25. Tu espacio vacío

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Esa mañana se levantó temprano a pesar de ser un sábado, y salió a escondidas de casa. No hacía falta, Wayne ya ni siquiera debía estar despierto; pero algo en él lo hacía sentir como un fugitivo, como si tuviese que escapar.
Tal vez era el golpe de su cara. Tal vez era la vergüenza que sentía de sí mismo. O tal vez solo el temor de llorar una vez más frente a Wayne y sentirse aún más vulnerable de lo que de por sí ya se sentía.

—Es solo un tiempo. Tal vez un día o dos. — le dijo al lago mientras él yacía sentado sobre el capó de su auto. Una pequeña nube de humo de cigarrillo escapó de sus labios junto con las palabras, pronunciadas en un tono de aparente tranquilidad, como si tratase de convencer a alguien aparte de sí mismo.
Con una mirada de tristeza observó el brazalete de su muñeca y no pudo evitar pensar en todas las cosas que aún no habían hecho juntos.
—Es solo... un tiempo. — repitió.
No había porqué pensar en ello. Era solo un tiempo. Así como todos los otros problemas que antes habían tenido, este también se resolvería.
Pronto estarían graduándose juntos y, en un abrir y cerrar de ojos, estarían buscando un hotel para hospedarse durante su viaje.
— Ahora viviremos juntos. Trataré de ser lo más ordenado y limpio posible.
Te prepararé el desayuno todos los días si quieres. Te daré el armario más grande y si sigues molesto dormiré en el sillón de la sala.
Solo... solo vuelve. — susurró a lo último — Por favor...

Pero él tampoco regresó pronto.
Pasó el resto de la mañana ahí sentado, observando con pesar absolutamente cualquier cosa que estuviera a la vista.
Cerca de las tres y media de la tarde decidió ser un poco más adulto. Entró a la camioneta y fue a casa para tomar un baño, ponerse algo de maquillaje sobre el moretón, como bien había aprendido ya, y se metió en su colorido uniforme para ir a trabajar.
Sin importar cuánto lo deseara, el mundo no se detendría para esperar a ninguno de los dos. Y ambos habían trabajado duro por ese empleo, ahora recaía sobre sus hombros la responsabilidad de mantenerlo en lo que el otro volvía.

El local estuvo lleno todo el día, como era normal en un sábado; pero Eddie jamás había tenido que lidiar solo con toda la clientela.
—Lo siento. Lo siento. — se le escuchaba repetir una y otra vez ante las demandas de la gente, las cuales eran demasiadas para él solo. Por cada vez que lo decía, su mirada por inercia iba dirigida hacia la entrada del lugar, albergando una pequeñísima esperanza de que en cualquier instante apareciera por esa puerta la persona a la que tanto necesitaba.
Tan solo verlo hubiese bastado para levantar un poco su espíritu; sin embargo, desde luego no apareció.
Al acabar su jornada se encerró en el cuarto de los helados. Apoyado de espaldas a la pared se deslizó lentamente hacia el suelo y se abrazó a sus piernas dobladas como un niño asustado.
Se sentía muy solo y, por desgracia, había aprendido mucho con Steve, pero no cómo lidiar con la vacía sensación de no tenerlo.

También lo esperó el día siguiente. También le suplicó al viento que lo trajera de vuelta y le prometió muchas otras cosas si regresaba.
Esa noche llevó un libro para leerlo en el sillón de la sala, en donde se quedó dormido ya de madrugada, con las páginas abiertas sobre su pecho y los oídos atentos a cualquier sonido del auto que nunca llegó.

El morado del golpe fue desapareciendo gradualmente junto con las demás heridas.
Cuando sus amigos le preguntaban qué había ocurrido y dónde estaba Steve, se limitaba a encoger los hombros y a continuar en lo suyo, sea lo que sea que estuviese haciendo.

El martes al volver de la escuela, tomó un baño y se puso el uniforme del trabajo. Mientras, observó el interior casi vacío del armario que había liberado en esos días para la ropa de Steve. Ahí había puesto algunas camisetas que el chico dejaba en el tráiler para cuando se quedaba a dormir. También estaba su regalo de cumpleaños, ya bien envuelto en papel de regalo y cinta de color.

¡Hey, tú! [Steddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora