Capítulo 13

49 7 0
                                    

Karlie llamó a la puerta de Taylor esa misma tarde, sabía que debía hacer algo respecto a lo que había visto en sus ojos unas horas antes. Claro que tampoco era asunto suyo si ella tenía trabajo o no; ella había hecho todo lo posible para que no se entrometiera en su vida...

Hasta la noche anterior, recordó.

Había sido una mala idea; no debería haber accedido a salir con ella y mucho menos debería haberse permitido el lujo de pasarlo tan bien.

Y de besarla.

Cosa que no habría hecho si ella no se lo hubiera pedido.

Cuando abrió la puerta, Karlie la esperaba con una disculpa.

—Karlie: Lo siento —comenzó a decir con impaciencia—. Pero la verdad es que no era asunto tuyo. Es mejor que dejemos claras las cosas.

Fue a entrar, pero ella le puso la mano en el pecho.

—Tay: No quiero que pases.

—Kar: Por el amor de Dios. Fuiste tú la que empezó todo. Puede que yo dejara que lo hicieras, pero...

—Tay: ¿Qué es lo que empecé?

—Kar: Esto —espetó, furiosa consigo misma por no encontrar las palabras que necesitaba y con ella por mirarlo con esos ojos de perrito herido.

—Tay: Está bien, yo empecé. No debería haberte llevado las galletas, fui una desconsiderada. No debería haberme preocupado por que no tuvieras trabajo, ni debería haberte invitado a cenar porque pensé que no podías permitirte comer como Dios manda.

—Kar: Maldita sea Tay.

—Tay: Tú dejaste que lo creyera. Dejaste que pensara que eras una pobre música sin trabajo y seguro que te has reído a mi costa. La laureada Karlie Kloss, autora de la magnífica Una maraña de almas. Supongo que hasta te sorprende que una simple dibujante como yo conozca tu trabajo. ¿Qué va a saber del verdadero arte, de la literatura con mayúsculas, una muchacha que sólo hace tiras cómicas? ¿Por qué no echarte unas risas a mi costa? Maldita engreída petulante —la voz le tembló a pesar de que se había prometido que no iba a permitirlo—. Yo sólo intentaba ayudarte.

—Kar: Nadie te pidió que lo hicieras. Yo no quería tu ayuda —se dio cuenta de que Taylor estaba a punto de echarse a llorar y cuanto más se acercaba al llanto, más furiosa se sentía ella. Sabía que las mujeres se servían de las lágrimas para destruir a la humanidad—. Mi trabajo es sólo asunto mío.

—Tay: Tu trabajo se representa en Broadway, así que es público, pero eso no tiene nada que ver con que fingieras ser una simple saxofonista.

—Kar: Yo no fingí nada. Toco el saxo porque me gusta. Tú diste muchas cosas por hecho.

—Tay: Y tú dejaste que lo hiciera.

—Kar: ¿Y qué si lo hice? Me vine aquí en busca de un poco de tranquilidad, pero de pronto apareciste tú con tus galletas, luego me seguiste y por tu culpa pasé la mitad de la noche en comisaría. Después me pides que salga contigo porque no tienes las agallas suficientes para decirle a una señora de setenta años que no se meta en tu vida. Y para colmo me ofreces cincuenta dólares por besarse.

Una primera lágrima de humillación cayó por su mejilla y le encogió el estómago a Karlie.

—Kar: No —le ordenó ella—. No empieces.

—Tay: ¿Me pides que no llore cuando me estás humillando y haciéndome sentir ridícula y avergonzada? —no se molestó en secarse las lágrimas, simplemente siguió mirándolo—. Lo siento mucho, pero yo no funciono así; cuando alguien me hace daño, lloro.

—Kar: Tú misma te lo has buscado —tenía que decirlo y necesitaba creer que era así.

—Tay: Has relatado los hechos, Peter—le dijo ella cuando ya se disponía a huir hacia su apartamento— Pero te has olvidado de los sentimientos. Te llevé las galletas porque se me ocurrió que te gustaría tener algún amigo en el edificio. Ya te he pedido perdón por seguirte, pero volveré a hacerlo.

—Karlie: No quiero que...

—Taylor: No he terminado —la interrumpió con tal dignidad que Karlie se sintió aún más culpable—. Te invité a cenar porque no quería ofender a una mujer encantadora y porque pensé que quizá tuvieras hambre. Lo pasé bien contigo y sentí algo cuando me besaste. Pensé que tú también lo habías sentido. Pero sí, tienes toda la razón del mundo — asintió mientras otra lágrimas le caía por la mejilla—. Me lo he buscado yo sólita. Supongo que tú te guardas toda la emoción para el trabajo y no dejas ningún sentimiento para tu vida. Lo siento mucho por ti y siento haberme metido en tu territorio sagrado. No volveré a hacerlo.

Antes de que Karlie pudiera decir nada, Taylor cerró la puerta y echó los cerrojos. Karlie se dio media vuelta e hizo lo mismo con la puerta de su apartamento.

Ya tenía lo que quería, se dijo a sí misma. Soledad. Tranquilidad. Su vecina no volvería a llamar a su puerta para distraerla con conversaciones y sentimientos que no deseaba. Unos sentimientos con los que no sabía qué hacer.

Se quedó allí de pie, agotada y furiosa consigo misma en mitad de la habitación vacía.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now