Angie volvió al trabajo cuando Danielito tenía apenas dos meses de vida. Ella no soportaba estar en casa todo el día, y yo, aunque la entendía, no podía evitar admirar cómo se las arreglaba para mantener todo en su sitio.
No había ningún problema con el bebé; ella podía llevarlo al trabajo cuando yo no estaba en casa. Danielito pasaba casi todo el día durmiendo, lo que me dejaba espacio para mi rutina en el gimnasio. El único problema surgía por la noche, pero vamos paso a paso...
El primer día que Angie regresó al trabajo, la vi más hermosa que nunca. Tal vez era la felicidad que brillaba en su rostro o su sonrisa llena de vida, pero no podía dejar de mirarla. Se llevó a Danielito, porque, además de no coincidir conmigo en los horarios, los profesores casi la obligaban a llevarlo. A fin de cuentas, todo el mundo quería conocer al bebé.
Nada más llegar, saludó con simpatía a los tres conserjes del colegio. Eran dos mujeres y un hombre, con edades que rondaban los 45 o 50 años. Aparte de ella, como orientadora, eran las personas más queridas por los alumnos, esos que actuaban como una segunda familia para todos.
Angie estaba hablando con una de las conserjes mientras usaba la impresora. Pero como siempre, apareció la típica persona, la que sin pelos en la lengua, no sabe cuándo parar. En este caso, era una profesora de Física y Química.
—Parece un bebé reborn —dijo, acercándose al carrito de Danielito con una sonrisa burlona.
—Pues sí —respondió Angie, riendo con simpatía.
—¿Es tuyo? —preguntó, observando a Angie y a su bebé, sin darle tiempo a reaccionar.
Angie asintió con orgullo.
—¿¡Pero otra vez te has vuelto a quedar embarazada!? —la profesora se sorprendió, sin ningún filtro en sus palabras—. ¿Tan pronto?
—No, acabo de tener un bebé —contestó Angie, intentando mantener el tono cordial.
—¿Eres consciente de que tu cuerpo no será el mismo? —dijo la profesora, como si ese comentario fuera una revelación impactante.
—Sí, pero fue mi decisión ser madre —respondió Angie, con una calma que sólo ella sabía mantener.
—Dejarás de ser la profe buenorra y dejarás de ser "La Barbie" —continuó la mujer, sin ningún remordimiento.
Angie la miró fijamente, ya notando cómo su paciencia comenzaba a agotarse. Sin perder la compostura, dijo:
—Vengo a hacer mi trabajo, no a venderme sexualmente.
La respuesta, tajante y directa, la dejó en su sitio. Por supuesto, Angie se sintió ofendida, pero no se quedó allí para discutir. Terminó de hacer las copias, ignorando por completo a la profesora, y se dirigió a su despacho. Tenía la agenda llena de reuniones, y era su primer día de vuelta. No pasó mucho tiempo antes de que los padres de los alumnos comenzaran a preguntar por ella, echándola de menos. Parecía que, aunque estuviera solo unos poco fuera, su ausencia había dejado un vacío.
A la mañana siguiente, decidí darme una ducha antes de irme al trabajo. Angie estaba en nuestra habitación, terminando de vestirse. Abrí los ojos al oír el ruido de su armario, y la vi allí, de pie frente a la estantería de sus zapatos. Había una balda para mí, la última, donde se apilaban mis escasos cuatro pares. En cambio, ella... Tenía treinta y cinco pares de tacones. Y, escondidas, unas deportivas blancas que pasaban desapercibidas entre tanto lujo.
Sacó sus zapatos favoritos, esos famosos de aguja negra con la suela roja, los Christian Louboutin. Cuando me hablaba de ellos, lo hacía con admiración. Según ella, no eran como otros zapatos; aunque eran horriblemente incómodos, se aguantaban por el simple hecho de ser divinos.

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Nuestras Aventuras
RandomAdrián y Angie llevan una vida aparentemente normal como padres de una numerosa y peculiar familia. Sin embargo, detrás de las risas, los desafíos cotidianos y los secretos bien guardados, están presentes es sus vidas. Pero la familia lo es todo y...