04. La usurpación a la corona del rey

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(01 de noviembre de 1984)

—¿No me amas?

—Es mentira. — dijo Nancy con una mirada fría, arrastrando las palabras como efecto del alcohol que había ingerido.

Ya era la mañana siguiente, pero la discusión seguía tan vívida en la mente de Steve, como si hubiese ocurrido hace apenas minutos. Las palabras de la chica hacían eco, tan crueles, rompiendo todas sus ilusiones, provocándole un inmenso dolor, que conseguía inclusive nublar sus sentidos.

Y aquel era el peor momento para eso.
 
El cuerpo de Billy Hargrove chocó contra él con tanta fuerza que lo hizo caer desplomado al suelo.

El rubio se apoderó del balón con toda la facilidad y fue corriendo hacia el aro para encestar con esa misma facilidad y dar un grito de victoria, siendo vitoreado por el resto de su equipo.

Steve siguió en el suelo un momento, pensando en si valía la pena levantarse. Le habría gustado desaparecer. Ni siquiera le hacía falta ver alrededor para saber que los demás se burlaban de él, puesto que oía las risas y también los cuchicheos de quienes yacían en las bancas y de los del equipo de Hargrove.
Sus compañeros de equipo, por otro lado, estaban demasiado concentrados en la paliza que el rubio les estaba dando, como para preocuparse por Steve.

Acabó levantándose y caminando despacio hacia la banca, entonces oyó el llamado del entrenador.

—Harrington, ¿estás herido?

—Sí. — respondió él con voz queda y se sentó viendo al suelo. Lo estaba, aunque no era precisamente por la caída.

Alzó la vista y vio a Hargrove, quien se regodeaba de su éxito.

Desde que ese chico había llegado al pueblo, muchas cosas habían cambiado en la vida de Steve. Y odiaba admitirlo, porque aquella mierda lo hacía sentir muy infantil; pero Hargrove le había quitado su puesto. Entró como si nada al equipo de baloncesto y ya era el favorito del entrenador. Las chicas lo amaban, las fiestas lo amaban, hasta los chicos lo admiraban por varios motivos.
Toda la atención ahora estaba en el chico nuevo; mientras que Steve yacía en la banca, con el culo magullado y el orgullo por el suelo. Solo. Sintiéndose la persona más patética del lugar.

Su vista se desvió un momento hacia las gradas del otro lado del gimnasio, donde estaba sentado Eddie Munson, leyendo un libro enorme con una extraña y ridícula portada.

Tal vez en realidad era la segunda persona más patética del lugar. Claro que aquello no lo hacía sentir mejor.

Al acabar las clases de la tarde, se dirigió de vuelta al gimnasio, con intenciones de entrenar un rato. Últimamente Billy no lo había dejado jugar mucho, así que era entrenar por separado o perder la práctica.

—Oh, por favor. — murmuró desganado al abrir la puerta y ver a un grupo de chicos ocupando el lugar. Debían ser los idiotas del club de teatro.

Cruzó la cancha y fue por un balón, el cual llevó hacia afuera.
Había una cancha en el exterior, al otro lado del edificio. Suspiró con decepción al verla. Estaba llena de hojas. Aún así, era lo mejor que tenía.

Tiró su mochila a un lado y se paseó rebotando el balón. Lo lanzó y falló. Apretó los puños cerrando a la vez los ojos en un intento por no perder la paciencia; después caminó despacio yendo a recogerlo.

Volvió a pasearse un momento y tiró.
El balón dio en el aro y rebotó de vuelta hacia donde Steve, quien gruñó. Sujetó el balón con ambas manos, lo dejó caer y le dio una patada, que lo mandó a volar al otro lado de la reja.

Soltó una amarga risa al darse cuenta de la estupidez que había hecho.
Patético. — pensó mientras avanzaba hacia la reja, en donde se dedicó a ver hacia afuera hasta ubicar el paradero del balón.

¡Hey, tú! [Steddie]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora