[Cap. 04]

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No dormí nada, los sueños sobre Jerbo eran constantes esa noche y cada sueño me recordaba la carta de él, sólo que estaba él diciéndome esas palabras en persona y no en formato papel. Me desperté finalmente, luego de dormir re mal ya que bueno, me despertaba cada 1 hora y me quedaba despierto unos 30 minutos para pensar en el sueño, y de paso dedicarle algún pequeño ataque de ansiedad...

La pasé horrible sinceramente, por desgracia no podía faltar de nuevo a mis misiones, por lo que me alisté así nomás; mi pelo estaba despeinado y parecía que me había agarrado un tornado, me veía mucho más pálido que de costumbre y tenía unas enormes ojeras, mi nariz estaba roja al igual que mis ojos, solo que muy hinchados...
Salí del cuarto y me dirigí a la sala de guardias desanimado, el rumor de que mi pareja se había suicidado y con una sorpresa de que yo era homosexual ya había recorrido por todos lados.

Los guardias se quedaron en silencio al verme y algunos murmuraban entre ellos, algunos se reían, otros se preocupaban por mi apariencia física, y otros me insultaban por ser gay. Suspiré y apoyé mi espalda contra una pared, para luego pegar mi cabeza a ella.
Los guardias siguieron hablando entre ellos y clavaban sus miradas en mis ojos, o no sé, quizás estaba exagerando de nuevo, ya que ellos tienen sus máscaras pero de vez en cuando por una diminuta luz se pueden ver los ojos de los demás a través de los agujeros que impedían cubrir el campo de visión. Suspiré. Me deslicé hacia abajo y me abracé las piernas, mis ojos se inundaron en lágrimas otra vez y cerré los ojos. No tenía fuerzas para nada, solamente quería volver a mi cuarto a llorar una década más.

Abrieron la gran puerta que daba a la sala en donde estaban todos los guardias, incluyéndome a mí, y el lugar se quedó en silencio completo y yo solo me quedé con la mente en otro lado...
— ¿Qué le pasa al señor Blight? — Preguntó una molesta voz y escuché que unas botas con tacón grueso se acercaban a mí, resonando en la callada sala — Oh... El maricón está llorando por la muerte de su patético novio — Exclamó una voz seca y el lugar estalló en risas, sintiéndome completamente humillado. Me incorporé con debilidad del suelo y quedé más idiota, huyendo del lugar entre lágrimas y cubriendo mis ojos con el brazo.

Mis llantos resonaban por los largos y silenciosos pero sombríos pasillos del castillo del emperador, mis piernas al estar tan frágiles apenas podía mantenerse de pie, no pasaron más de 5 minutos en los que me derrumbé al suelo y me abracé a mí mismo, formándome en un "bollo", mis lágrimas cayeron más rápido y un enorme dolor aparecía en mi garganta, mi mente se saturaba de pensamientos sin fin y no podía parar, no dejaba de echarme la culpa por el suicidio de mi Jerónimo.

Volví a escuchar pasos detrás mío; eran de un guardia... Y no era uno cualquiera, era el guardia dorado —¡Oye! No debe irse así.

— ¡Déjame solo!

Grité sin pensarlo antes, mi voz se rompió y me volteé para ponerme boca arriba, me deslicé por el suelo para alejarme del guardia dorado, mis piernas no paraban de temblar y apenas las sentía, comencé a marearme de los nervios y solo me desplomé en el suelo, las lágrimas siguieron brotando de mis ojos y recorrían mis pómulos, mi acompañante se arrodilló a mi lado e hizo algo que nunca me esperaba de él, puso una de sus manos sobre mi cabello para entrelazar sus dedos entre algunos mechones de mi pelo y comenzó a acariciar para calmarme.

— Mire... Solo por hoy puede realizar sus misiones. Comprendo ese dolor de perder a un querido pero me hubiera encantado que hubieran hecho lo mismo, así que lo hago con usted. Es comprensible el dolor que usted anda pasando por perder a alguien que adoraba mucho... Eh, usted no trabaja, tómese el día libre. —Su voz se escuchó comprensiva por primera vez y solo me sentí comprendido por él, lo que provocó que me aferre al guardia dorado y repose mi cabeza en su pecho. El guardia dorado se quedó quieto y serio como un yeso, lo cuál no me sorprendió pero traté de ignorarlo. Mis manos apretaron de manera inconsciente las caderas del guardia dorado y hundí mi rostro en el hombro de él, dando un largo suspiro y mi respiración se empezó a calmar gracias al titán.

Cuando pude calmarme del todo, yo y el guardia dorado estábamos contra una pared, él andaba acostado con las piernas estiradas y yo encima de él, mi cabeza estaba acurrucada en el hombro de ese guardia y mi dedo índice dibujaba patrones sobre el pecho de este con lentitud...

—¿Ya estás mejor? —Preguntó él, batallando para no quedarse dormido, ya que las caricias que le hacía parecían relajarlo. Yo asentí con la cabeza y me aparté de él para mirar a los ojos de la máscara. —Muchas gracias Guardia dorado...— Dije forzando una sonrisa, mis ojos ya no estaban tan hinchados que antes y mis medianas ojeras ya apenas se notaban dado a que pude dormir por la comodidad.

Las manos del guardia dorado se deslizaron hacia mi pecho, y me resultaba raro ya que era la segunda vez que su mano rozaba mi pecho Parecía que descubrió mi zona erógena ya que mis mejillas se ponían ligeramente rosadas cuando sus manos pasaban por ahí. — Parece que te pone nervioso que te toquen el pecho... — Dijo el guardia dorado mientras que una de las manos de él atrapaba uno de mis pechos ligeramente marcados sobre mi uniforme grisáceo y apretaba.

Yo me quedé en silencio, ¿Yo no sabía cubrir mis zonas erógenas o el guardia dorado era adivino? Me quedé en silencio a la vez que el guardia dorado incrementaba la fuerza con la que tocaba mi pecho, el guardia dorado bajó sus manos hacia mi cadera y me acomodó ahí, volteándome así le daba la espalda — ¿Qué hará señor? — Pregunté con voz temblorosa por los nervios, y yo me quedé inmóvil al estar sobre la entrepierna de él, ya que el más mínimo movimiento podría causarle una erección o algo así.

— Solo déjate llevar... — Dijo con voz ronca y reposando su mejilla izquierda en mi espalda, sus manos estaban rodeando mi cadera y vi cómo se quitó los guantes, dejando visibles unas cuantas cicatrices de diferentes grosores y tamaños, supongo que eran de bestias que trataron de herirlo en sus misiones. Sus manos pasaron por debajo de las prendas de mi pecho y cada una de sus manos se posó debajo de mis sobacos, tocando con la punta de sus dedos mis aerolacas. Una sensación extraña recorrió todo mi cuerpo y suspiré tenso. Sus dedos comenzaron a masajear esa zona y yo cubrí mi boca para evitar algún sonido obsceno.

—¿Te gusta esto o deseas que pare?

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¿Golden Guard..?// GoldricDonde viven las historias. Descúbrelo ahora