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Si alguien le hubiera contado aquel día, Indiana no lo hubiera podido creer. Nunca en sus 26 años había imaginado que algo así pudiera ocurrirle.

Luego de tener la conversación más real de su vida, se había enterado de que Franco venía de Bahía Blanca. En aquella ciudad aún vivían sus hermanos junto a su madre, ya que su padre se había marchado poco después de la separación. Una que por cierto no había visto venir y lo había destruído.

Franco le había contado que sus padres parecían el modelo perfecto de pareja, uno que nunca discutía, que compartía cumpleaños e intercambiaba regalos. Uno que lo había hecho creer en el amor hasta que un final tan abrupto como injusto, había transformado aquella idea en todo lo contrario. Al parecer su padre tenía una familia paralela, una en un pueblo cercano al que acudía a trabajar tres veces por semana y un fin de semana al mes. Una que se encargó de destruir todos los sueños de la suya. Y aunque su madre era la mujer más fuerte que conocía no había logrado superarlo y por eso se había marchado a Buenos Aires.

Indiana lo había escuchado confirmando con cada palabra que le gustaba un poco más. Aquella faceta más humana, más real era todavía más irresistible.

Ella había elegido no hablar de su madre, le había contado los aspectos buenos de su infancia, la cantidad de países que había visitado, la relación que tenía con su abuela y algunos de sus sueños, como el de convertirse la primera mujer en diseñar un prototipo para Toyota.

Entre tantas confesiones el tiempo había corrido de manera vertiginosa y los había sorprendido con un hambre molesto que los llevó a compartir un improvisado almuerzo en una de las estaciones de servicio cercanas.

En algún momento del día Indiana se había convencido de que merecía la pena aquel tiempo y había avisado que no se presentaría a trabajar. No se lo había dicho a Franco, pero en el fondo creía que si la vida le había regalado aquel día, al menos debía intentar disfrutarlo.

Franco por su parte había intentado dejar de planear y pensar. Conversar con ella era tan agradable que decidió robarle unas horas a la vida fría e insensible que llevaba para dejarse llevar.

Ya ni siquiera necesitaba utilizar su camara como excusa, Indiana se había soltado y había dejado de pelear contra la sensación de bienestar que les producía el compartir tiempo juntos. Hablaron de sus opuestos gustos musicales, de su compartida fascinación por el cine y de su forma de disfrutar los viajes.

Por eso el atardecer los había llevado hasta la puerta del departamento de Indiana, quien había decidido dejar su auto en la empresa y viajar una vez más en aquella motocicleta, para permitirse aferrarse a aquel cuerpo por última vez.

Con la penumbra instalada y pocos autos atravesando aquella calle de Buenos Aires, Franco detuvo la motocicleta en la verdad y la acompañó hasta el hall de aquel elegante edificio.

-Realmente la pasé muy bien. Gracias.- le dijo Indiana con aquella sonrisa que no había logrado quitar de su rostro en todo el día.

-Yo también.- le respondió Franco sin terminar de decidir cómo debía proceder. Sabía lo que se suponía que debía hacer, pero sentía que no era correcto. Indiana había resultado ser una mujer maravillosa, una que no se parecía a ninguna de las que había conocido en su vida, una que ponía en jaque a su descreído corazón. Una que no quería lastimar.

-Espero que te salga bien el video y puedas ganarte un lugar dónde queres.- le dijo ella intentado prolongar aquella despedida que veía inminente.

-Yo también.- respondió Franco volviendo a sonreír por su manera casi tonta de repetir la respuesta.

-Indi, yo..- comenzó a decir con gesto contrariado como si estuviera a punto de decirle algo que no le iba a gustar.

Pero ella no quiso escucharlo.

-Shh.- dijo colocando su dedo índice sobre sus labios y cerrando los ojos como si estuviera disfrutando de aquel momento.

-Buena vida.- le dijo aún con los ojos cerrados y cuando alejó su mano para tomar sus llaves él decidió que no era el final que deseaba.

Sin querer pensar más atrapó su mano en el aire y la acercó a su boca para depositar un beso sobre ella.

-No hace falta que...- comenzó a decir Indiana, pero él no la dejó terminar.

Sin contemplaciones se apoderó de sus labios y presionandola contra aquella pared fría comenzó a encender su cuerpo como una llama creciente.

Si sus ojos le gustaban, sus labios lo volvían loco. Recorrer su boca era majestuoso, era como un fruto prohibido que sabía demasiado bien, como algo vedado que de repente dejaba de serlo.

Pasó sus manos debajo de aquel suave sweater y ella se sobresaltó. Estaba disfrutando del beso pero que la tocara, que descubriera su cuerpo tal y como era la asustaba demasiado.

Franco abrió sus ojos para regalarle una oscuridad lujuriosa que terminó de encender los de ella.

-¿Queres subir?- le preguntó mientras hacía exactamente lo contrario a lo que sus miedos le gritaban a su mente.

Pero entonces el sueño pareció desvanecerse antes de siquiera comenzar.

-Lo siento, no puedo.- le respondió Franco separando sus cuerpos como si se hubiera dado cuenta de que aquello no era lo que deseaba y sin atreverse a ver la decepción en los ojos de aquella hermosa mujer hizo lo único que había aprendido en su vida.

Escapó.

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora