—¿Nos estás pidiendo que nos entreguemos?
—Efectivamente -concluyó- es más, multiplico mi apuesta, si vienes tú por tu propio pie y nos das las pistas necesarias para encontrar y llevarnos a tus hermanos, valoraremos positivamente el salvarte la vida -en su maquiavélica sonrisa, se comenzaron a apreciar unos finos y puntiagudos dientes que brillaban desde el interior de la capucha.
—Curiosa oferta... -rió, imitando su tono burlesco- pero yo no tengo el alma tan podrida como para traicionar a los míos -empezó a andar, dándole la espalda y bajando las escaleras- diles a los Caperuza de mi parte que se vayan a la mierda, y tú también.
—¡No sabes lo que estás haciendo, Cassandra! -le gritó mientras esta desaparecía de su visión al llegar a la planta de abajo- ¡os habéis condenado, tú les has condenado!
Su voz dejó de retumbar entre las paredes del hostal, siendo en ese preciso instante en el que comenzó a correr como si no hubiera un mañana, mirando constantemente hacia atrás y hacia sus alrededores para asegurarse de que, por el momento, no estaba siendo perseguida, hasta que, al fin, pudo reunirse con su grupo aliado, dentro de un coche.
—¡Vamos, vamos, vamos! -exclamaba, sin frenar su ritmo- ¡encended ya el motor! -ordenó, metiéndose a toda velocidad en el asiento del copiloto y cerrando la puerta.
—¿De qué habéis hablado? -interrogó, empezando a conducir en cuanto se colocó.
—Les he mandado a la mierda -apoyó la cabeza contra el respaldo, regulando su agitada respiración- a todos -especificó.
—¿¡Que has hecho qué!? -la miró de reojo, no queriendo apartar demasiado la vista de la carretera, pero encontrándose anonadado por las acciones contrarias.
—¡Quería que nos entregáramos, no, peor, quería que yo os entregara a vosotros!
—Entonces se lo merece -opinó el menor.
—No, claro que no.
—Ahora se habrán enfadado mucho, mucho más... -apuntó la infante desde la parte trasera del vehículo, sin apenas alzar la voz.
—Exacto, hasta Esmerada es más consciente de sus actos que vosotros -recriminaba.
—Bueno, lo hecho, hecho está, no me comas la cabeza -le quitó importancia, cerrando los ojos para relajarse cuando sintió unos labios acercarse a su oreja.
—Yo estoy a favor de lo que le has dicho -le confesó el menor, compartiendo una sonrisa cómplice con su hermana y chocando los puños con orgullo.
—¿Siempre son así? -cuestionó, observando su comportamiento.
—Siempre, Esmeralda, siempre, o incluso peor -asintió, soltando un leve suspiro- ¿entonces a dónde vamos, dónde vamos a dejarla?, ¿habéis pensado en algo?
—¡Yo sí!, se me ocurrió anoche y... -el chico asomó su cuerpo hacia la parte delantera para llegar bien al aparato que les había estado indicando las rutas para poner, con algo de dificultad, una ubicación bastante lejana pero que la familia conocía a la perfección- ... es buena idea, ¿no? -les miró, esperando una aprobación que no tardó en darse, y desviándose de la carretera principal donde se encontraban para poder continuar el viaje hacia ese nuevo destino, sin ninguna clase de percances, pero manteniéndose alerta en todo momento.
Tras varias horas, ya empezando a oscurecer, llegaron a un pueblo sin mucha gente, pero repleto de casas bajas, parques y algún que otro pequeño negocio. Avanzaron a una menor velocidad, para evitar atropellar a los gatos callejeros que se cruzaran con ellos y al resto de ovejas, patos o cerdos que caminaban a sus anchas, y para minimizar los botes del vehículo, pues el liso asfalto de la carretera, hacía rato que se había convertido en un camino de tierra y piedras bastante irregular.
Sin embargo, no fue hasta que llegaron a las afueras del aquel pueblo que aparcaron el coche, donde un edificio bastante colorido y de varias plantas apareció frente a ellos. Una vez se bajaron del automóvil, fueron en dirección a la puerta vallada de la entrada, teñida de un color verde al igual que el resto de rejas que rodeaban el enorme terreno. El más mayor, se adelantó unos pasos y pulsó el telefonillo, esperando pacientemente a que alguien saliera para atenderles.
La pequeña, que hasta el momento se había mantenido tensa y agarrando con fuerza la mano de la mujer, al no saber los planes e intenciones de estos, se atrevió a dar algunos pasos hacia el frente, asomándose así al interior del recinto y descubriendo, en un primer vistazo, un ancho camino de piedra pulida que conectaba con el edificio, justo en el centro, este estaba rodeado por arena, que daba la vuelta al lugar, y tenía sobre ella varias estructuras para escalar, columpios, balancines e, incluso, una gran variedad de balones, viejos, pero bien cuidados. Al no poder ver más allá debido al límite que le ponía las rejas, dirigió de nuevo sus iris al edificio, topándose con un gran cartel en la parte superior en el que se leía "Orfanato Arboleda", no obstante, y para su desgracia, su escasa capacidad del lectura le impidió descifrarlo, viéndose obligada, algo cohibida, a acercarse al de pelo largo para preguntarle por aquello.
—Asl...
—Buenos días -su dulce voz fue opaca por la una persona que apareció al otro lado de la valla- ¿qué querían? -cuestionó amablemente, siendo analizado por la niña que, ante su repentina interrupción, se había sobresaltado levemente.
Este era un hombre anciano, medio calvo, solo teniendo pelo grisáceo a ambos lados de su cabeza, su rostro, lleno de arrugas y con una dulce sonrisa, era capaz de trasmitir un fuerte sentimiento de calidez y tranquilidad, y sus ropajes, un delantal largo y ancho lleno de bolsillos y decorado con dibujos como flores o espirales, y unos pantalones a juego, le hacía parecer como alguien que era lo opuesto a lo negativo y a la agresividad.
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Arrastrados
Science FictionTras la repentina y sospechosa muerte de su hermano, 3 jóvenes vagan por un mundo lleno de mentiras, misterios y una guerra oculta entre las sombras.