Aquella noche Indiana no lograba dormirse. Había intentado actuar como si hubiera pasado un día igual a cualquier otro y sin embargo unos ojos demasiado hermosos se colaban en sus pensamientos cada aproximadamente seis minutos.
Había oído las historias de su abuela durante la cena con escuetos monosílabos como única respuesta posible. Habían visto un capítulo bastante bueno de su novela y sin embargo no se había logrado distraer. Todo parecía regresarla a su día tan irreal que aún le costaba creer que hubiera sido cierto.
Una vez en su habitación se había desnudado para ducharse y antes de entrar a la ducha se animó a enfrentar su reflejo en el único espejo de toda la casa. Recorrió sus ojos buscando una respuesta que no encontró, continuó hasta sus exuberantes pechos, que a pesar de todo continuaban siendo firmes, recorrió con sus manos su abdomen sin poder evitar estirar aquel sobrante con sus manos.
No podía gustarle a nadie, pensó con resignación, mucho menos a alguien como Franco. Había googleado sus fotos, en la mayoría publicidades de ropa interior que marcaban un contraste demasiado evidente con aquel abdomen que le devolvió el espejo. Era un modelo de gráfica, casi no desfilaba y mucho menos daba entrevistas. Parecía como si aquel trabajo fuera algo que no terminaba de satisfacerlo, como si incluso regañara de él, como si fuera una forma de obtener buen dinero, sin necesidad de esfuerzo. O al menos eso quería creer. No estaba dispuesta a verlo como a su madre, no deseaba que tuviera su ambición y hambre de fama, no a costa de cualquier cosa.
Continuó observando la imagen que le devolvía el espejo y giró sobre la punta de sus pies para descubrir que, como sospechaba, su cola era demasiado grande. Casi involuntariamente sus ojos se desviaron hasta el estante que alojaba la crema anticelulitis que sin dudas debía utilizar con mayor frecuencia.
¿Qué estaba haciendo?, volvió a preguntarse con la certeza de que aquel modelo de sonrisa compradora tenía demasiado que ver con esta especie de análisis sobre sí misma.
Sin querer darle más vueltas al asunto se dio un largo baño y luego de secarse y ponerse la crema con movimientos envolventes de adentro hacia afuera como tantas veces le había recomendado su madre, se metió en su cama para volver a navegar por las redes sociales que fieles a su algoritmo, cada vez le sugerían más contenidos relacionados con Frank Jensen. Frank, pensó y una risa involuntaria escapó de sus labios. Sin lugar a dudas, Franco le quedaba mucho mejor.
Las fotos continuaban apareciendo y su cuerpo comenzó a reaccionar de una forma que llevaba demasiado tiempo sin hacer.
Había tenido un novio por varios años, un compañero de la facultad tan estructurado como ella. Gustavo era un joven amable, dedicado a su trabajo, que apreciaba la buena música y pasaba de los lugares ruidosos y los excesos. Habían sido compañeros por varios años, había tenido sexo aceptable una vez por semana y algún viaje a la playa en invierno. Lo recordaba con cariño y si bien no lo había vuelto a ver, sabía que se había casado y esperaba un hijo con su mujer. Luego de él apenas algunos encuentros casuales le habían confirmado que no valía la pena intentarlo. Por eso estaba sola desde hacía más o menos un año, dedicada a su trabajo y ayudando a su abuela con todo lo que podía. No se quejaba, era lo que había elegido.
Sin embargo, esa noche, su cuerpo pareció demandar atención, justo cuando los ojos de Franco ocuparon toda la pantalla de su teléfono. Era tan lindo que con solo recordar la forma en que había tomado su mano sobre aquel escritorio sus pezones se erizaron como si una brisa fría los hubiera asaltado.
Comenzó a imaginarlo en la misma oficina pero en otras circunstancias. Casi podía sentirlo a su lado sugiriendo que era perfecta con su voz suave y grave atravesándola sin contemplación.
Sus dedos traviesos llegaron hasta su ropa interior cuando una nueva foto lo mostraba en unos boxers demasiados sentadores. Con su respiración comenzando a acelerarse y un cosquilleo creciente en su entrepierna, comenzó a masajear la parte más ardiente de su sexo, mientras sus ojos se cerraban y sus latidos aumentaban el ritmo.
Los recuerdos del día que habían pasado juntos se sucedían como en una película y la única música que le quedaba era la de sus incipientes gemidos disfrutando de aquel roce que adquiría cada vez más presión.
-Porque decidiste que yo valía la pena... Indi.- recordó sus palabras como si las estuviera pronunciando cerca de ella y el cosquilleo se transformó en una inminente erupción que no hizo más que alentarla a no detenerse.
-Indi...- una vez más su nombre en aquellos labios que se moría por probar desató un contrastante escalofrío desde la punta de sus pies hasta su garganta, anunciándole que lo había alcanzado...
Con su respiración aún alterada y sus manos temblorosas se incorporó un poco en la cama. No terminaba de creer que con sólo pensar en él había logrado mejores sensaciones que en los tres años que había pasado junto a su ex novio.
Volvió al baño y esta vez el espejo le regaló un brillo especial que llevaba tiempo sin ver. Ahora sólo tenía que encontrar la forma de no actuar como una tonta al día siguiente. Sabiendo lo que lograba provocarle con un pensamiento, no podía dejar de pensar en lo que sería en la vida real.
Luego de unos segundos, la idea se esfumó como el humo con el viento.
Eso no iba a ocurrir.
Ella nunca podría ser una mujer para él, pensó para convencerse y lograr, por fin, conciliar el sueño.

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¿Y si fuera cierto?
RomansaIndiana es una joven ingeniera que creció a la sombra de su madre Alex, una reconocida modelo internacional, de la que no podría ser más distinta. Cuando por fin siente que tiene su lugar obteniendo un prestigioso puesto en una importante empresa, F...