Problemas

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- Solo será un pinchazo.- La voz del hombre sonaba tranquila en contraste con lo nerviosa que se encontraba ella.

Por mucho que quisiera oponerse, estaba atada a aquella silla en mitad de la fría sala del laboratorio. Al rededor, nada ni nadie que pudiese ayudarle. Tan solo un par de guardias y los característicos hombres de mascarilla y bata.

Era la tercera vez esa semana que le inyectaban aquella sustancia y las náuseas que siempre venían no tardaron en llegar tampoco aquella vez. El mareo no dejaba a Luna ver con claridad a su alrededor. Las personas comenzaban a ser borrones y las luces se clavaban en ella como pinchazos directos en su cerebro.

Le dolía. Y sin embargo tan solo apretó los dientes negándose a demostrarlo.

La tonta teoría de que si se hacía la fuerte le dejarían en paz... Que jamás funcionaría.

- ¿Me escuchas, Cero Cero Tres?- Consiguió distinguir la voz de uno de los médicos, lejana y distorsionada.

A pesar de que quería negar con la cabeza, era como si su alma saliese de su cuerpo, pues no podía moverlo ni reaccionar ante los toques que siempre le repelían de los hombres.

Entonces lo vio. Fue solo durante unos segundos y por aquel entonces no comprendió quien era. Faltarían años para eso.

Ahí, parada pocos metros más allá, cerca de la puerta de salida, una mujer la observaba. Una mujer a la que podía ver claramente comparado con las sombras en las que se habían convertido los demás.

Era castaña, alta y elegante a pesar de los mechones de pelo descolocados que estorbaban su rostro, como si una brisa inexistente los moviese. Se habría dado cuenta del parecido entre las dos si alguna vez se hubiese visto en un espejo, privilegio del que no disponían en aquella cárcel.

"¿Quien eres?" Quería preguntar a pesar de que el dolor le había secado la garganta.

No hacía nada más que sonreír, como si verdaderamente estuviese feliz. Quizá fuese la primera vez que Luna veía ese gesto. Los ojos brillantes de bienestar y fortuna.

Por un momento deseó ser como ella, estar donde estaba ella. Irse con ella.

Sus ojos se aguaron cuando la imagen comenzó a borrarse, cuando la tranquilidad de aquella mujer se perdió, desvaneciéndose y dejando tan solo la pared blanca de aquel infierno de experimentos.

Las voces volvieron a ser nítidas y los doctores y aparatos médicos volvieron a ser una realidad dolorosa.

- Está volviendo en sí.- Decía uno a otro que apuntaba todo en una libreta.- Ha sufrido un paro cardíaco y estuvo dos minutos hasta la reanimación.

Muerta. ¿Eso era lo que estaba imaginando?

- Aún no es suficientemente fuerte.- Dictamina.- Volveremos a intentarlo después de duplicar la dosis.

Y aunque Luna sabía el dolor que eso conllevaban no prestaba atención en realidad. Ida de esa realidad y pensando en cuantas veces más tendría que pasar por ella hasta que la dejasen en paz. Si alguna vez lo harían.

Entonces pensó en que jamás tendría tanta suerte como ella.

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Darius observa la sala. Solo de verla le dan escalofríos, de pensar que su Luna seguramente estuviese ahí muchas veces. La silla en medio de la habitación tiene ataduras para retener a los prisioneros. Lo único que hay cerca es un mueble con instrumentos médicos que ni siquiera sabe para qué sirven.

Si, AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora