cap22: PÁJARO

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—Y ahora... -tumbó a la infante con suma delicadeza, amoldando la almohada y arropándola para que estuviera cómoda- a descansar, que ha sido un día muy intenso.

—Tú también -la pequeña repitió los mismos movimientos con la joven, con algo más de dificultad por la diferencia de tamaños. Esta, enternecida por sus gestos, se dejó hacer, sin mostrar ninguna resistencia, y sintiendo cómo, una vez había acabado, se tumbó de nuevo y la abrazó, apoyando su cabeza en el hombro contrario y recibiendo, casi de inmediato, múltiples caricias por todo su pelo- ... gracias por salvarme... tenía mucho miedo... -susurraba con timidez, ocultando su rostro debajo de la sábana.

—No pienses en eso ya -contestó, usando el mismo volumen de voz- estás con nosotros, no te van a volver a hacer daño.

—¿Me lo prometes? -alzó su mirada, mostrando un leve brillo de esperanza en sus infantiles ojos.

—Te lo juro -se sonrieron, sintiéndose cómplices.

—Te... ¿te gustaron mis hormigas?

—¿"Tus" hormigas? -preguntó confundida, haciendo énfasis en la primera palabra.

—Sí, las creé yo.

—¿En serio? -asintió- ¿esa es tu fuerza terrenal entonces?

—Sí.

—Es muy chula, además, se te da genial, ¿no?

—Supongo -alzó sus hombros para después bajarlos- no he hecho otra cosa desde que tengo memoria...

—¿Hace cuánto que estás con los Caperuza?

—Desde siempre -confesó, sin darle mayor importancia.

—... ¿y tu familia? -respondió, curiosa y apenada por la historia de esa niña, que, sin cambiar su gesto, volvió a encoger sus hombros- entiendo...

—No quiero volver con ellos... -se incorporó, algo asustada por sus propios pensamientos- ¿me vais a volver a llevar allí? -sus iris hicieron contacto visual, impidiendo que la mayor hablara al ver en estos un terror que conocía perfectamente- no me gusta... -pequeñas y finas lágrimas comenzaron a recorrer sus rosadas mejillas- me hacen daño... el único que me cuidaba bien murió, yo no quiero morir, no quiero estar encerrada todo el día en una habitación y solo salir para entrenar, no quiero desmayarme por el cansancio -sorbía por la nariz, sollozando cada vez más- no quiero, ¡no quiero! -al ver el estado de pánico en el que se encontraba, Cassandra reaccionó casi por instinto, rodeándola entre sus brazos, apretándola contra ella lo suficientemente fuerte como para hacerla sentir protegida sin hacerle daño, dándole un tembloroso beso en el cabello- por favor... -insistía.

—No te llevaré allí -trataba de tranquilizarla, usando un tono bajo pero decidido y serio al mismo tiempo- no volverás a pisar estos mundos, me encargaré de ello cueste lo que cueste -la respiración agitada de la menor se fue calmando paulatinamente hasta que no fue más que un pequeño sofoco- nadie más te hará daño ni te obligará a hacer algo que no quieres, no mientras yo viva, te lo prometo.

Se mantuvieron así durante varios minutos, brindándose, sin palabras, un apoyo mutuo que ambas necesitaban urgentemente, en el que no faltaron los mimos y actos de cariño que logaron calmar sus corazones.

—Eres una persona muy buena -se separó un poco, secándose los restos de lágrimas- espero que podáis encontrar a vuestro hermano.

—Seguro que sí, pero tú no debes preocuparte de eso, ¿de acuerdo? -posó sus manos sobre las mejillas contrarias, ayudándola a secárselas, justo antes de que esta saliera corriendo, bajándose de la cama de un salto y dirigiéndose a la parte trasera del biombo- ¿a dónde vas? -interrogó, desconcertada al ver sus repentinas acciones.

—¡Un momento! -respondió desde su escondite, moviendo algunas cosas y provocando ligeros ruidos que se escuchaban por todo el cuarto.

—Si necesitas que te ayude en algo yo...

