Todo el mal humor de las últimas dos semanas pareció evaporarse en una décima de segundo. Había estado tan agobiado que aquella oferta apareció como una huida necesaria. Franco no había logrado sacarse a Indiana de la cabeza. Haberla dejado de aquella forma lo había hecho sentir como el insensible que solía ser, sólo que esta vez le importaba. No se merecía a alguien como él, no merecía que se alejara sin explicaciones y sin embargo se había sentido tan vulnerable que ni siquiera había logrado hablarHabía editado todos sus videos. Los había visto demasiadas veces. Planos largos que le recordaban la forma en que se apretaba los dedos cuando estaba nerviosa y planos cortos de sus ojos. Esos que incluso sin volumen traducían a la perfección lo que estaba diciendo. Aún intentaba descifrar el verdadero color de sus ojos, eran celestes, eso estaba claro, pero en aquellas imágenes había descubierto algunas pintitas amarillas y otras casi blancas, confirmando que el todo era excepcional.
Y luego estaban sus labios. Esos labios carnosos y apetecibles que se movían con soltura frente a su lente inquisidor. Sabía el minuto exacto en el que iba a morder el inferior y el momento justo en el que los iba a fruncir como si estuviera reteniendo información que la avergonzara.
Voy a penar que te gusto, aquellas palabras se oían demasiado bien. ¿Qué le gustaba? No le gustaba, pero tampoco por eso quería lastimarla. No le gustaban sus caderas exultantes, no le gustaban sus pechos presumidos, no le gustaba su sonrisa contagiosa... ¿o si? Franco ni siquiera lograba entenderse a sí mismo. No era una mujer que hubiera mirado y sin embargo ya no quería dejar de hacerlo.
Entonces llegaba el momento en el que la había besado, porque sabía que él había sido el único responsable de aquella unión. Una qué no había querido evitar, contra la que había luchado durante todo el día y en ese instante eligió ser derrotado. Su boca sabía a pecado, a prohibido y a un límite que una vez cruzado, era imposible de regresar. La forma en que se había movido, como si aún estuviera decidiendo si aquel beso era real, lo había hecho sentir dichoso y cuando por fin lo invitó a subir cada neurona de su cuerpo comenzó a gritarle que lo hiciera. Pero no podía. No así.
Sin poder soportarse a sí mismo creyó que viajar a Nueva York era una buena salida. No solía aceptar desfiles, con las fotos era suficiente, pero cuando su agente le confirmó que el trabajo era por una semana, terminó de convencerse de que allí lograría olvidarla. Llevaba dos semanas sin acostarse con nadie y eso era algo que no solía pasarle. Había intentado hacerlo pero cuando llegaba el momento cualquier mujer que no fuera Indiana perdía todo el encanto. Ahora estaba en otra ciudad, seguramente rodeado de modelos de todo el mundo, alguna lograría sacarlo de este nuevo estado que tan mal le sentaba.
Había llegado temprano, había dejado sus cosas en la habitación y se disponía a caminar un poco por aquella ciudad tan hermosa que sólo conocía a través de las películas, cuando la había visto. Tuvo que refregarse los ojos para confirmar que no se trataba de una alucinación. Estaba parada frente a la entrada del Central Park, llevaba ropa demasiado grande y un gesto contrariado. Era como si se estuviera debatiendo entre dos cosas que él no lograba descubrir. Entonces la vio sacarse sus anteojos de sol y sus ojos le confirmaron porque los encontraba hermosos. La vio fruncir sus labios y quiso acercarse para reclamarlos, pero no podía.
Sonrió al notar que le hubiera encantado subirse a una de esas bicicletas pero entonces una especie de tristeza la alcanzó y él ya no pudo soportarlo. Tenía que irse. Había viajado para sacarla de su cabeza y allí estaba y lo que era aún peor, esa mirada que él mismo había provocado al dejarla en la puerta de su casa sola, había regresado.
Se apresuró a entrar al hotel y al ver al grupo que viajaba con él se les unió para hablar de tonterías que siempre le hacían pasar el tiempo. Dibujó su sonrisa de fotografía, esa vacía y estética, para recordar porqué estaba allí. Pero entonces volvió a verla y esta vez ella también lo reconoció. Fueron apenas unos segundos pero aquellos ojos lograron que olvidara todas las razones por las que no debía acercarse.
Una de las modelos dijo su nombre y él instintivamente giró para mirarla y cuando volvió a buscar a Indiana, ya no estaba. Aquella joven compañera de trabajo continuaba hablando, pero él ya no quiso disimular que le importaba. Se excusó con palabras amables y se separó del grupo para tomar su teléfono. No quería continuar luchando, si pasar dos días con ella había dejado semejante huella no imaginaba lo que sería aventurarse a más. Sabía que se hospedaba allí, sabía que estaría toda la semana y la posibilidad de volver a verla lo llenó de esperanzas. Creyó que había una manera de tenerla, una que aún podía remediar.
Entonces tomó su teléfono y escribió: LO SIENTO ALEX, PERO NO PUEDO ACEPTAR EL TRABAJO.

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¿Y si fuera cierto?
RomansaIndiana es una joven ingeniera que creció a la sombra de su madre Alex, una reconocida modelo internacional, de la que no podría ser más distinta. Cuando por fin siente que tiene su lugar obteniendo un prestigioso puesto en una importante empresa, F...