto que la Diosa Luna, a la que por aquél entonces no conocía, tenía otros planes para ella.
- Déjala en paz.- Una voz ronca sonó en la puerta de aquella cárcel haciendo a los dos girar en su dirección. Luna con alivio, y Alan con odio.- Deja a la niña.
En el marco de la puerta de barrotes, un hombre con el uniforme de guardia, algo menudo por la vejez. El pelo en parte canoso y arrugas por todo su rostro. A pesar de su tamaño se mantenía firme sin romper el contacto visual con el más joven.
- Cállate viejo.- Escupió con odio Alan alejándose tan solo un paso de la chica.- ¿No ves que estamos ocupados? Ve a hacer la ronda a otro lado.
Pero para suerte de la castaña, no pensaba irse a ninguna parte. Ella no reconocía quien era, pero él sí. ¿Como olvidar a aquella niña que vio nacer? A esa loba que sentenció a una vida de tortura.
- ¡Suéltame!- Aprovechando la distancia, Luna se zafó de su asqueroso agarre y corrió hasta refugiarse en los brazos de aquel salvador.
Era un cazador, pero uno que se había atrevido a defenderla incluso interponiéndose entre uno de los suyos.
- ¡Vuelve aquí! ¡¡Es mía!!
Todo pasó tan deprisa. Alan saltó sobre ellos como poseído por algún demonio, justo en el momento en el que el mayor empujó a Luna para quitarla de la trayectoria. La mujer vio desde el suelo como ambos rodaban a golpes por el suelo de su celda.
Se quedó helada. Durante unos segundos no supo que hacer, viendo la sangre correr por todas partes y sabiendo que ella era la causa.
- ¡Corre! ¡Huye niña!
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Si, Alpha
Werewolf¿Qué puedes esperar de la vida cuando no sabes nada de ella? Cuando aquella loba llegó a su territorio fue en las peores condiciones posibles. Aún así, comprendió que pondría su mundo patas arriba. A él, el Alpha al que nadie y nada podía parar. ¿Po...