Capítulo 18

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Taylor estaba ya inmersa en el trabajo, con la ventana abierta para que entrara la cálida brisa primaveral junto con el caos de la calle.

Observó el primer recuadro de la tira, todavía en blanco. Sólo tenía que comenzar a dibujar porque ya tenía la historia que arrancaría una sonrisa a los lectores mientras desayunaban. La huidiza doña Misteriosa, conocido ya como Elizabeth, estaba encerrada en su cueva escribiendo la gran novela americana. La sexy y malhumorada autora no sospechaba que, agazapada en la escalera de incendios, Alison trataba de leer su trabajo a través de la pequeña rendija de las cortinas, siempre cerradas, y con la ayuda de unos prismáticos.

Taylor sabía que ella misma estaba haciendo algo parecido, aunque más civilizado, con continuas preguntas con las que pretendía averiguar cómo iba la obra de karlie. Como no había conseguido demasiado, se conformó con seguir retratando en sus dibujos a su vecina de enfrente.

Por supuesto en las tiras exageraba despiadadamente tanto sus cualidades positivas como las negativas. Su cuerpo alto y fuerte, los rasgos de su rostro, los ojos fríos. Su grosería, su mal humor y la constante perplejidad que despertaba en él el mundo de Alison.

«Pobrecita», pensó Taylor, «no sabe qué hacer con ella».

Al oír el timbre de la puerta, se puso el lápiz detrás de la oreja y fue a abrir pensando que Blake habría olvidado la llave porque era su hora de bajar a tomar café con ella.

Pero tras la puerta encontró algo que la hizo derretir. Tenía el pelo mojado y no llevaba camisa. La visión de aquellos pectorales hizo que Taylor se humedeciera los labios con la lengua de manera inconsciente.

Llevaba unos vaqueros gastados, un brasier blanco y en la cara un gesto maravillosamente serio.

—Taylor: Hola —consiguió decir mientras se imaginaba a sí misma mordiéndola suavemente—. ¿Te has quedado sin jabón en la ducha?

—karlie: ¿Qué? No, no —había olvidado que ni siquiera había terminado de vestirse—. Quería hacerte un par de preguntas sobre esto —dijo levantando el periódico.

—Taylor: Muy bien, pasa —afortunadamente, Blake  no tardaría en llegar para impedir que Taylor se lanzara a sus brazos—. ¿Por qué no te sirves un café y subes al estudio? Estoy trabajando.

—Karlie: No pretendo distraerte, pero...

—Tay: No te preocupes, nada me distrae —aseguró con tono alegre, mientras comenzaba a subir las escaleras—. Hay bollos de canela si quieres uno.

—Karlie: No —«maldita sea», pensó karlie, y acabó sirviéndose un café con un bollo.

Nunca antes había subido a su estudio porque no iba a verla cuando sabía que estaba trabajando.

Cometió el error de mirar al dormitorio y ver la enorme cama cubierta de cojines de colores. La imaginó agarrándose al cabecero de hierro blanco mientras ella hacía por fin todo lo que deseaba hacer con taylor.

En el aire había un seductor aroma de vainilla.

Tuvo que hacer un verdadero esfuerzo para apartarse de aquellas fantasías y recordar por qué estaba allí.

—Karl; Escucha, Taylor—dijo entrando al estudio—. Dios, ¿cómo puedes trabajar con tanto ruido?

Ella apenas lo miró.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now