—¡Ya estoy! -interrumpió, regresando emocionada con sus manos tras su espalda, sosteniendo algo con mucho cuidado que no estaba al alcance de la morena.

—¿Todo bien? -insistía, observando cómo volvía a sentarse sobre la mullida colcha, justo enfrente de ella.

—¡Mira! -extendió y abrió sus manos, mostrándole, finalmente, aquello que había ido a buscar, una amarillenta pastilla de jabón. La mayor, intrigada, levantó una ceja por acto reflejo, no entendiendo del todo lo que pretendía- yo... he pensado en darte un regalo por haber sido tan buena conmigo... -una sonrisa ladina y vergonzosa apareció en su cara- y para que así siempre te acuerdes de mí... -tras escuchar sus palabras, la mujer agarró el jabón, mirándolo por todos lados con extrañeza.

—Gracias... -agradeció, confundida.

—¡No! -rió, arrebatándole el regalo de los dedos- ¡todavía no está listo! -continuó carcajeando, llenando el corazón de la contraria de una calidez y ternura indescriptible que provocó que también riera.

La pelinaranja, dejó el objeto sobre las sábanas, lo rodeó con ambas manos, tapándolo al completo, y cerró los párpados a modo de concentración. Los segundos pasaron y, con ellos, Cassandra pudo percibir unos ligeros movimientos y ruidos debajo de sus falanges hasta que, con gran ilusión, la pequeña levantó su pulgar, de tal forma que sólo ella podía ver y supervisar su creación, dando su tarea por terminada- ya está -suspiró orgullosa, apartando sus manos y dejando libre a aquello que acaba de nacer entre ellas.

Un pequeño animalillo alzó el vuelo en cuanto encontró un hueco por el que salir, soltando agradables silbidos y recorriendo la habitación con velocidad bajo las expectantes miradas de las chicas, colocándose, al terminar de visitar todos los rincones de la estancia, en el hombro de la más mayor, que se quedó boquiabierta admirando su plumaje oscuro.

—Wow.

—¿Te gusta? -se acercó, acariciando suavemente su pequeña cabeza con dos de sus dedos, haciendo que este, disfrutando de sus cariños, cerrara los ojos.

—Es precioso -acercó su índice, notando cómo el ave despertaba y andaba torpemente hasta ponerse sobre este.

—Es tuyo, mientras lo creaba pensaba en ti, por eso eres prácticamente como su madre, y por eso puede llegar a parecerse un poco... -explicaba- es un truco que aprendí yo sola, nunca se lo he contado a nadie.

—¿Y no volverá a convertirse en una pastilla de jabón? -negó.

—No, o al menos no en mucho tiempo -aclaró- mañana ya habrá crecido un poco más, incluso se habrá hecho más fuerte, así os podrá acompañar  y ayudar en vuestra búsqueda.

—Eres increíble, no se cómo agradecerte esto, de verdad...

—¡De ninguna forma!, si aún me siento en deuda con vosotros...

—... vamos a hacer una cosa y así quedaremos en paz, ¿vale? -asintió, poniendo toda su atención en las palabras contrarias- tú serás la que decidas su nombre.

—¿En serio puedo hacer eso? -se puso en pie, saltando de emoción sobre la cama- ¿de verdad?, ¿de verdad?

—¡Claro! -sonrió, contagiándose de su alegría.

—Pues le llamaré... le llamaré... -le miró fijamente, arrugando el entrecejo hasta que una buena idea le vino a la cabeza- "Esmendra" -adjudicó finalmente- de "Esmeralda", que soy yo, y "Cassandra", mi heroína -regresó a su posición anterior, cruzando ambas piernas- ¿qué te parece? -cuestionó, esperando con ansias su aprobación.

—"Esmendra"... -repitió- me encanta, ¿qué te parece a ti? -se giró, hablándole al animal que, sin entender nada de lo que decían, silbó feliz- sí, creo que también le gusta -confirmó, provocando una enorme y hermosa sonrisa en la más joven, la cual sería capaz, incluso, de iluminar hasta el día más nublado.

ArrastradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora