Una Bala de Plata

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Sus ojos brillaban en un tono oscuro más profundo de lo normal. Sin vida. O peor, con un nueva vida, una animal y sádica.

Parecía que por fin lo habían conseguido y, sin embargo, solo cuando era una realidad se dieron cuenta de lo que verdaderamente habían creado.

La muestra se removía en su forma peluda de animal como si verdaderamente sufriese a horrores. Su respiración era pesada, clavada en ellos, al igual que aquellos ojos negros.

Los científicos retrocedieron un paso por instinto y los guardias apretaron más fuerte las armas entre sus manos, listos para dispara a aquel monstruo.

Nadie sabe bien que pasó. Que ocurrió cuando el dolor cesó, cuando el lobo mostró los dientes casi como si se burlara de ellos, cuando se dieron cuenta de que no tenían el control sobre su propio experimento.

Lo que si recorrió por los pasillos era aquella fantasiosa historia de que ninguno de ellos sobrevivió. Muchos no la creyeron, aunque en algunos corazones de los licántropos se revivió aquella llama de la esperanza.

Real o no, la castaña fue testigo de como reforzaban la seguridad por las celdas, doblando los turnos y contratando más cazadores. También agradeció aquella semana en la que no hubo experimentos, aunque se le hacía extraño no escuchar las puertas chirriar como sentencias.

Pero eso misma semana, en esos días de aparente tranquilidad, descubrió en si misma en lo que le habían transformado aquellos humanos. Porque, a pesar de tener tan solo quince años, cuando cerraba los ojos, podía imaginar la sangre sobre las paredes.

Gotas carmín sobre los papeles blancos de las libretas de aquellos hombres y restos desagarrados de carne por cada una de las esquinas. El frío del más profundo silencio hacer eco en las blancas paredes del laboratorio. Y en medio, en medio un lobo de ojos oscuros y sonrisa macabra, que parecía haber sucumbido a sus instintos más bajos.

El problema no era ese, si no que, cuando habría los ojos, en vez de tratar de borrar esas desagradables imágenes, sonreía con la misma sensación de satisfacción con la que lo haría el lobo de su imaginación.

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Todo se detiene en aquel instante. Darius tan solo trata de que no pase lo inevitable intentando apartarla de un rápido movimiento. Luka observa con los ojos desorbitados como no puede hacer nada porque, ¿Quién puede correr más rápido que una bala?

Sara, poco más lejos, ahoga un sollozo, y, los invitados en general, exclaman aterrorizados por el horrible final.

El cuerpo de Luna retrocede unos centímetros ante el impacto. Cierra los ojos, y tan solo esperarlo había hecho. Se había interpuesto entre la bala y él.

De todos los finales, de todas las veces en las que pudo haber muerto, esta es la que siempre habría querido. 

Salvando la vida de alguien tan maravilloso como su pareja destinada. Sabiendo que si el mundo seguiría teniendo a una persona como Darius, todo estaría bien.

Estaba lista para despedirse de esta eterna lista de tragedias habiendo vivido una historia de romance que le hacía sentir completa como aquella.

Por eso espera el dolor, el ardor de la herida y el frío de la sangre.

Pero no. La muerte no llega. Luna abre los ojos cuando siente los mormullos de sorpresa de todos, incluido del hombre a su lado con cuya mirada de asombro se cruza.

No hay sangre, no hay nada. Si, su vestido tiene el roto de lo que se supone que sería el agujero de entrada de la bala de plata. Pero no hay dolor, ni sangre. 

Si, AlphaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora