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Aún no se acostumbraba a aquel enorme edificio. Era moderno y luminoso, lograba contener los sonidos de un modo inquietante y eso hacía que cada vez que las puertas del ascensor se abrían en el piso de su oficina, el bullicio de los allí presentes, la sorprendiera. Indiana llevaba meses trabajando para Toyota. Había pasado demasiados exámenes y entrevistas, pero finalmente había resultado elegida, y lo que era aún mejor, todo había sido por su propio mérito.
Allí su madre no tenía influencias, y eso ya era un logro en sí mismo. Siendo una de las modelos más famosas de la Argentina, Alex, había logrado intervenir en cada uno de los momentos de la vida de Indiana. Desde su forma de acaparar la atención en sus actos escolares, hasta su habilidad para cambiar las fechas de exámenes o los campamentos en la secundaria, sólo para poder llevarla a sus desfiles, incluso en la propia universidad, había llamado directamente al rector para sugerirle que su hija fuera tratada con contemplaciones. Así era Alex. Y eso era algo de lo que Indiana había querido escapar desde que tenía uso de razón.
Por eso se había ido a vivir con su abuela. Helga era mucho más parecida a ella. No sólo en su cuerpo generoso,  con genes de las más estereotipadas mujeres germanas, también se parecían en sus gustos y su forma de ver el mundo. Disfrutaban de la lectura, de las novelas más empalagosas y de las tardes de sol compartiendo un té con los ojos cerrados. Helga le había dado todo el cariño que Indiana conocía. Si bien era una mujer algo fría, haciéndole honor a sus orígenes, con ella, solía hacer excepciones. Solía arroparla por las noches, tomar su mano al cruzar la calle y sobre todo, de forma esporádica le regalaba algun abrazo en apariencia inusitado, pero en el fondo cargado de necesidad de demostrar amor.
Indiana la amaba.
A su madre también, aunque eso era algo que le costaba más entender. ¿Cómo podía ser que a pesar de sus desplantes y comentarios hirientes, ella continuara amándola?, pensaba en ocasiones. Sabía que había sido madre con apenas 17 años, que había decidido tenerla incluso cuando su padre desapareció y que había decidido salir adelante para darle todo lo que ella no había podido tener. Si al menos algún día pudiera ver que lo material era lo último que Indiana necesitaba... pero esos pensamientos nunca la llevaban a nada, por eso terminaba callándolos y regresaba a la aceptación con la que solía vivir. Esa era su vida, esa era su familia y ese era su cuerpo. Fin la historia, solía decirse a sí misma cada vez que la tristeza quería abordarla.
Y justamente ese parecía ser uno de esos días. Sin saber porque no había logrado dormir bien y la lista de pendientes en su computadora no colaboraba con su cansancio.
Luego de un par de horas de trabajo se reclinó sobre su silla. Desde su escritorio podía ver todo el piso y los juniors que ocupaban los box eran lo suficientemente ruidosos como para entrenarla. Cruzó sus piernas debajo del escritorio y suspiró mientras miraba el reloj para confirmar que no faltaba mucho para salir a almorzar. Volvió a mirar su lista de tareas y el resultado pareció satisfacerla, había logrado realizar más de lo que pensaba. Estaba dispuesta a tomar un descanso cuando un bullicio mayor al habitual llamó su atención.
Casi todos los del departamento de marketing habían subido al piso e iban acompañados de un par de personas más que no llegaba a ver. Decenas de ojos curiosos los seguían, mientras la gerenta de marketing gesticulaba con elocuencia en lo que parecía ser una visita guiada por la empresa.
Indiana puso los ojos en blanco y desistió de la idea de saber de qué se trataba. Era buena en eso, pensó con ironía, mientras comenzaba a juntar sus cosas.
-Disculpe.- oyó de una voz masculina que parecía provenir de la puerta de su oficina y sacándose los airpods de sus oídos giró para volver a ver esos ojos tan hermosos que su mente se empecinó en señalar que había visto antes.
-¿En qué puedo ayudarlo?- dijo sabiendo que él no la había reconocido, mientras tiraba de la camisa blanca que llevaba para ocultar su abdomen que siempre ofrecía algunos kilos de más. 
-¿Es usted la jefa de ingenieros?- le preguntó Franco ingresando a la oficina sin haber sido invitado.
Caminaba con seguridad y su mentón algo elevado le daba un aire de superación al que Indiana estaba demasiado acostumbrada. Antes de responderle decidió estudiarlo un poco más. Llevaba el cabello claro corto y su piel lisa casi perfecta, vestía unos jeans oscuros demasiado ajustados y una camisa entallada en color azul. Sin anillos, ni collares, sólo un reloj que gritaba su alto valor desde varios metros y lo que parecía una pulsera algo desgastada cuya inscripción no se llegaba a leer. Era un prototipo extraído de la última portada de Vogue, no dejaba lugar a ninguna duda.
-Si, soy Indiana Hoffman.- le dijo ofreciéndole su mano en señal de saludo.
-¿Qué se le ofrece?- agregó con impaciencia al ver que aquel hombre no se dignaba a estrechar su mano.
Franco imitó el gesto que ella misma había tenido. Recorrió su cuerpo de arriba abajo con la vista con una pausa inquietante. Aquella camisa se ajustaba a sus pechos, dibujando su inmensidad con pretensión, llevaba un pantalón ancho que casi no dejaba ver lo que tenía en sus pies, pero lo que más llamó su atención fueron sus ojos. Eran de un celeste casi transparente, con un brillo exultante que intentaba ocultar lo que parecía ser una mirada triste. En ese momento quiso conocerlo todo acerca de ella, era algo que no solía pasarle, y sin embargo, con apenas un parpadeo sutil, esta mujer había logrado tener su atención. Sin querer perder más tiempo se acercó y tomando su brazo con una posesión inquietante, le dio un beso en la mejilla.
-Encantado de conocerte Indiana, Mi nombre es..- comenzó a decir justo cuando Indiana intentaba recobrar su aliento, aquel arrebato espontáneo por parte del joven la había tomado por sorpresa y presa de unos nervios que en general no poseía comenzó a hablar con prisa, deseando que sus mejillas no la delataran.
-Franco Jensen.- le dijo tomando la credencial de visitante que colgaba de su cuello y leyendo el nombre con prisa.
-¿Qué necesitas? Porque justo iba a salir. - agregó con impaciencia. No le gustaba sentirse vulnerable, menos aún nerviosa, aquel hombre no tenía nada que ver con ella, no era alguien que pudiera verla como una mujer atractiva ni en un millón de años. Necesitaba que saliera de su oficina, de su vista y terminar así con aquella tortura de una vez.
-Bueno, veo que estás apurada así que voy a ser breve. Estoy con la agencia que contrataron para la nueva publicidad, al parecer quieren cambiarle la imagen a la empresa y vamos a estar filmando un par de días por aquí.- comenzó a explicarle mientras el gesto de Indiana se volvía cada vez más contrariado. No entendía qué tenía que ver todo eso con ella, pero decidió escucharlo de todos modos.
-En fin, te vi desde el pasillo y creo que sos perfecta.- agregó Franco, haciendo una pausa para disfrutar de la sorpresa en el rostro de esta joven que acababa de conocer.
Indiana alzó sus cejas y comenzó a mirar hacia los lados con exageración, incluso se acercó a la puerta para ver si veía a alguien allí.
-¿Se puede saber que estás haciendo?- le preguntó Franco divertido, sin poder ocultar su sonrisa.
-Estoy buscando las cámaras, si esto es una broma, no estoy dispuesta a volverme viral y mucho menos un meme.- le dijo ella cerrando la puerta de la oficina para volver a enfrentarlo con sus brazos cruzados sobre su pecho.
-No es ninguna broma, no hay cámaras... todavía.- le dijo sin poder dejar de sonreír. Llevaba demasiado tiempo sin que su sonrisa fuera espontánea, normalmente utilizaba una ensayada que salía muy bien en las fotos, pero aquel arrebato de Indiana lo había llevado a sentir ganas de reír, por primera vez en mucho tiempo.
-Todavía no entiendo porque yo, soy mala hablando en público, mucho más en cámara y estoy segura de que hay muchas personas en la empresa que se mueren por hacerlo. - le respondió, comenzando a sentir como sus manos se volvían sudorosas.
Franco iba a responderle cuando el teléfono comenzó a sonar y ella se apresuró a atenderlo.
-Hola.- dijo dándole la espalda a aquel modelo de portada de revista que comenzaba a perturbarla más de lo que debía.
-No me digas... otra vez... pero sí... entiendo, entiendo.- decía Indiana con gesto contrariado mientras sostenía el teléfono entre su hombro y su mejilla y comenzaba a buscar una lapicera y abría una especie de libreta que lucía rastros de varios usos previos.
-¿Cuál era la presión cuando sucedió? ¿En qué ángulo se encontraba el rotor? Pasame coordenadas... Ponela al mínimo que voy para allá.- dijo finalmente Indiana luego de anotar lo que parecía un código incomprensible para la mirada curiosa de Franco.
Sin querer perder tiempo tomó sus notas y cuando estaba a punto de salir recordó la presencia de su inesperado invitado.
-Como verás tengo que irme. - le dijo alzando sus cejas con elocuencia.
-Perfecto, te acompaño.- le respondió Franco como si sus palabras no lograran ponerla nerviosa y sin embargo con la presión de resolver el problema en la planta decidió no perder más tiempo.
-Como quieras, pero por favor en silencio. Necesito pensar.- sentenció abriendo la puerta para dejar la oficina.

¿Y si fuera cierto?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora