Capítulo 26

56 10 1
                                    

Era más de medianoche cuando Austin se marchó al hotel, por lo que Taylor pensó que lo más sensato sería meterse en la cama, apagar la luz y dormir un poco, ya que la noche anterior apenas lo había hecho.

Así que cruzó el descansillo y llamó a la puerta de Karlie.

Ya pensaba que se había ido a la cama o al club cuando oyó que se abría el cerrojo.

—Tay: Hola.

Karlie miró hacia su casa.

—kar: ¿Y tu hermano?

—Tay: Se ha ido al hotel. He abierto una botella de coñac y me preguntaba si te apetecía...

No pudo terminar la frase porque Karlie la agarró de la mano, tiró de ella hacia el interior de la casa y comenzó a besarla apasionadamente en cuanto hubo cerrado la puerta a su espalda.

—Tay: Supongo que no quieres coñac —consiguió decir con la voz entrecortada, mientras karlie le besaba el cuello y le desabrochaba la camisa.

Karlie no había podido controlar la necesidad que se había apoderado de ella nada más verla al otro lado de la puerta. No podía dejar de besarla y sabía que no podría aguantar mucho más antes de poseerla por completo.

Ella se entregó a la pasión con igual desenfreno. Echó la cabeza hacia atrás en un gesto de abandono cuando sintió que su boca bajaba y bajaba, dejando a su paso un sinfín de escalofríos de placer. No era posible sentir algo semejante, ése fue el último pensamiento coherente de Taylor antes de que la lengua de Karlie le hiciera perder el aliento y la cabeza.

Oyó el grito de éxtasis que salió de sus propios labios cuando, con la espalda apoyada en la puerta, se abrió a ella y al placer que le daba. Se deshizo en su boca, pero ella continuó hasta que su cuerpo empezó a estremecerse de nuevo.

Karlie la oyó gruñir cuando comenzó a subir por su anatomía, recorriendo su piel con la lengua, saboreando su erótico sabor. La llevó a la butaca y, con los ojos clavados en los suyos, la sentó encima de sí, adentrándose en el húmedo calor de su cuerpo.

Sus gemidos se convirtieron en uno solo. Ahora era Taylor era la que marcaba el ritmo y lo hacía con auténtica maestría, arrastrándola al borde del delirio. Karlie tuvo que aferrarse a un pensamiento para no perder el control por completo y conseguir esperarla hasta que llegó el momento de liberarse juntas, de derretirse la una en el otra y dejarse llevar por el placer más absoluto, un instante en el que no supo dónde terminaba su cuerpo y comenzaba el de taylor.

Al sentir su rostro apoyado en el hombro y su respiración rozándole el cuello recordó lo que le había dicho, que nadie la había tocado antes como ella.

Nadie le había hecho sentir a karlie lo que ella le hacía sentir. Pero, a pesar de lo hábil que era con las palabras por escrito, no tenía la menor idea de cómo decirle algo así.

—Karlie: He estado toda la noche pensando en esto —eso era algo que podía decir sin correr el menor riesgo.

—Tay: Y pensar que he estado a punto de irme a la cama —dijo ella con un suspiro de satisfacción—. Sabía que esta butaca era perfecta para ti.

Ambas se echaron a reír, pero entonces Taylor le agarró el rostro con ambas manos y la miró a los ojos.

—Taylor: Karlie …—fue todo lo que dijo antes de besarla.

Aquel cálido beso le estremeció el alma y le hizo desear algo en lo que no quería creer. Sintió que estaba cruzando la delgada línea que separaba el deseo de la necesidad y que se acercaba aterradoramente al amor.

Taylor suspiró al apoyar la mejilla sobre la suya.

—Karlie: Estás helada.

—Tay: Un poco —cerró los ojos y se recordó que no siempre se podía tener todo lo que se deseaba—. Y muerta de sed. ¿Quieres agua?

—Kar: Sí, yo la traeré.

