cap18: ENCARCELADOS

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Avanzaron por el misterioso lugar, siguiendo los continuos alaridos de dolor que soltaba aquella persona, con un mal presentimiento que era acompañado por las insistentes quejas del más pequeño, el cual era descaradamente ignorado por los otros.

Llegaron a una puerta metálica con tan sólo una sucia ventanita cuadrada en la parte de arriba. El mayor se asomó discretamente, tratando de ver algo entre el denso polvo, descubriendo otro pasillo más, pero diferente al anterior, pues la tenue luz que entraba por el cristal era su única iluminación, dificultando su tarea de observar el interior y obligándole a conformarse con algunas formas que había podido intuir.

Con cautela, posó su mano sobre el alargado tirador e intentó abrirla, pero, tal y como se esperaba, estaba cerrada con llave.

—Mierda -suspiró, sin apartar la vista de la ventana por si veía algo más.

—¿Qué hacemos?

—Pues una explosión, ¿no?, pum y adiós puerta -propuso el menor.

—No podemos hacer eso, nos pillarían en cuestión de segundos -rechazó la mediana.

—¿Y qué hacemos, listilla?

—Tengo una idea -se acercó, apartando a su hermano cuidadosamente de la entrada para tener espacio y agachándose un poco para analizar la cerradura- realmente solo he hecho esto una vez... y salió un poco mal... -acercó su dedo índice, casi metiéndolo en el agujero- pero como esta vez me funcione va a ser brutal -cerró los ojos, respiró hondo y concentró toda su atención en sentir cómo unos finos hilos invisibles salían de la punta de su falange, yendo directamente hacia el hueco y rellenándolo poco a poco de forma compacta hasta que, una vez lo notó lleno y preparado, hizo un veloz movimiento de muñeca con el que logró girar los engranajes y abrir la metálica cerradura tras escuchar un "click"- voila -se incorporó, mostrándoles la entrada abierta con orgullo.

Ahora que tenían el nuevo camino a su disposición, los tres ingresaron en él y entornaron la puerta para sentirse más seguros, siendo entonces el ruido de pequeñas gotas cayendo en el suelo lo único que se escuchaba allí, sin embargo, el olor a putrefacción se les hizo prácticamente insoportable, obligándoles a cubrirse la nariz para evitar que sus estómagos se revolvieran aún más.

—No me trasmite buenas vibras este sitio... -murmuró el del tatuaje- ¿y si esos gritos son de Teo?

—A eso vamos, a descubrirlo -respondió Aslan, tomando su teléfono y encendiendo la linterna para iluminar su alrededor.

El suelo estaba cubierto por una sustancia roja, pegajosa y pestilente, y aquel hedor rodeaba cada centímetro de la estancia, provocándoles numerosas náuseas.

—No... -reculó, dando unos pasos hacia atrás mirando a donde su hermano enfocaba- esto me está dando muy mal rollo... -su voz se entrecortaba, mostrando su estado aterrorizado, y deseando poder volver a casa, dormir y levantarse como si todo aquello hubiera sido solo un mal sueño, una pesadilla horrible.

—Len, no te muevas -trató de frenarle la mujer, sin embargo, el pánico del contrario evadió sus palabras, y el contrario continuó andando hacia atrás hasta que su espalda chocó con algo duro, frío y cilíndrico, eran unos barrotes.

En ese momento, su cuerpo quedó paralizado, notando un sudor frío recorrerle la espina dorsal, pero no fue hasta que dos manos aparecieron de entre los metales y empezaron a palparle el cuerpo, que reaccionó, pegando un gritó desesperado que retumbó por las cuatro paredes y girándose bruscamente, cayendo al suelo, al resbalarse con la sustancia que ahora podían identificar como sangre, y manchándose gran parte de la ropa con esta.

—Vámonos, vámonos -lloraba, aferrándose al brazo de su hermano que se había acercado para socorrerle.

—Tranquilo, relájate... -acarició su cabeza dulcemente, tratando de calmarlo.

—Vámonos, por favor... -insistía.

—Len, respira -la tercera apareció también, poniéndose de cuclillas y agarrando sus mejillas para hacer contacto visual- sé que es muy desagradable, pero tienes que aguantar -las lágrimas no paraban de salir descontroladamente de sus ojos- ¿quieres salvar a Teo? -asintió, tembloroso- pues entonces levántate y pelea por él, demuestra que los normaluchos también pueden combatir en este mundo.

—Cassandra -la llamó, obteniendo su atención- revisa el interior de las celdas e intenta encontrar algo -le ordenó, sin parar de mimar al contrario que parecía estar más relajado.

—Voy -obedeció, levantándose y acercándose a la prisión desde donde salieron las dos extremidades- ¿quién está ahí?, ¿se encuentra bien? -se asomó con cuidado, encontrando a un hombre completamente desfigurado y lleno se sangre proveniente de numerosos puntos de su delgado cuerpo- ¿se encuentra bien? -repitió pacientemente, pero el sujeto no parecía escucharla- ¿sabe cómo podemos sacarle de aquí? -insistía, con la esperanza de que pudiera ayudarles en su búsqueda.

No obstante, todo deseo se quedó en un simple sueño cuando el prisionero corrió hacia ella, estampándose duramente con los barrotes que les separaban y desplomándose en el suelo, comenzando a respirar con mucha dificultar y a convulsionar levemente con los ojos abiertos como platos hasta que, poco a poco, el brillo de estos se fue apagando y los dolorosos espasmos de su cuerpo se fueron deteniendo, quedándose inmóvil en cuanto su organismo dejó de funcionar. La mujer, que había presenciado la desagradable escena expectante, sin poder hacer nada por ayudarle, no pudo evitar sollozar también, temiendo que su hermano estuviera en las mismas circunstancias y que su muerte fuera tan sufrida como aquella. Giró su cabeza, replanteándose si seguir con la investigación o unirse al menor e irse de allí, pues esas imágenes le habían resultado demasiado fuertes y no tenía claro si sería capaz de continuar, dándose cuenta de que, a pesar de su larga experiencia, aún no era plenamente consciente de las barbaridades que aquellos seres podían llegar a hacer, sin embargo, decidió continuar, sin saber por qué, pero sintiendo sus piernas moverse y su mente volver en sí, iluminando con la linterna de su teléfono, más decidida que nunca, todas y cada una de las celdas que habían, encontrándolas, por suerte, completamente vacías, sólo con algunos excrementos y manchas de diferentes sustancias en el interior.

—¿Has terminado? -interrogó, viéndola regresar junto a ellos.

—Sí, no hay nadie más, solo celdas llenas de mierda y un pozo raro -informó en un tono bajo, descubriendo al más pequeño en los brazos de su familiar, en silencio, con la mirada perdida.

—De acuerdo, entonces será mejor que vayamos hacia el otro lado.

Se incorporó lentamente, sin querer alterar al chico que miró a su alrededor algo desorientado, como si acabara de despertar, y empezaron a caminar hacia la salida para volver al punto de partida.

—... ¿Hola?... -una voz desconocida hizo eco en toda la estancia, frenándoles en seco- ... ¿hay alguien ahí...? -preguntó, desconcertando a la familia con su voz aguda e infantil.

ArrastradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora