Capítulo 31

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Taylor lamentaba que la visita a Hyannis hubiera puesto a Karlie de mal humor. Un humor que no había cambiado del todo ni siquiera una semana después de volver a Nueva York.

Admitía que era una persona complicada, pero ahora que sabía por lo que había pasado, comprendía que no pudiera ser de otro modo. Una mujer tan sensible y con tanto corazón tardaría un tiempo en volver a confiar en alguien, en volver a sentir.

Taylor esperaría.

No podía evitar que le doliera cada vez que se apartaba de ella demasiado rápido, o cuando se refugiaba en su trabajo, en la música o en los largos paseos que había empezado a dar a las horas más intempestivas. Paseos durante los que le había dejado muy claro que prefería estar solo, que no quería compartirlos con ella.

Trató de convencerse de que el trabajo le estaba dando problemas, aunque ya nunca hablaba de la obra con ella. Suponía que karlie no la creía capaz de comprender el dolor, la alegría y la frustración de su trabajo o las partes de su ser que acababa acaparando por completo. Eso también le dolía, pero se esforzó en aceptarlo.

Siempre le había resultado más fácil mentirse a sí misma que a los demás.

Por su parte, el cómic había dado un nuevo giro y cada vez le exigía más tiempo y más energía. La reunión que había tenido justo antes de irse a Hyannis había sido muy importante, pero no había hablado a nadie de ella. Ni a su familia, ni a sus amigos, ni a su amante.

Seguramente por superstición no había querido contárselo a nadie para no estropearlo antes de que fuera real.

Ahora ya lo era.

Al salir del taxi que la había dejado frente a su edificio, se llevó la mano al pecho y sintió cómo el corazón latía desbocado. Ahora era real y se moría de ganas de contárselo a todo el mundo.

Quizá diera una fiesta para celebrarlo. Una gran fiesta con música, alegría y mucho ruido. Tenía que llamar a sus padres, a toda su familia y tenía que encontrar a Blake para gritar juntas. Pero antes debía decírselo a Karlie.

Llamó a su puerta con ambas manos. Sabía que estaría trabajando, pero no podía esperar. Seguro que Karlie lo comprendía.

Tenían que celebrarlo juntos, beber champán en mirad de la tarde, emborracharse y hacer el amor como locas.

Cuando por fin abrió la puerta, los ojos de Taylor brillaban como el sol.

—Tay: ¡Hola! Acabo de volver. No te vas a creer lo que tengo que contarte.

Karlie estaba sin bañar, con el pelo enmarañado y molesta de que, con sólo verla, su mente se alejara del trabajo que tenía entre manos.

—Karlie : Estoy trabajando, Taylor.

—Tay: Lo sé y lo siento, pero si no se lo cuento a alguien, voy a explotar —le tocó el rostro con las manos—. Creo que te vendría bien tomarte un descanso.

—Karlie: Estoy en medio de algo —comenzó a decir, pero ella ya había pasado hasta el salón.

—Tay: Seguro que no has comido nada en todo el día. ¿Quieres que te prepare un sándwich y así...?

—Kar: No quiero que me prepares nada —oyó la tensión de su propia voz, pero no se molestó en suavizarla, simplemente se limitó a servirse otro café—. No tengo tiempo, Taylor, quiero seguir trabajando.

—Taylor: Pero tienes que comer algo —lo oyó subir las escaleras y fue tras karlie—. Está bien, olvídate del sándwich, tengo que contarte dónde he pasado el día. Dios, Karlie, esto parece una tumba —se acercó de manera instintiva a abrir las cortinas para que entrara un poco de luz.

—Karlie: Deja eso. Maldita sea, Taylor.

Se quedó paralizada unos segundos, después bajó la mano muy despacio. Karlie estaba ya sentada al ordenador, inmersa en su trabajo y dándole la espalda. No le importaba nada de lo que ella tuviera que contarle.

—Taylor: Te resulta muy fácil actuar como si no estuviera aquí —murmuró.

A Karlie no se le escapó el tono dolido de su voz, pero se negaba a sentirse culpable.

—Karlie: No es fácil, pero en este momento necesito hacerlo.

—Taylor: Sí, ya sé que estás trabajando y que no comprendes cómo puedo tener la desfachatez de interrumpirte en tu gran tarea de genio, algo que jamás podría entender.

Levantó la mirada hacia ella con irritación.

—Karlie: Tú puedes trabajar rodeada de gente, yo no.

—Taylor: También te resulta muy fácil obviarme aunque no tengas que trabajar.

Se alejó de la mesa y giró la silla hacia ella.

—Karlie: No estoy de humor para discutir.

—Tay: Por supuesto, lo más importante es tu estado de ánimo. Si estás de humor para estar conmigo o para estar sola, para hablar o para estar callada, para tocarme o para alejarte de mí.

Había algo en su voz que desató el pánico dentro de ella.

—Kar: Si no te gustaba, deberías haberlo dicho.

—Tay: Tienes toda la razón del mundo. Te lo digo ahora, Karlie, no me gusta que me trates como si fuera una molestia que puedes echar a un lado fácilmente y luego volver a utilizar cuando tengas un momento libre. No me gusta que no te preocupe lo más mínimo si tengo algo que contarte.

—Karlie: ¿Quieres que deje de trabajar para que puedas contarme que has pasado el día de compras y comiendo con alguno de tus amigos?

Taylor abrió la boca, pero volvió a cerrarla sin llegar a decir nada.

—Karlie: Lo siento —dijo ella, furiosa consigo misma, y se puso en pie—. Estoy llegando al final y ando un poco tensa —se pasó las manos por el pelo, ella seguía sin moverse mirándolo con ojos heridos—. Vamos abajo.

—Tay: No, tengo que irme —no quería echarse a llorar delante de ella—. Tengo que hacer unas llamadas y me duele mucho la cabeza —dijo llevándose una mano a la sien—. Creo voy a tomarme una aspirina y a echarme un rato.

Sólo dio un paso hacia la escalera antes de que karlie la agarrara del brazo.

—Kar : Tay...

—Tay: No me encuentro bien, Karlie. Me voy a casa.

Se soltó de ella y bajó las escaleras a toda prisa. Karlie cerró los ojos al oír el portazo que dio al salir.

—Karlie: Estúpida cretina —murmuró apretándose los párpados con los dedos.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now