—Tay: No te preocupes —se levantó suavemente—. ¿Tienes una bata?

Karlie trató de sonreír para no pensar en la sensación de pérdida que la había invadido al notar que sus cuerpos dejaban de estar en contacto.

—Kar: ¿A qué viene esa obsesión con las batas?

—Tay: Olvídalo —optó por ponerse la camisa de Karlie, que había quedado en el suelo—. Le has caído muy bien a Austin —comentó al tiempo que iba a la cocina.

—Kar: Él a mí también —no podía dejar de mirarla mientras ella servía los vasos de agua para después volver a su lado y acomodarse en su regazo como un gato.

—Tay: ¿Qué te parecería hacer un viajecito? —le dijo entonces.

—Karlie: ¿Un viaje?

—Tay: Sí. Austin va a ir a Hyannis a visitar a nuestros abuelos, y se me ha ocurrido que podríamos acompañarlo. El abuelo Jasper siempre se queja de que nunca vamos a verlos. Es un lugar maravilloso; la casa es... no sé ni cómo describirla, pero sé que te gustará. Y ellos también son estupendos. ¿Qué me dices, Kloss?

—kar: Parece una reunión familiar —le resultó extraño, pero lo cierto era que no le gustaba nada la idea de estar sin ella ni siquiera un par de días.

—Tay: Al abuelo le encanta que vaya gente. Tiene más de noventa años, pero rebosa energía por los cuatro costados.

—Kar: Lo sé. Es un hombre fascinante. Y tu abuela también —la vio fruncir el ceño y enseguida se lo explicó— Los conozco. Son amigos de mis padres.

—Tay: ¿Sí? No lo sabía. Ya te he dicho lo complicada que es mi familia, ¿verdad? Los Miller, los Accardi, los Swift.

—kar: No empieces, por favor, que me pitan los oídos.

Taylor se echó a reír y le dio un beso en cada oreja.

—Tay: Bueno, pues si los conoces a ellos y a Austin, no te sentirás entre desconocidos. Ven conmigo —fue bajando de la oreja al cuello—. Será divertido.

—Karlie: También sería divertido quedarnos en esa butaca.

—Tay: En el palacio de mi abuelo hay multitud de habitaciones —le dijo con voz tentadora—. Y muchas de ellas tienen... cama.

—Kar: ¿Cuándo nos vamos?

—Tay: ¡¿De verdad?! —preguntó, entusiasmada—. Pasado mañana. Podemos alquilar un coche.

—Kar: Yo tengo coche.

—Tay: Ah —la miró a los ojos con curiosidad.

—Kar: Espero que te gusten los coches familiares.

—Tay: Claro, siempre es bueno tener un vehículo fuerte y fiable —dijo sin demasiada convicción.

—Kar: Entonces supongo que no aprobarás que tenga un Porsche.

—Tay: ¿Un Porsche? No me digas que es descapotable.

—Karlie: Por supuesto.

—Tay: ¡Dios! ¿Me dejarás conducir?

—Karlie: ¡Claro!... cuando se hiele el infierno.

—Tay: Oye, conduzco muy bien.

—Kar: No lo dudo —decidió que era más inteligente distraerla que intentar convencerla, así que le quitó el vaso de la mano y comenzó a acariciarle la espalda—. ¿Qué crees que podríamos hacer si reclináramos el respaldo de la butaca?

—Tay: Mm... se me ocurren un par de cosas increíbles —estiró el cuello para que ella pudiera besárselo cómodamente—. ¿Sabes que mi abuelo es el propietario del edificio?

—Kar: Claro, fue él el que me ofreció este apartamento cuando se enteró de que estaba buscando casa en la ciudad.

—Tay: ¿Él mismo te lo alquiló? —los movimientos de su lengua consiguieron que abandonara una idea que le había pasado fugazmente por la cabeza—. ¿Cuándo... ¡Dios, qué bien lo haces!

—Kar: Gracias. Pero te voy a enseñar otra cosa que hago aún mejor.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now