Capítulo 14

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Karlie apenas conseguía pegar ojo en toda la noche y las pocas veces que conseguía conciliar el sueño, su mente se llenaba de imágenes en las que se encontraba frente a Taylor, al borde de un precipicio.

Tenía la sensación de que ella lo hubiera llevado hasta allí, donde no tenía otra escapatoria que acercarse a ella y cuando lo hacía, el sueño se volvía tan tremendamente erótico, que cuando por fin conseguía salir de él, estaba excitada, furiosa e invadida por su recuerdo y por su sabor.

No podía comer. Nada le satisfacía porque todo le recordaba a la sencilla cena que habían compartido unas noches antes. Se alimentó tan sólo de café hasta que los nervios y el estómago empezaron a protestar.

Lo que sí hacía era trabajar. Parecía que, cuanto más sufrían sus emociones, más se adentraba en la historia y en sus personajes. Resultaba doloroso arrancar esos sentimientos de su corazón y dejar que los personajes los engulleran ansiosamente.

Recordaba lo que Taylor le había dicho antes de cerrarle la puerta en la cara, que utilizaba todas sus emociones en el trabajo, pero no sabía cómo introducirlas en su vida. Tenía razón y era mejor así. Había muy pocas personas a las que les pudiese confiar sus sentimientos. Sus padres, su hermana, aunque la necesidad que sentía de responder a sus expectativas era demasiado peligrosa. Estaban también Gigi y Zayn, los pocos amigos que se permitía tener y que no esperaban de ella más que lo que ella quisiera darles. Y Cara, que la presionaba cuando necesitaba presión, la escuchaba cuando necesitaba hablar y se preocupaba por ella casi más que ella mismo.

No quería que ninguna mujer se hiciese hueco en su corazón nunca más. Ya había aprendido la lección con Toni y desde entonces no había dejado que nadie se acercara a tan vulnerable territorio.

Con sus mentiras y su traición, aquella mujer le había hecho aprender mucho a los veinticinco años. Desde entonces no creía en el amor, ni perdía el tiempo buscándolo.

Y sin embargo no podía dejar de pensar en Taylor.

La había oído salir varias veces en los últimos tres días. Más de una vez la había distraído el sonido de la risa y las voces procedentes de su apartamento. Ella no estaba sufriendo. ¿Entonces por qué ella sí?

Debía de ser el sentimiento de culpa porque sabía que le había hecho daño, aunque hubiera sido de manera completamente involuntaria. Muy a su pesar, Karlie había quedado fascinada con ella y no había pretendido hacer que se sintiera estúpida, ni herir sus sentimientos. Las lágrimas de una mujer eran capaces de destrozarla por mucho que supiera lo falsas que podían ser.

Pero el llanto de Taylor no le había parecido falso, aquellas lágrimas habían sido naturales como gotas de lluvia.

Sabía que no podría resolver el problema hasta que hubiese arreglado las cosas con ella. Era consciente de que no se había disculpado adecuadamente, así que tendría que volver a hacerlo ahora que Taylor había tenido tiempo de controlar un poco esas emociones que dejaba salir con tal libertad.

No había motivo alguno para que fueran enemigos. Ella era la nieta de un hombre al que Karlie admiraba y respetaba y no creía que Jasper Miller opinase lo mismo de ella si se enteraba de que había hecho llorar a su pequeña.

Lo cierto era que le importaba mucho la opinión de Jasper Miller.

Y también la de Taylor, le dijo una vocecita.

Por eso de pronto se encontró yendo hacia la puerta en lugar de trabajar. La había oído salir hacía ya bastante, así que decidió salir y esperarla en la puerta. Entonces se disculparía de verdad con ella y podrían volver a ser buenas vecinas. Además tenía que devolverle los cien dólares porque, aunque al principio se había divertido con la ocurrencia, ahora hacía que se sintiera como una sinvergüenza.

Pero estaba seguro de que Taylor no tardaría en reírse de lo ocurrido y volver a ser la chica alegre de siempre. Una mujer como ella no podría seguir enfadada por mucho tiempo.

