cap10: DESCUBIERTOS

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El varón, de avanzada edad, cabellos blancos y ojos claros, miró a los 4 de arriba a abajo, con una sonrisa burlona y un desagradable gesto de superioridad en su rostro.

—¿Quién es este? -murmuró el menor de todos, viendo los ojos temblorosos de sus hermanos.

—Mi prometido -confesó, sin dejar de mirarle horrorizada.

—Yo también te he echado de menos, Cassandra.

—¿Qué haces aquí?, ¿qué quieres? -interrogó el de pelo largo, colocándose delante de su familia de forma intimidante para protegerlos.

—A mi esposa.

—¿Tu esposa?, ni siquiera llegó a casarse contigo, déjala en paz.

—Por eso precisamente he venido a visitaros -apartó al mayor de un fuerte manotazo, quedándose cara a cara con la chica que, a pesar de intentar mantener una actitud confiada, no podía disimular el temblor de sus piernas- Casssandra... -sostuvo sus manos- ay, Cassandra... -suspiró- no sabes lo que has hecho... te has condenado, les has condenado...

—Fuiste tú el que pensó que yo accedería a ser tu mujer.

—Ya... pero me temo que, por muy rebelde que te pongas, lo vas a acabar siendo -hizo un fingido puchero con sus labios- porque si no, os delataré a los altos mandos alegando que habéis secuestrado a un hombre y que le habéis contado todo a vuestro hermano.

—¿Cómo sabes eso? -irrumpió el mencionado, atónito.

—No lo sabía -rió- gracias por tu confesión.

—Len, cállate -ordenó, manteniéndose inmóvil, aún con las manos agarradas y oliendo su insoportable aliento con cada palabra que decía.

—Eres un cabronazo, apártate de ella -el más alto agarró el brazo del anciano con brusquedad, girándole hacia él para poder enfrentarle -no voy a dejar que un ser repugnante como tú se case co...

—De acuerdo -interrumpió.

—¿Qué? -se giró anonadado hacia la mujer.

—De acuerdo, me casaré contigo si así les dejas en paz -cedió.

—¿Ves como no era tan difícil? -volvió a acercarse a ella, pegando su boca a la oreja contraria- te haces la dura, pero en el fondo, te vendes como una putita, igual que el resto -apretó su puño con rabia.

—Como sea -apartó su rostro, no pudiendo contener más la respiración e ignorando todo lo que le acababa de decir- ¿me esperas a que recoja mis cosas?

—... -pensó, alzando una ceja con desconfianza- ... vale, pero no tardes.

—Tranquilo, si estoy deseando marcharme contigo.

Entraron en la casa, cerrando la puerta detrás de sí y dejando al anciano en el salón mientras los tres hermanos iban a la habitación de la chica.

—¿Qué coño haces? -meneó sus hombros, susurrando con incredulidad por su comportamiento- tu misma dijiste que jamás te casarías con él.

—¿Y qué quieres que haga, Aslan?, ¿arriesgarnos a que se vaya de la lengua y que nos condenen por mi culpa? -hizo contacto visual, mostrando seguridad en sus actos pero, al mismo tiempo, un intenso temor.

—¿Pero en qué momento ese tío te pidió matrimonio? -se unió el tercero a la conversación.

—En ninguno, es por conveniencia, organizado por los Caperuza.

—Sí, y como bien me explicaste ayer, solo te usarán para que des a luz a bebés sin parar.

—¿Por qué hacen eso tan terrible?

—Para investigar si las fuerzas terrenales son algo genético o que surgen en personas al azar, Cassandra, no voy a permitirlo.

—¡Me estoy casando de esperar! -gritó el de fuera.

—Menuda ostia le voy a meter -el menor hizo el amago de salir, crujiendo sus nudillos con decisión pero siendo frenado por la dueña del cuarto.

—Lo siento, no tengo otra opción, es lo que hay, ya soy mayorcita y sé lo que hago, y ahora... debo aguantar las consecuencias de mis actos... -finalizó, agarrando la improvisada mochila en la que apenas había metido nada y regresando al salón.

—¡Ya era hora!

—¿Nos podemos ir ya?

—Por supuesto, damisela, se ve que estás ansiosa.

—Mucho, mucho... -afirmó con ironía, viendo cómo el otro abría la puerta y salía por esta, esperando en el rellano de brazos cruzados a la que sería su esposa, la cual, antes de marcharse, se giró una última vez para ver a su familia con gesto triste- adiós...

—¡Venga ya, tampoco es para tanto! -tiró de su brazo, arrastrándola a la fuerza en dirección al ascensor, dejando al resto atrás, en el interior del apartamento.

—¡Un momento! -consiguió zafarse, parándole y haciéndole resoplar.

—¿Qué pasa ahora...?

—¿Qué es eso? -señaló, con los ojos como platos, una de las paredes.

—¿El qué? -interrogó confundido, mirando al punto indicado.

—Eso, eso de ahí -buscaba con desesperación por todos lados.

—No veo nada...

—Ahhh, sí, solo era tu inteligencia, pero nada, ya se ha ido.

—¿Cóm...? -un certero golpe, proveniente de la mano femenina, le fue propinado en su nuca, desplomándole en suelo completamente inconsciente en cuestión de milisegundos.

—¿Qué ha pasado, qué ha pasado? -los chicos salieron al rellano, alertados por el estruendo que hizo el cuerpo del anciano al caer duramente contra el suelo de mármol.

—Que se ha desmayado, la edad, supongo... -sonrió.

—Joder -corrió hacia ella, abrazándola con alivio- por un momento pensé que de verdad ibas a hacerlo...

—Este tipo no está a mi altura.

—¿Te lo has cargado? -cuestionó el menor, acercándose con lentitud y miedo.

—Nah, en un rato despertará... o en un día -corrigió al verle en un profundo sueño.

—Pero cómo... ¿también os enseñan defensa personal y cosas así allí?

—Un poco, lo básico, si quieres alguna vez lo pruebo contigo -le guiñó un ojo, burlona.

—No hace falta, no hace falta -retrocedió unos pasos.

Sin querer mantenerse más tiempo allí, a la vista de cualquier curioso que se asomara por la mirilla, la morena se agachó hasta estar a ras de suelo y agarró los pies del desmayado, elevándole las piernas e intentando moverle con dificultad.

—¿Me ayudáis o qué? -interrogó, al ver que ninguno se movía, haciéndoles reaccionar al instante.

—¿A dónde lo llevamos? -preguntó el del tatuaje, que había tomado uno de sus brazos.

—De momento para dentro, junto al otro, ya veremos luego qué hacemos con él -indicó Aslan, sosteniendo su torso.

Con la fuerza y coordinación de todos, lograron meterle en el interior de la casa sin demasiado esfuerzo, atando sus extremidades y dejándole encerrado en la habitación principal, mientras que, al que les había asaltado en la morgue, le retuvieron en medio del salón, sujeto a una silla, gracias a la cuerda que rodeaba su cuerpo, y observándole fijamente, esperando impacientes a que despertara.


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