Capítulo 6

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Y así fue como se le hicieron las dos de la mañana antes de poder volver al edificio con Tay, cada uno a su respectivo apartamento.

Karlie tenía aún en la boca el terrible sabor del café de comisaría y un incipiente dolor de cabeza amenazaba con no dejarle dormir.

—Tay: Fue emocionante, ¿verdad? Todo lleno de policías y detectives. La verdad es que resultaba difícil distinguir a los unos de los otros. Bueno, los detectives llevaban corbata. La verdad es que han sido muy amables al enseñármelo todo. Deberías haber venido. Las salas de interrogatorios eran tal y como las imaginaba. Oscuras y escalofriantes.

Debía de ser la única persona en el mundo capaz de encontrarle el lado positivo a un atraco.

—Tay: Aún estoy nerviosa —dijo entonces—. ¿Tú no? ¿Quieres galletas? Todavía me quedan bastantes.

Mientras sacaba las llaves, Karlie pensó en no hacer el menor caso a su invitación, pero un rugido en el estómago le recordó que hacía más de seis horas que no comía nada. Y sus galletas eran una especie de milagro.

—Kar: Bueno.

—Tay: Genial —abrió la puerta de su casa y se descalzó antes de ir hacia la cocina—. Te las pondré en un plato para que puedas comerlas a solas en tu apartamento, pero no hace falta que esperes afuera.

Karlie entró dejando la puerta abierta a su espalda. Era de imaginar que su casa fuera un lugar alegre y lleno de toques de buen gusto. Echó un vistazo a su alrededor mientras ella ponía algunas galletas en un plato sin dejar de parlotear ni un momento.

—Kar: Hablas mucho.

—Tay: Lo sé. Sobre todo cuando estoy nerviosa.

—Kar: ¿Alguna vez estás tranquila?

—tay: De vez en cuando.

Se fijó en las fotos enmarcadas que había sobre un mueble, varios pares de pendientes, unos zapatos en el suelo, una novela romántica y el olor a flores frescas. Todo encajaba con ella a la perfección, pensó en el momento en que su vista se detuvo en una tira de cómic.

—kar: Amigos y vecinos —dijo, y después se fijó en la firma. Taylor—. ¿Es tuyo?

—Tay: Sí. Ése es mi cómic, pero supongo que no dedicarás mucho tiempo a leer cómics, ¿verdad?

Karl distinguía una pulla con sólo oírla, así que se volvió a mirarla y, quizá fuera por culpa de la hora o del cansancio, pero lo cierto era que la vio sencillamente encantadora y atractiva.

—Kar: ¿Scott Swift, el autor de Macintosh, es tu padre?

—Tay: Sí.

Kar se acercó a la barra que separaba la cocina del salón y agarró un par de galletas del plato.

—Kar: Me gusta su trabajo.

—Tay: Me alegro —al ver que agarraba más galletas, Tay le dijo—: ¿Quieres un vaso de leche?

—Kar: No. ¿Tienes cerveza?

—Tay: ¿Con las galletas? —hizo una mueca de asco, pero le sacó una cerveza de la nevera—. Espero que sea de tu agrado, es la que le gusta a Ryan.

—Karl: Ryan tiene muy buen gusto. ¿Es tu novio?

—Lali: Supongo que eso significa que yo sí soy de las que tienen novios, pero no. Es el marido de Blake. Blake y Ryan viven justo debajo de ti, en el 2B. Hoy he salido a cenar con ellos y con el aburrido del primo de Blake, Frank.

—Kar: ¿Era ese sobre el que farfullabas cuando llegaste a casa?

—Tay: ¿Estaba farfullando? —preguntó frunciendo el ceño. Hablar en voz alta era otra costumbre que Tay intentaba quitarse desde hacía tiempo—. Puede ser. Es la tercera vez que Blake me enreda para salir con Frank. Es corredor de bolsa, treinta y cinco años y guapo, si te gustan los tipos de mandíbula ancha y frente pronunciada. Tiene un BMW descapotable, un apartamento en el Upper East Side y una casa de veraneo en los Hamptons, suele llevar trajes de Armani, le gusta la comida francesa y tiene los dientes perfectos.

