Capítulo 17

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Con el pelo aún mojado después de la ducha, Karlie se sentó en la cocina en uno de los taburetes que Taylor había insistido en dejarle.

Echó un vistazo al periódico mientras degustaba unos cereales con leche que también le había dado Taylor después de ver el estado de abandono de los armarios de su cocina. Según le había dicho, hasta un completo torpe de la cocina podía servir unos cereales y un poco de leche fría en un cuenco y cortar un plátano como acompañamiento.

Karlie había decidido no ofenderse, aunque no se consideraba tan torpe como taylor creía. Después de todo había preparado una ensalada ella sola, ¿no? Mientras, taylor había hecho algo delicioso con unas simples chuletas de cerdo. Era una cocinera increíble que en pocos días había conseguido que a karlie dejaran de apetecerle los sándwiches de los que a menudo se alimentaba.

A Taylor no parecía molestarle que no hubieran salido a cenar desde aquella primera cita, pero Karlie imaginaba que no tardaría en hartarse de cocinar y querría ir a algún restaurante.

Normalmente la gente empezaba a necesitar cambios cuando la novedad se convertía en rutina y Karlie  suponía que ellas dos tenían ya una especie de rutina. Durante el día cada una estaba en su respectivo lugar, excepto las veces que Taylor había pasado a verla y a convencerla de que saliera un poco, al mercado, a comprar una lámpara o simplemente a dar un paseo.

Echó un vistazo a la rana de bronce que sostenía la tulipa triangular de la lámpara del salón. Aún no comprendía cómo se había dejado convencer para comprar aquella cosa, o para pagar a la señora Julia por una butaca de la que quería deshacerse. Cosa comprensible porque, ¿quién querría tener en su salón una butaca reclinable amarilla y verde?

Pues parecía que ella y, a pesar de su terrible estética, era sorprendentemente cómoda.

Y, por supuesto, si tenía una butaca y una lámpara, necesitaba una mesa. La que ella tenía ahora era una sólida pieza de madera que necesitaba urgentemente una mano de pintura y que, según Taylor, había sido una verdadera ganga. Cómo no, Taylor tenía un amigo que se dedicaba a restaurar muebles y con el que no había dudado en ponerlo en contacto.

También tenía una amiga florista, lo que explicaba que en la cocina de Karlie hubiera ahora un jarrón con margaritas amarillas.

Otra amiga pintaba escenas de Nueva York y las vendía en la calle, unos cuadros que, según Taylor animarían un poco las paredes del apartamento. Karlie le había dicho una y mil veces que no quería animar nada, pero lo cierto era que ahora tenía dos acuarelas originales bastante buenas.

Ya estaba empezando a hablar de alfombras.

Karlie no comprendía cómo lo hacía. Hablaba y hablaba hasta que de pronto ella se descubría sacando la cartera.

También le había hecho ver que si iba a vivir en un lugar, al menos debía estar limpio. Así había sido como había acabado dedicando a limpiar toda una tarde lluviosa de domingo en la que debería haber estado escribiendo.

Aquel día había estado a punto de llevársela a la cama, pero se había quedado sin habla al ver el estado de su dormitorio y el deseo había dejado paso a un discurso. Según le había dicho, debía tener más respeto por el lugar en el que dormía y trabajaba. No entendía por qué tenía las cortinas cerradas, ¿acaso le gustaban las cuevas? También le había preguntado si tenía algún tipo de convicción religiosa que le impedía lavar la ropa.

Karlie la había agarrado desprevenida y la había hecho callar de la mejor de las maneras. Si no hubieran tropezado con una montaña de ropa sucia de camino a la cama, seguramente no habrían acabado la tarde en la lavandería.

Tenía que reconocer que todo aquello tenía sus ventajas. Le gustaba estar en un lugar limpio, a pesar de que normalmente no se fijaba en si estaba desordenado. Le gustaba acostarse en sábanas recién lavadas, aunque habría preferido que Taylor hubiera estado también allí.

Hasta la frustración sexual estaba resultándole provechosa porque no paraba de escribir. Quizá la obra hubiera experimentado un giro, pues de algún modo había acabado centrándose más en el personaje femenino, una mujer ingenua y entusiasta, llena de vida y optimismo que se dejaría seducir y acabaría sufriendo por un hombre que no tenía ninguna de esas cualidades. Un hombre que no podría evitar arrebatarle todo eso para después dejarla destrozada.

Los paralelismos entre lo que escribía y la realidad eran más que evidentes, pero Karlie se negaba a preocuparse por ello.

Tomó una cucharada más de cereales y fue a la página de la tira cómica a ver qué había inventado Taylor esa vez. La miró, frunció el ceño y volvió a la primera viñeta para volver a leerla detenidamente.


Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now