Capítulo 33

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Taylor hizo lo que Karlie le había sugerido y se tomó su tiempo, lo necesitaba para ajustarse al nuevo comportamiento de karlie. Quizá fuera una parte de ella que nunca antes le había mostrado. ¿Cómo podría haber imaginado que tenía tanta ternura dentro? Una ternura que hacía que le resultara aún más difícil controlar sus propios sentimientos.

La amaba cuando era descuidada y gruñóna, cuando era divertida e interesante y cuando estaba excitada y ansiosa. ¿Cuánto más podría amarla siendo tierna y cariñosa?

Sabía que se estaba esforzando para pedirle disculpas por haberle hecho daño, sin ni siquiera saber realmente lo que había hecho. Pero lo que importaba era que estuviera intentando hacer las cosas bien.

¿Cómo podría haberla rechazado?

Una cena tranquila en casa les haría muy bien a las dos. A karlie no le gustaban las multitudes y, en aquel momento, tampoco ella tenía energías para salir y ver gente. Así pues, comerían una pizza viendo la tele, hablarían de cosas sin importancia y harían el amor en el sofá.

Todo volvería a ser sencillo porque era lo mejor para ambas.

Mucho más tranquila, se puso la bata, se pasó las manos por el pelo, ya casi seco, y bajó las escaleras.

Lo primero que sintió fue la música, una melodía seductora que no le extrañó oír sabiendo como sabía que Karlie era un gran melómana. Pero entonces vio el brillo de las velas, decenas y decenas de ellas repartidas por todo el salón.

Allí estaba Karlie, en medio de la tenue luz, esperándola.

Se había cambiado de ropa y se había bañado y arreglado. Le tendió una mano que Taylor aceptó, fascinada por el modo en que la luz iluminaba sus ojos verdes.

—Karlie: ¿Te sientes mejor?

—Tay: Mucho mejor. ¿Qué está pasando aquí?

—Karlie: Vamos a cenar.

—Tay: Te has tomado muchas molestias para tomar —vio cómo se llevaba su mano a los labios y le mordisqueaba los nudillos de un modo que le impedía hablar con normalidad—... pizza —consiguió decir.

—Kar: Me gusta el efecto de la luz de las velas en tus ojos, en tus enormes y exóticos ojos —susurró antes de acercarse a darle un beso sobre los párpados—. Y en tu piel —le besó la mejilla— Esa piel tan suave. Temo haberte dejado algún moretón porque a veces se me olvida lo suave y delicada que es.

—Tay: ¿Qué? —tenía la sensación de estar realmente flotando.

—Karlie: He sido muy poco cuidadosa contigo, Tay. Pero esta noche voy a tener más cuidado — volvió a levantarle las manos y se las besó una y mil veces—.Tengo algo para ti —le dijo mostrándole una cajita atada con un lazo rosa.

—Tay: No necesito regalos. No los quiero.

Karlie frunció el ceño sin comprender, pero enseguida se dio cuenta de que aquello le había hecho pensar en Toni.

—Kar: No es porque los necesites, es porque me acordé de ti —le puso la cajita en las manos para que la abriera—. Mira lo que es antes de decir nada más. Por favor.

Taylor aceptó la cajita.

—Tay: Bueno, ¿a quién no le gustan los regalos? —dejó de hablar al ver los pendientes que había dentro. Eran dos tiras de piedrecitas negras con forma de pez, como si los acabaran de pescar. Se echó a reír al ver cómo se movían en el aire—. Son ridículos.

—Kar: Lo sé.

—Tay: Me encantan.

—Kar: Me lo imaginaba.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now