Karlie sonrió con interés, a su pesar.

—Karlie: ¿Y qué haces que no estás casada y buscando un dúplex en el que vivir con él?

—Tay: Ése sería exactamente el sueño de Blake. Primero, no tengo el menor interés en casarme y vivir en un dúplex y segundo y más importante, preferiría vivir en un hormiguero que con Frank.

—Kar: ¿Qué tiene de malo?

—Tay: Que me aburre —afirmó, pero entonces hizo un gesto de pesar— Soy muy mala.

—Kar: ¿Por qué? A mí me pareces sincera.

—Tay: Lo soy —dijo al tiempo que agarraba una segunda galleta—. La verdad es que es buena persona, pero no creo que haya leído un solo libro, ni visto ninguna película en los últimos cinco años. Verá alguna que otra en la tele, pero ninguna película de verdad y sin embargo se atreve a criticarlas.

—Kar: Wow ni siquiera lo conozco y ya me aburre.

Eso la hizo reír.

—Tay: Dicen que se mira en las cucharas para comprobar que tiene el pelo en orden y podría pasarse la vida entera hablando de las cotizaciones de la bolsa. Y, por si eso fuera poco, besa como un pez.

—Kar: Vaya —había olvidado por completo que tenía intención de agarrar el plato de galletas y huir a su apartamento—. ¿Y cómo se supone que besan los peces?

Tay hizo una enorme «O» con la boca y luego se echó a reír.

—Tay: Los peces no se besan, pero si lo hicieran, sería algo así. Hoy he estado a punto de escapar sin tener que pasar por tal experiencia, pero entonces ha intervenido Blake.

—Karlie: ¿Y no se te ha ocurrido decir que no?

—Tay: Claro que se me ha ocurrido —dijo con una sonrisa de vergüenza y autocrítica—. Pero nunca consigo hacerlo. Blake me quiere y, por alguna razón que aún no alcanzo a comprender, también quiere a Frank y cree que hacemos la pareja perfecta. Ya sabes cómo es cuando alguien te pone en una situación así con toda su buena intención.

—Kar: No, no lo sé.

Taylor la observó inclinando la cabeza. Le vino a la mente la imagen de su apartamento vacío. Parecía que no tenía ni muebles ni familia.

—Tay: Pues es una lástima porque, aunque a veces resulte muy molesto, yo no lo cambiaría por nada del mundo.

—Kar: ¿Qué tal la mano? —le preguntó al ver que se frotaba los nudillos.

—Tay: Ah. Todavía me duele un poco. Mañana me va a costar trabajar, pero aprovecharé la experiencia para hacer alguna tira.

—Peter: No me imagino a Alison tumbando a un atracador de un puñetazo y una patada.

Una enorme sonrisa iluminó el rostro de Taylor.

—Tay: Entonces lo lees.

—Kar: De vez en cuando —de pronto pensó que era preciosa y estaba llena de vida. Empezaba a resultarle muy tentadora la idea de comprobar si sus labios eran tan deliciosos como sus galletas.

Seguramente eso era lo que ocurría cuando uno acababa comiendo galletas caseras en mitad de la noche con una mujer que se ganaba la vida viendo el lado más positivo de la vida.

—Kar: No tienes la ironía de tu padre, ni el genio artístico de tu madre, pero tienes un cierto talento para reflejar el absurdo.

Tay soltó una breve carcajada.

—Tay: Vaya, gracias por la crítica.

—Kar: De nada —dijo agarrando el plato—. Gracias por las galletas.

Lali lo vio alejarse hacia la puerta. Se iba a enterar del talento que tenía para el absurdo cuando viera los siguientes números del cómic.

—Lali: Oye.

Él se detuvo y la miró.

—Kar: ¿Qué?

—Tay: Supongo que tendrás nombre, apartamento 3B.

—Kar: Sí, claro que tengo nombre, 3A. Es... Karlie—agarró la cerveza y el plato con la misma mano y con la otra cerró la puerta tras de sí.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now