cap36: ALAS

2 1 0
                                    

Se miraban fijamente, insultándose sin necesidad de pronunciar palabra, y esperando a que el contrario hiciera el primer movimiento para comenzar una pelea que no tendría ningún tipo de restricción ni norma.

—Venga, nena, ¿qué pasa?, ¿te ha entrado el miedo? -retaba, seguro de sí mismo y de su experiencia en combate.

—Estoy deseando dejarte inconsciente en el suelo, créeme -comentó, tratando de evitar que el temblor de sus piernas fuera visible para el otro, pues, a pesar de lo que decía, se arrepentía profundamente de haberse empujado a aquella situación.

—Pues vamos allá -se acercó corriendo, lanzando un duro puñetazo que fue esquivado con éxito, en el último momento, y que fue devuelto en forma de gancho, chocando contra su barbilla y tirándole al suelo.

—Levanta, no me digas que ya te he derrotado, nenita -se burlaba, apartando el temor de su mente gracias a la adrenalina que ahora recorría su cuerpo y que le animaba a luchar hasta el final, pasara lo que pasara.

—Ni en tus mejores sueños, Normalucho -se incorporó con agilidad y dio una vuelta sobre sí mismo para propinarle una certera patada en la cabeza a su contrincante, estampándolo contra una de las paredes- ¿ya no eres tan chulo? -observaba con orgullo cómo se retorcía.

—¡Puto cabronazo! -harto de tanto preliminar, y con la cabeza dándole vueltas, se lanzó contra el Caperuza para empezar una intensa batalla en la que la sangre, los moratones y la incipiente falta de visión, provocada por los continuos golpes en sus sienes, no tardaron en hacerse presentes.

—Eres... -respiraba con dificultad, permitiéndose descansar durante unos segundos en cuanto logró separarse del preso, mientras notaba la sangre caer por su nariz, boca y cabellera- eres una nenaza... no me has hecho nada, hasta tu hermana era más fuerte...

—Me... me alegra que digas eso,... porque no quería terminar tan pronto... -él, al igual que el contrario, también estaba destrozado, pero, a pesar de la sangre y el entumecimiento de sus músculos, consiguió mantener mejor la compostura.

—Pues lo siento, pero no tengo tiempo para estas mierdas de niños pequeños -se incorporó del todo y se recolocó la túnica para, acto seguido, ir hacia la esquina de la celda donde previamente había dejado sus pertenencias- ya continuaremos con nuestro duelo cuando nos volvamos a ver en el infierno -agarró su arma y apuntó directamente a la frente de un Len desconcertado- hasta nunca, Grena, pronto te juntarás con tu hermanito mayor.

Desde su posición, y la parálisis que sufría su cuerpo como consecuencia del terror que sentía, pudo ver a cámara lenta cómo el encapuchado apretaba el gatillo con su dedo índice, cerrando sus ojos como acto reflejo y esperando, con miedo, pero también alivio, a recibir el impacto que acabaría con todo.

Los segundos pasaron y el silencio se mantenía en la estancia, sin embargo, en ningún momento se escuchó el ruido del arma al ser disparada. Fue entonces, cuando el menor se atrevió a abrir los ojos lentamente, descubriendo al hombre que había estado a punto de matarle, luchando por zafarse del ataque de un pequeño pero veloz ave.

—¿Ese es...? -murmuró incrédulo, entrecerrando los ojos para tratar de verle.

—¡Joder, con el pajarraco de los cojones! -alzó su pistola y comenzó a disparar en múltiples direcciones con intención de herir del animal el cual, gracias a su agilidad, salió ileso, dejando todas las balas de su cargador incrustadas en la pared o, incluso, traspasándolas donde esta era más fina- ¡déjame en paz de una puta vez! -dio otro manotazo al aire que golpeó directamente al alado y que lo lanzó a la otra punta del cuarto- ¡me cago en Dios! -se quejaba, respirando aliviado al verse libre al fin- esto no ha quedado aquí, Grena, volveré, ¡y me aseguraré de que los dos sufráis las peores de las torturas! -advirtió con furia, saliendo de la zona con prisas y cerrando la puerta con un fuerte golpe.

ArrastradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora