Capítulo 4

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El lugar olía a whisky y a humo. A Taylor no le resultó desagradable, era parte del ambiente del local.

Un ambiente de luz tenue que iluminaba el escaso escenario. Las mesas redondas y poco más grandes que un plato de postre abarrotaban la sala y, aunque la mayoría estaban ocupadas, apenas había ruido.

Taylor llegó a la conclusión de que en sitios como aquél la gente hablaba susurrando; planeaban romances o disfrutaban de los ya existentes. Era un lugar propio de una película de los años cuarenta.

Esforzándose en no llamar la atención, ocupó una mesa junto a la pared del fondo del local y lo observó entre el humo y los vapores del whisky.

Iba vestida de negro. Vaqueros y camiseta. Se había quitado la chaqueta de cuero con la que se había protegido del frío. Estaba hablando con una mujer guapísima ataviada con un estrecho vestido rojo, que marcaba las curvas de su cuerpo. Su risa retumbó en toda la sala con enorme sensualidad.

Fue entonces cuando Taylor lo vio sonreír por primera vez. Aunque el modo en que sus labios se curvaron e iluminaron su rostro no podía describirse como una simple sonrisa. Era un gesto lleno de diversión, afecto y sentido del humor. Un gesto que hizo que Taylor sonriera también.

Supuso que la bella mujer con la que hablaba debía de ser su amante. Por supuesto, pensó Taylor, una mujer así, llena de secretos y misterios, tenía que tener una amante exótica con la que se encontraba en un lugar oscuro y lleno de humo, ambientado por música triste y sensual.

La escena le pareció tan romántica que de sus labios salió un suspiro.

Ya en el escenario, Gigi le dio un cariñoso pellizco en la mejilla a Karlie.

—Gigi: ¿Ahora te siguen las mujeres?

—Karlie: Es mi loca vecina.

—Gigi: ¿Quieres que pida que la echen?

—Karlie: No —no se volvió a mirarla, pero podía sentir sus enormes ojos azules clavados en ella—. Me parece que es inofensiva.

Los ojos verdes de Gigi se llenaron de un brillo malévolo.

—Gigi: Entonces tendré que fijarme bien en ella. Tengo que ver cómo es la mujer que acosa a mi querida labios de azúcar. ¿No crees, Zayn?

El tipo delgado que se sentaba al piano levantó la mirada de las teclas y sonrió levemente.

—Zayn: Pero no le hagas daño, Gigi. Es muy jovencita. ¿Preparada? —le preguntó a Karlie.

—Karlie: Empieza tú, yo te sigo.

Mientras Gigi abandonaba el escenario, los dedos largos y finos de Zayn comenzaron a hacer magia con las teclas del piano. Karlie se dejó llevar por las notas y, con los ojos cerrados, dejó que la música fluyera.

La melodía lo arrastró. Conseguía hacer desaparecer de su mente las palabras, la gente y las escenas que a menudo la aturdían. Cuando tocaba no existía nada más que la música y el placer de producirla.

Al fondo del local, Taylor se sumergió en la música, se dejó llevar por el melancólico blues. Se dio cuenta entonces de que era muy diferente verla tocar a simplemente escucharla al otro lado de las paredes. La música unida a la imagen tenía mucho más poder, era más conmovedora y mucho más sexy.

Era una música para llorar. Para hacer el amor. Para soñar.

Estaba tan absorta en el escenario, que no vio acercarse a Gigi.

—Gigi: Tú dirás, guapa.

—Tay: Mm —levantó la mirada, distraída, y sonrió levemente—. Es maravillosa. Esta música llega al corazón.

Gigi enarcó una ceja. La muchacha tenía un rostro hermoso; con esa nariz respingona y esos ojos grandes, no parecía una lunática.

—Gigi: ¿Vas a tomar algo o sólo vas a ocupar una mesa?

—Taylor: Ah —claro, pensó, en un lugar así había que consumir—. Es música de whisky —dijo con otra sonrisa—. Quiero un whisky.

Gigi levantó la ceja un poco más.

—Gi: No tienes pinta de tener edad suficiente para pedir un whisky.

Taylor ni siquiera se molestó en suspirar; estaba demasiado acostumbrada a aquella situación. Se limitó a sacar el carné de conducir del bolso y mostrárselo.

Gigi lo observó detenidamente.

—Gigi: Muy bien, Taylor swift, te traeré tu whisky.

—Tay: Gracias —satisfecha, apoyó la barbilla en las manos y volvió a concentrarse en la música y en su vecino.

Unos segundos después se sorprendió cuando Gigi volvió con dos vasos en lugar de uno y se sentó junto a ella.

—Gi: ¿Y qué haces en un sitio como éste, joven Taylor?

Tay abrió la boca, pero enseguida se dio cuenta de que no podía decirle que había ido siguiendo a su misteriosa vecina por todo el Soho.

—Tay: Vivo muy cerca de aquí. Supongo que seguí un impulso —levantó el vaso y señaló con él el escenario—. Me alegro de haberlo hecho —dijo antes de beber.

Gigi la observó detenidamente. Tenía aspecto de animadora de instituto, pero había que reconocer que bebía whisky como un hombre.

—Gi: Vas por ahí a estas horas de la noche tú sola, alguien podría hacerte algo, pequeña.

Taylor la miró por encima del borde del vaso.

—Tay: No lo creo, grande.

Gi asintió.

—Gi: Soy Gigi Hadid —se presentó chocando su vaso con el de Taylor—. Soy la propietaria del local.

—Tay: Pues me gusta mucho, Gigi.

—Gi: Puede ser —dijo con una carcajada—. De lo que estoy segura es de que te gusta mucho mi mujer —añadió mirando al escenario—. No le has quitado los ojos de encima desde que has entrado.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now