Palabras que Hieren... Segunda Parte

41 4 0
                                    

Mientras echaba un improvisado partido de rugby con Sara y Ariadna usando una botella que encontramos tirada por ahí, Paula se quedó con Mía haciendo castillos de arena. Elsa, sentada sobre uno de los toboganes, nos observaba en silencio, mientras mi mujer seguía charlando con ese miserable, sentada en el bordillo.

—Papá, se llama Marc... —dijo Ariadna de repente.

—¿Qué? —respondí, confundido—. ¿A qué viene eso?

—Porque no paras de pensar que es "Miserable", y Miserable está con mamá, y...

—Vale, vale, suficiente. —la interrumpí.

—¿Estás celoso? —preguntó Sara con picardía.

—No, simplemente no le soporto.

—Pero si es súper majo, no deja de sonreír. —intervino Paula.

—Sí lo estás —añadió Elsa, con su tono tranquilo—, porque él es cariñoso con Angie.

—No, eso me da igual...

—¿Sabes? —Ariadna me miró de reojo—. A veces nos habla de él.

—¿Y qué os dice? —pregunté, impaciente.

—Que era su vecino, y que le besó, pero que nunca llegó a nada más... —soltó Paula con una sonrisa traviesa—. Estás muy celoso.

—No lo estoy.

—No ni ná. —replicó Sara, burlona.

—No me gustan las mentiras. Si lo estuviera, lo admitiría.

—Si no lo estuvieras —insistió Elsa—, no le pondrías esa cara de odio cada vez que le miras.

—Vosotras prestáis atención solo a lo que os interesa, ¿no? —dije con sarcasmo.

—No entiendo lo del sarcasmo, pero sabes que tenemos razón.

El chico se despidió de Angie con dos besos, rozando su espalda en el gesto. Fue completamente respetuoso, pero aun así sentí el infierno arder en mi interior. Por un segundo, imaginé que tenía poderes como mis hijas y creé en mi cabeza la ilusión de que aquel tipo ardía en llamas.

Una pena que solo fuese una fantasía...

Angie se acercó con una bonita sonrisa y mis hijas corrieron a ponerse los zapatos. Yo, en cambio, fui a por los míos con toda la calma del mundo.

—¿Qué te pasa? —preguntó Angie.

—Nada. ¿Qué me va a pasar? —respondí, atándome los cordones.

—Tú sabrás, ni siquiera te has acercado. —dijo, mientras ayudaba a Mía.

—No le conozco.

—Pero podríamos haber hablado los tres tranquilamente.

—Era tu amigo, yo no pintaba nada. Por eso preferí alejarme y estar con mis hijas... ¿Me das las llaves del coche? Están en tu bolso.

—Voy a conducir yo. —replicó, molesta.

—Pues conduce tú, mejor. —dije, sin ganas de discutir.

Durante el trayecto, mis hijas se entretuvieron con la música que pusieron en Spotify, pero Angie y yo no cruzamos palabra hasta llegar a casa.

—Sigo sin creerme que te hayas enfadado por Marc.

—No me apetece discutir.

—Pero es que tu actitud no es normal.

—Angelique, te he dicho que no quiero discutir.

Al día siguiente, cada vez que me acercaba a ella, el ambiente se volvía denso, tenso, como una cuerda a punto de romperse. Sentía un torbellino de emociones en mi pecho, una presión constante que necesitaba soltar de alguna manera... pero no podía.

Nuestras AventurasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora