Condujeron por la carretera con tranquilidad o, al menos, así se sentían tres de los cuatro ocupantes del vehículo, pues el cuarto, el mayor, el conductor, miraba constantemente para todos lados, paranoico por si venía la policía y les paraba por cualquier mínima incidencia.
—... Ese chico al que buscáis... ¿quién es? -preguntó la infante, tímida, pero con curiosidad, desde la parte trasera.
—Nuestro hermano -contestó la mujer, girando la cabeza para verla.
—¿Y qué le pasó?
—Desapareció después de una... no importa, cosas de mayores... -reculó- el caso es que pensamos que los Arrastrados lo tienen, pero si no estaba en aquel lugar...
—Creo que yo sé dónde podrían tenerlo -los dos hermanos más jóvenes la miraron inmediatamente, cohibiendo un poco a la pequeña, expectantes y esperanzados por su respuesta.
—¿En serio? -asintió.
—Cuando estaba en el pozo les escuché hablar varias veces de una ubicación y... según decía... si sobrevives a las pruebas que iban a hacerme, te envían allí para... ¿experimentar?, sí, creo que dijeron algo así.
—¿Y podrías decirnos cuál es? -agarró rápidamente un papel y un lápiz de la guantera.
—Claro -comenzó a dictar pacientemente el nombre del lugar sumado a una ubicación relativamente exacta que les serviría para encontrarlo- eso es todo lo que recuerdo, lo siento...
—No te disculpes, lo has hecho genial, muchísimas gracias -le lanzó una enorme sonrisa que fue recibida por la otra con algo de vergüenza.
—No, no, no, no me jodas, ahora no -se quejó el del volante, golpeando este con frustración, mientras se ponía a un lado de la carretera.
—¿Qué haces, por qué frenas? -cuestionó, cambiando su feliz gesto a uno más confuso y preocupado.
—Se ha acabado la gasolina.
—No jodas -irrumpió el más joven, echándose para delante para asomarse entre los asientos delanteros.
—Me temo que sí.
—¿Y qué hacemos?, yo no tengo dinero para otro taxi.
—Ni yo...
El de pelo largo, hastiado por el nuevo imprevisto, se apoyó en el respaldo con frustración, girando su cabeza hacia la ventanilla para buscar alguna solución en el exterior que encontró, sin demasiada dificultad, en forma de cartel.
—Pasaremos aquí la noche -se bajó, siendo seguido por los otros tres para, acto seguido, señalar su descubrimiento.
—¿"Hostal Caridad"? -leyó la chica con desagrado- ¿un hostal de monjas, en serio?
—¿Por qué no?, además, si les damos un poco de pena lo mismo nos dejan las habitaciones gratis y todo.
—Yo... -el menor abrió su boca para mostrar también su descontento con la idea contraria, sin embargo, al percibir por el rabillo del ojo el tímido bostezo de la niña, reculó y cambió de opinión- ... yo pienso que lo mejor será que descansemos, sea donde sea.
—Gracias.
—Bueno, pues nada, a convivir con las emisarias de Dios, viva la democracia -cedió, comenzando a andar junto al resto hacia el lugar que indicaba el anuncio entre quejas y comentarios molestos.
Un edificio de tres plantas se presentó ante ellos, con un aspecto algo viejo y descuidado, pero para nada abandonado, pues, sorprendentemente, habían varias personas andando por sus alrededores.
Entraron en la recepción, una estancia hecha, principalmente, de madera clara que creaba un ambiente bastante acogedor, donde fueron atendidos por una amable y sonriente anciana que vestía unos ropajes oscuros. Esta, apenada, les informó que, sin dinero, no podrían acogerles, pero tras ver su aspecto y sus súplicas, rogando porque unos jóvenes que nunca se habían desviado del camino de Dios tuvieran un sitio caliente donde pasar la noche después de años, permitió que se quedaran, ofreciéndoles dos cuartos y avisándoles de que solo podrían quedarse esa noche, condiciones que fueron aceptadas sin dudar.
Una vez ya tenían ambas llaves en su posesión, fueron hacia sus respectivos y contiguos dormitorios, organizándose de tal forma en la que Cassandra y Esmeralda durmieran juntas en una, y Aslan y Len en la otra. No obstante, antes de que pudieran siquiera terminar de hablar y de aclarar las cosas, la infante le robó las llaves a la chica y, con carácter juguetón, abrió la puerta para entrar, tirándose a la cama con los brazos y las piernas completamente extendidas.
—Pues... buenas noches... supongo... -se despidió de su familia, impresionada pero enternecida por las acciones de su, ahora, compañera de cuarto.
—Buenas noches -murmuró el mayor, besando suavemente su cabellera- si tenéis algún problema avísame, ¿vale? -asintió, y se metió para dentro, cerrando la puerta detrás de sí.
La habitación no era demasiado grande, pero, el simple hecho de tener una cama de matrimonio, una televisión cuadrada y diminuta, y un sillón viejo de cuero, la hacía ver mucho más espaciosa de lo que en realidad era. Sus paredes y el suelo estaban hechos de una madera muy lisa y cálida, las cortinas de la única ventana del lugar, que fueron cerradas inmediatamente, tenían un estampado de espirales de un color amarillo pastel y, al fondo del todo, un gran biombo, que separaba la estancia del "cuarto" de baño, sin nada más que un váter, un lavabo y una estrecha ducha, se hacía presente.
Tras inspeccionar rápidamente toda la habitación, dirigió su mirada a la niña, descubriéndola encima del colchón, boca abajo, en una postura similar a la forma de una estrella con la que ocupaba todo el sitio que su cuerpecito le permitía.
—¿Estás a gusto? -se sentó en una de las esquinas, hablando en un tono bajo, sin querer molestarla demasiado.
—Está blandita -confirmó, sin levantar la cabeza de la cómoda almohada.
—Si quieres puedes quedarte ahí a dormir, yo descansaré en el sillón -ofreció, haciendo el amago de levantarse cuando fue frenada por las suaves manos contrarias, pues su dueña se había sentado nada más escuchar sus palabras.
—Me... -sus mejillas se ruborizaron levemente, sintiéndose incapaz de hacer contacto visual con la mayor- me gustaría que durmieras conmigo... si no te importa...
—Claro que no -sonrió.
—Gracias...
—Espera -la mujer se incorporó, yendo a la zona del baño para rellenar de agua un vaso que había por cortesía y regresar a la cama con este en sus manos, acercándoselo a su compañera que lo tomó y bebió con ansias- cuidado no te atragantes -carcajeó, viendo cómo se lo tragó entero de una sentada- si te apetece más me avisas.
—Gracias...
—¿Quieres más? -negó con la cabeza- de acuerdo, pero que no te de vergüenza pedir si necesitas algo, ¿eh?, que te lo mereces -acarició su cabellera, dejando el vaso en el suelo, al no ver otra alternativa mejor, y recostándose de nuevo con la menor, sintiéndose, por unos instantes, como aquella joven Cassandra que cuidaba de su hermano pequeño hasta quedarse irremediablemente dormida junto a él mientras trataba de leerle algún cuento infantil.
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Arrastrados
Science FictionTras la repentina y sospechosa muerte de su hermano, 3 jóvenes vagan por un mundo lleno de mentiras, misterios y una guerra oculta entre las sombras.