29

308 22 0
                                    




La despedida de Helga había sido muy triste tanto para Indiana como para Alex. Ambas sabían que sin ella sus vidas no habrían sido lo que fueron. Helga nunca se quejaba, había huido de un país en guerra junto a sus padres y sabía que nada era tan doloroso como eso. Había aprendido a vivir agradeciendo cada día y cuando el amor le había regalado a su esposo ambos habían creado un acuerdo tácito en el que siempre se iban a apoyar y en el que juntos siempre irían hacia adelante. Su partida, cuando la pequeña Alexandra tenía apenas 10 años supuso un nuevo desafío para aquella mujer que nunca bajó los brazos.

Trabajó desde su casa confeccionando ropa para así cuidar de su hija y de a poco logró sacarlas adelante. Consiguió una beca para que su pequeña lograra continuar en el colegio y cuando a los 15 años un hombre se le acercó para señalar su belleza, no creyó que fuera algo malo.

Pero todo se había precipitado, lo que iban a ser unas fotos se convirtieron en interminables sesiones, había llevado su costurero en aquel colectivo e incluso con la penumbra instalada había terminado sus pendientes, mientras Alexandra dormía apoyada en su hombro durante largas semanas.

Cuando la primera paga llegó no pudo creerlo. Ella debía trabajar por cinco meses para conseguir esa suma. Su pequeña parecía entusiasmada, le gustaba que la maquillaran y le regalaran ropa nueva. Ambas continuaron subiendo a aquel colectivo por las tardes y cuando las ofertas aumentaron Helga le hizo prometer que no dejaría los estudios.

Continuó cosiendo por casi un año, guardaba el dinero que Alexandra ganaba en una lata que escondía prolijamente debajo del colchón. Verla feliz era hermoso, pero no creía que aquello fuera a durar. Entonces llegó un nuevo hombre, uno de ropas elegantes y acento profundo. Había traído un extenso contrato, uno que ofrecía todavía más dinero. Helga se había asustado, no entendía nada de aquel mundo y su hija parecía cada vez más caprichosa por querer continuar. Pero acaso ¿podía culparla? Era aún una niña y aquel hombre sólo hablaba de trabajos, viajes y más dinero.

Creo que nunca lo había dicho en voz alta, pero Helga siempre supo que todo lo que había pasado después había sido culpa de su poca autoridad para enfrentar a su pequeña.

Alexandra se convirtió en Alex en poco tiempo y el primer viaje no tardó en llegar. Habían ido a Mar del Plata para participar de un desfile y luego de disfrutar de su buen desempeño, el mismo hombre se las había ingeniado para que lo autorizara a cuidar de ella.

Cuidar de ella, esas palabras nunca la terminaron de convencer, pero de nuevo no había dicho nada.

Cuando meses después la noticia de la llegada de Indiana era confirmada, ninguna quiso discutir. Se habían equivocado y no había nada que pudieran hacer al respecto.

-¿Pensas que la abuela fue feliz?- le preguntó Indiana a su madre una vez que accedió a bajar en su casa.

No habían hablado en todo el viaje, apenas un abrazo en el cementerio y demasiadas lágrimas. Pero si algo le había enseñado aquella despedida era que uno nunca sabe cuando todo puede terminar y por eso estaba dispuesta a intentar recomponer las cosas con su madre.

Pensó que así lo hubiera querido su abuela.

-Yo creo que sí. La abuela nunca fue muy expresiva pero tenía gestos que te hacían ver que estaba bien.- le respondió Alex prendiendo el fuego para calentar agua.

-Si, eso es verdad. Aunque conmigo siempre fue más cariñosa que con vos.- le respondió Indiana tomando asiento en el sillón del living para quitarse sus botas y alzar sus pies.

-¿Tomas un té?- le preguntó Alex preparando uno para ella misma.

-¿Lo vas a preparar vos?- le dijo de forma irónica, ya que su madre nunca se acercaba ni a medio kilómetro de las cocinas

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora