El nacimiento del chiquitín trajo consigo una avalancha de cambios. El bebé pasaba el día entero durmiendo, pero al caer la noche... Su llanto se apoderaba de la casa sin tregua. A medida que pasaban los días, comencé a notar que la relación con mi mujer ya no era la misma. Solo habían pasado dos semanas desde que dio a luz; tal vez eso explicaba todo, o al menos eso me decía a mí mismo.
Una de esas noches, cuando el llanto de Daniel parecía no tener fin, decidimos llevarlo al salón para no despertar a las demás. Pero, lejos de calmarse, su llanto aumentaba. Al final, acabamos dormidos en el sofá, mientras él seguía llorando.
—¡Por favor, haced callar a esa cosa! —exclamó Sara entrando al salón, claramente irritada.
—Ojalá pudiéramos, llevamos así toda la noche —respondí, con voz cansada.
—Y cuando dice "llevamos", se refiere a mí —intervino Angie, molesta pero con tono sarcástico.
—Yo también me levanté —repliqué, algo a la defensiva.
—Una vez. Y cuando lo conseguiste, tiraste el biberón al suelo y lo despertaste —me contestó Angie con una mirada fulminante.
Angie, ya más que harta, levantó a Daniel del carrito y lo llevó en brazos lejos del salón. Yo, por mi parte, ni siquiera me molesté en levantarme del sofá y rápidamente me volví a quedar dormido. Mientras tanto, las niñas decidieron escapar al parque para evitar el caos del bebé llorando.
El timbre me despertó. Al abrir la puerta, me encontré con una sorpresa que no esperaba. Mis ojos, llenos de cansancio, y mi cabello, más desordenado que nunca, recibieron a los padres de Angie.
Les sonreí, aunque ni siquiera tenía ganas de hacerlo. El esfuerzo fue evidente, pero mis palabras salieron sin emoción, y mi rostro reflejaba lo que sentía: agotamiento.
—¿Todavía estás durmiendo? —dijo Susana entre risas, sorprendida—. Si son más de las 11 de la mañana.
—No dormimos mucho con el bebé —respondí, intentando disimular el malestar—. ¿Qué hacéis aquí?
—Venimos a conocer a nuestro nuevo nieto —dijo Susana—. Angie nos dijo que viniéramos a pasar las navidades y de paso echaros una mano con el bebé.
—Sí, para que Angie descanse... Con tanto niño —añadió Jordi, pero Susana lo cortó rápidamente.
—Jordi... —dijo con un tono de reproche, como quien tiene que corregir a un niño.
Ellos me recordaban tanto a mis propios padres que me costaba entender cómo no podían llevarse bien. Les dejé entrar, pero me excusé rápidamente, diciendo que iría a buscar a Angie. No me apetecía quedarme a solas con ellos.
Fui directo al cuarto del bebé, donde Angie ya estaba. Aunque Daniel todavía no dormía allí, todo estaba preparado para cuando llegara el momento.
Mía, como siempre, estaba junto a su madre, observando con cuidado cómo le cambiaba el pañal a su hermanito.
—La leche le está sentando mal, debemos cambiarla —me dijo Angie, sin levantar la vista de lo que estaba haciendo —¿Quién era? —me preguntó, mientras me vio apoyado en el umbral de la puerta.
—Tus padres —respondí, sin muchas ganas de entrar en detalles—. Pensé que no te apetecía ver a nadie.
—Y así es... —dijo Angie, con una mueca en el rostro—. ¿Por qué están aquí?
—Tú les dijiste que vinieran —respondí, un poco molesto.
—Yo no les dije nada —contestó, con una mezcla de incredulidad y fastidio.

ESTÁS LEYENDO
Nuestras Aventuras
AléatoireAdrián y Angie llevan una vida aparentemente normal como padres de una numerosa y peculiar familia. Sin embargo, detrás de las risas, los desafíos cotidianos y los secretos bien guardados, están presentes es sus vidas. Pero la familia lo es todo y...