24. El sótano

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Era una noche calurosa a inicios de abril. Últimamente todas las noches eran así y a pesar de que él disfrutaba más del clima frío, el verano que se aproximaba le parecía bastante prometedor, y disfrutaba con plenitud de aquel momento.
Estaba apoyado de espaldas contra la puerta del auto, estacionado en la carretera a un par de cuadras de la casa de Steve.
Aquel vecindario era muy callado. Si prestaba un poco de atención podía escuchar a los insectos del bosque haciendo sus ruiditos entre la hierba.
Le dio una calada a su cigarrillo y dejó escapar de su boca una leve nube de humo que se dispersó en el aire. En eso apareció Steve doblando la esquina con una mochila en los hombros. El solo verlo hizo formarse una pequeña curva de sonrisa en sus labios.

El castaño también sonreía, aliviado por dejar atrás su casa y a sus padres, con quienes apenas hace una hora habían estado cenando.
Eddie ya había compartido varias cenas con ellos, y a pesar de que le juraba a Steve que no la pasaba mal, él podía ver su cara de aburrimiento ante las conversaciones banales de sus papás.
Desde luego no lo culpaba. Más aún, cada día se encargaba de repetirle que no era necesario convivir con ellos.
A los mayores tampoco parecía molestarles la presencia de Eddie; o tal vez la mejor definición sería que no les importaba su presencia. Su papá rara vez le dirigía la palabra más que para saludarlo, pero en realidad así era como trataba a la mayoría de personas.

Esa noche, rindiéndose ante el desesperado deseo de estar juntos, huyeron a casa de Eddie, en donde al llegar se tumbaron sobre el sofá para besarse un rato.
Steve llevó su mano por debajo de la camiseta del otro y le acarició suavemente el pecho. Luego la llevó hacia el borde de los jeans para desabrocharlos, entonces Eddie lo detuvo.
—Espera. Necesito decirte algo.

—¿Qué pasa?¿Es tu primera vez? — preguntó Steve sonriendo. Le dio un pequeño beso en los labios y luego se incorporó — Solo bromeo. Dime...

Eddie también sonreía un poco por la broma, pero fue suavizando la expresión hasta tener un gesto neutro.
—No es sobre esto; es sobre... Ahm... ¿recuerdas lo que hablamos en año nuevo, sobre la escuela de música? — Steve asintió — Pues... las inscripciones iniciaron el primero de este mes.

—¿Bien...?

—¿Crees que deba enviar la solicitud?

—¿Por qué no? — preguntó Steve.

—Pues porque... ¿qué vas a hacer si me voy?

—¿Cómo que qué voy a hacer yo? Yo puedo cocinar solo, conducir solo al trabajo y también sé limpiarme el trasero solo. Si estás insinuando que vas a renunciar a tus sueños por quedarte aquí conmigo, básicamente me estás insultando y diciendo que soy un niño inútil.

—¡Por supuesto que no! Pero si me voy, ¿no vas a extrañarme?

—Sí, pero vendrás en vacaciones e incluso puedo ir a verte algunas veces. Nos enviaremos cartas... De hecho va a ser muy romántico. — aseguró Steve con mucho optimismo, cosa que hizo asomar una sonrisa en los labios de Eddie — Oye... envía esa solicitud.

—Bien. — murmuró cabizbajo, pero volvió a alzar la vista cuando Steve se acercó y volvió a besarlo.
Sintió que el castaño lo empujaba despacio hacia atrás al sillón, pero él, oponiendo algo de resistencia, lo hizo levantar para ir su cuarto. Una vez allí, parados a la mitad de la habitación, continuaron con el beso mientras lentamente se desprendían de su ropa.

—Me equivoqué. — le susurró Steve al oído pausando los besos que repartía en el cuello de Eddie. Este frunció el ceño, confundido — Solo ha pasado un mes y medio desde que empezaste a entrenar, pero ya te ves diferente. Mira. — lo hizo darse la vuelta. Al hacerlo, Eddie vio su imagen reflejada en el espejo, junto a su guitarra.
Su mirada se encontró con la de Steve.
— Te ves increíble. No tienes idea de cuánto me gustas.

¡Hey, tú! [Steddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora