Capítulo 11

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Mientras trabajaba, Taylor cantaba a dúo con Aretha Franklin. A su espalda, la brisa fresca de abril se colaba por la ventana abierta.

El día estaba tan radiante como su estado de ánimo.

Se volvió a mirarse al espejo e intentó poner cara de sorpresa para después poder plasmar esa misma expresión en el rostro de un personaje. Pero lo único que podía hacer era sonreír. Aquél no había sido su primer beso. La habían besado otros hombres y mujeres, así como la habían abrazado. Pero comparar aquellos besos con lo sucedido el día anterior con su vecina de enfrente era como comparar un petardo con un ataque nuclear. Uno silbaba, explotaba y durante un momento resultaba entretenido. El otro estallaba y con ello cambiaba el paisaje durante siglos.

A ella la había dejado increíblemente atolondrada durante horas. Le encantaba sentirse así. ¿Había algo más maravilloso que sentirse débil y fuerte, tonta y sabia, confundida y alerta, todo al mismo tiempo?

Lo único que tenía que hacer era cerrar los ojos y dejar que su mente volviera de nuevo a aquel momento.

Se preguntaba qué pensaría Karlie, qué sentiría. Nadie podría quedar impertérrito después de una experiencia de tal... magnitud. Karlie había estado junto a ella en el epicentro de aquel terremoto. Ninguna persona podía besar a una mujer de ese modo y no sufrir algún tipo de efecto secundario.

Volvió a cantar junto a Aretha y se centró de nuevo en el trabajo.

—¡Dios, Tay, aquí hace muchísimo frío!

—Tay: Hola, Blake —saludó con alegría a su amiga al levantar la vista del papel—. Hola, pequeña James.

La pequeña sonrió desde los brazos de su madre.

—Blake: No hace tanto calor como para sentarse frente a la ventana abierta —protestó al tiempo que cerraba.

—Tay: Tenía calor —explicó mientras acariciaba al pequeño—. ¿No te parece un milagro que los hombres empiecen así? Después crecen y se convierten en... otra cosa.

—Blake: Sí —frunció el ceño y observó a su amiga—. ¿Estás bien? —le puso la mano en la frente—. No tienes fiebre. Saca la lengua.

Tay obedeció.

—Tay: No estoy enferma. Estoy perfectamente.

Blake volvió a observarla sin el menor convencimiento.

—Blake: Voy a acostar a James y después voy a preparar un café para que me cuentes qué está pasando.

—Tay: Muy bien —volvió a dejarse llevar por la ensoñación y comenzó a dibujar corazoncitos rojos sobre el papel.

Como le resultaba divertido, los hizo cada vez más grandes y después esbozó el rostro de Karlie dentro de uno de ellos.

Tenía un bonito rostro. Boca firme, ojos fríos y rasgos marcados. Unos rasgos que se endulzaban ligeramente cuando sonreía. Y sus ojos dejaban de ser fríos cuando se reía.

Le gustaba hacerle reír; siempre le parecía que tenía poca práctica. En eso podría ayudarla. Después de todo, uno de sus pequeños talentos era hacer reír a la gente. Además, una vez lo hubiese ayudado a conseguir un empleo estable, ya no tendría tanto de lo que preocuparse.

Le encontraría trabajo, se aseguraría de que comía bien y estaba segura de que podría encontrar a alguien que quisiera deshacerse de un sofá viejo. Eso le haría sentir mejor. Pero eso no era entrometerse en su vida como hacía el abuelo; no, ella sólo estaría ayudando a una vecina.

A una vecina increíblemente sexy, cuyos besos eran capaces de llevar a una mujer al paraíso.

Pero no era ése el motivo por el que iba a ayudarla. También había ayudado al señor Puebles a encontrar un buen pedicuro.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now