Taylor aún estaba muy enfadada, mientras subía en el ascensor se lamentaba de tener que pasar por delante de la puerta de Karlie para ir a casa, porque cada vez que pasaba por el 3B se acordaba de lo estúpida que había sido y lo estúpida que ella le había hecho sentir.

Tenía intención de sacar la llave antes incluso de salir del ascensor para no tener que entretenerse en el descansillo, pero iba muy cargada con la compra y aún estaba buscándola cuando salió.

Apretó los dientes al verla y la miró con toda la frialdad que pudo.

—Tay —Karlie nunca la había visto mirarla de ese modo, pero la frialdad de sus ojos la hizo estremecer—. Déjame que te ayude con esas bolsas.

—Tay: No necesito ayuda, gracias —habría querido tener tres manos para poder encontrar de una vez las malditas llaves.

—Karlie: Yo creo que sí, si vas a seguir buscando en el bolso —dijo intentando sonreír cuando por fin consiguió quitarle una de las bolsas—. Escucha, ya te he dicho que lo siento. ¿Cuántas veces tengo que disculparme para que quites esa cara de enfado?

—Tay: Vete al infierno —replicó ella—. Dame la bolsa —le ordenó una vez tuvo la llave en la mano.

—Kar: Te la llevaré a la cocina.

—Tay: He dicho que me des la bolsa —forcejeó con ella y al ver que no podía, se dio media vuelta—. Muy bien, entonces quédatela.

Abrió la puerta y se disponía a cerrarla de golpe cuando Karlie la sujetó. Sus ojos se encontraron y Karlie creyó ver violencia en los de ella.

—Kar: Ni se te pase por la cabeza —le advirtió—. Yo no soy una atracadora desnutrida.

Taylor sabía que de todos modos podría hacerle daño, pero se dio cuenta de que eso sería hacerle parecer más importante de lo que quería que fuera. Así pues, dejó que le llevara la bolsa a la cocina y ella hizo lo mismo con la suya.

—Tay: Gracias. ¿Quieres una propina?

—Kar: Muy graciosa. Antes dejemos solucionada otra cosa —dijo al tiempo que se sacaba cien dólares del bolsillo—. Aquí tienes.

Taylor miró el dinero sin el menor interés.

—Lali: No voy a aceptarlo. Eso dinero te lo ganaste. De hecho, te debo otros cincuenta, ¿verdad?

Karlie apretó la mandíbula con furia al ver que echaba mano de su bolso.

—Karlie: Ya está bien, Taylor. Toma el dinero.

—Taylor: No.

—Karlie: He dicho que agarres el maldito dinero —la agarró de la muñeca y se la hizo girar para ponerle el dinero en la mano.

Se quedó atónita al verla convertir en confeti un billete de cien dólares.

—Tay: Ya está. Problema resuelto.

—Karlie: Eso ha sido una solemne estupidez —dijo después de respirar hondo para intentar mantener la calma.

—Tay: Bueno, ¿para qué cambiar? Ahora ya puedes marcharte.

Su voz sonó tan ecuánime, que Karlie se habría ido de no haber visto el modo en que le temblaban los dedos mientras guardaba la compra en los armarios. Aquel simple temblor hizo que toda su furia desapareciera y sólo quedara la culpa.

—Karlie: Tay, lo siento —la vio titubear antes de colocar el siguiente bote—. Se me fue de las manos y no hice nada por pararlo. Pero debería haberlo hecho.

—Tay: No tenías por qué mentirme; te habría dejado en paz si me lo hubieras pedido.

—Kar: No te mentí, o al menos no pretendía hacerlo. Es cierto que dejé que creyeras algo que no era cierto. Quiero tranquilidad, la necesito.

—Tay: Pues ya la tienes. No soy yo la que se ha colado en tu apartamento a la fuerza.

—Karlie: No, es cierto —hundió las manos en los bolsillos—. Te he hecho daño y no debería haberlo hecho. Lo siento mucho.

Taylor cerró los ojos al sentir que la puerta que había prometido mantener cerrada comenzaba a abrirse.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now