Capítulo 12

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Como no quería parecer ansiosa, Taylor siguió trabajando el resto de la mañana y no paró hasta las dos, momento en el que se le ocurrió que quizá a su vecina le apeteciera tomarse una taza de café con ella o salir a dar un paseo.

Esa mujer tenía que salir de su apartamento más a menudo y aprovechar todo lo que ofrecía la ciudad.

Lo imaginó encerrada en aquella casa vacía, preocupado por las facturas que no podía pagar porque no tenía trabajo. Pero Taylor estaba segura de poder ayudarla.

Justo en el momento en que se puso en pie para darse un toque de maquillaje, escuchó las primeras notas del saxo y sintió un escalofrío.

Karlie merecía un descanso, tenía que encontrar algo que le demostrara que la vida estaba llena de sorpresas y ella quería ayudarlo porque había algo en ella, en esa infelicidad que adivinaba en sus ojos, que la atraía enormemente. Sentía la necesidad de hacer desaparecer esa tristeza de su mirada.

Al menos ya había conseguido hacerle reír y, si lo había conseguido una vez, podría hacerlo de nuevo.

Deseaba volver a verla reír, verle sonreír cuando ella hacía o decía algo que lograba traspasar esa coraza de cinismo con la que se protegía.

Y si al hacerlo encendía cierta chispa sexual, tampoco estaría nada mal.

Estaba bajando las escaleras cuando sonó el timbre de la puerta del edificio.

—Tay: ¿Sí?

—Busco a Karlie. ¿Es el 3A?

—Tay: El suyo es el 3B.

—Maldita sea, ¿entonces por qué no contesta?

—Tay: Probablemente no lo oiga porque está tocando.

—¿Podrías abrirme, querida? Soy su agente y tengo un poco de prisa.

—Tay: Su agente —si tenía una agente, Tay quería conocerla porque ya se le habían ocurrido más de una docena de personas con las que ponerlo en contacto para encontrar trabajo— Claro. Sube.

Apretó el botón y después abrió la puerta de su apartamento para verla.

La mujer que salió del ascensor unos segundos después tenía aspecto de profesional de éxito, pensó Taylor con cierta sorpresa. Era delgada, de rasgos marcados, larga melena rubia y ojos intensamente verdes en los que se reflejaba su impaciencia.

Se movía con la precisión de una bala y llevaba un maletín de piel que debía de costar más que el alquiler de muchas casas. ¿Cómo era posible que un tipo sin trabajo tuviera una agente que podía permitirse ese tipo de lujos de diseño?

—¿3A?

—Tay: Sí, me llamo Taylor.

—Cara Delevigne. Gracias, Tay. Es que mi cliente no contesta al teléfono y parece haber olvidado que teníamos una cita para comer en el Four Seasons.

—Tay: ¿El Four Seasons? —preguntó, asombradael lugar era costoso—. ¿El de Park Avenue?

—Cara: ¿Hay otro? —dijo apretando el timbre del 3B—. Mi querida Kloss tiene muchísimo talento, pero a veces es imposible.

—Tay: Kloss —en sólo unos segundos Taylor pasó de la confusión a la sorpresa—Karlie Kloss—dijo mientras la vergüenza y la rabia se iban apoderando de ella— La escritora de Una maraña de almas.

—Cara: El mismo —dijo con orgullo—. Vamos, Kloss, abre la maldita puerta. Cuando me dijo que iba a quedarse un par de meses en la ciudad pensé que me resultaría más fácil tenerlo localizado, pero sigue siendo igual de difícil. Bueno, por fin.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now