Capítulo 9

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Y así fue. Nadie habría podido resistirse a un enorme plato de espagueti ni a la alegría de Taylor.

—Tay: Está riquísimo, ¿verdad? —La vio comer con verdadero placer y pensó que seguramente no habría comido nada consistente desde hacía semanas—. Siempre que vengo aquí acabo comiendo más de la cuenta, luego me llevo lo que queda a casa y al día siguiente vuelvo a comer más de lo debido. Podrías salvarme de ponerme como un hipopótamo, llevándotelo tú.

—Kar: De acuerdo —dijo ella al tiempo que llenaba de chianti sus copas.

—Tay: ¿Sabes? Estoy segura de que hay un montón de clubes de jazz que estarían encantados de contratarte.

—Kar: ¿Qué?

Tay sonrió de un modo que lo obligó a mirarla a la boca, esa boca tan sensual que cuando se curvaba hacía que le saliera un hoyito en la mejilla.

—Tay: Eres muy buena con el saxo. Seguro que encuentras un empleo estable enseguida.

Karlie levantó su copa, divertida por la situación. Taylor creía que era una pobre músico sin trabajo. Bueno, ¿por qué no?

—Kar: Los trabajos van y vienen.

—Tay: ¿Sueles trabajar en fiestas privadas? —se inclinó sobre la mesa con entusiasmo—. Yo conozco mucha gente, siempre hay alguien preparando una fiesta.

—Kar: No lo dudo.

—Tay: Podría darles tu nombre si quieres. ¿Te importa viajar?

—Peter: ¿Adónde?

—Kar: Algunos parientes míos tienen hoteles. Atlantic City no está lejos. Supongo que no tendrás coche.

Tenía un Porsche casi nuevo guardado en un garaje del centro de la ciudad.

—Kar: Aquí no.

Tay se echó a reír.

—Tay: Bueno, no es difícil llegar a Atlantic City desde Nueva York.

A pesar de lo divertido que resultara, lo mejor era no permitir que se entusiasmara más de la cuenta.

—Kar: Taylor, no necesito que nadie me organice la vida.

—Tay: Lo siento, es una mala costumbre que tengo —se disculpó sin ofenderse—. Me meto en la vida de los demás y luego me molesta cuando otros lo hacen conmigo. Como la señora Julia, la actual presidenta del club que parece haberse formado para buscarme un buen hombre. Me vuelve loca.

—Kar: Porque tú no quieres un buen hombre.

—Tay: Supongo que en algún momento lo querré o una mujer tampoco me importaría. Vengo de una gran familia y eso me predispone a querer formar algún día la mía, pero aún tengo mucho tiempo. Me gusta vivir en la ciudad y hacer lo que quiero cuando quiero. No me gustan los horarios, por eso nunca había encajado bien en ningún empleo hasta lo de los comics. Y no es que no sea un trabajo que no requiera disciplina, pero yo dispongo mi trabajo y mi tiempo. Supongo que a ti te pasa algo parecido con la música.

—Kar: Supongo —el trabajo para ella rara vez era un placer y sin embargo para Tay sí parecía serlo. La música también lo era para ella.

—Tay: Karlie—comenzó a decirle con una sonrisa—. ¿Con qué frecuencia participas en una conversación con más de tres oraciones completas?

—Karlie: Me gusta noviembre. En noviembre suelo hablar mucho. Es un mes de transición en el que me pongo filosófica.

—Tay: Parece que tienes cierto sentido del humor escondido en algún lugar —se recostó sobre el respaldo de la silla y suspiró con satisfacción—. ¿Postre?

—Kar: Desde luego.

—Tay: Muy bien, pero no pidas tiramisú porque entonces tendré que suplicarte que me des un poco, luego otro poco y acabaré en coma.

Sin apartar los ojos de ella, levantó la mano para llamar al camarero con la autoridad de un hombre que estuviera acostumbrado a dar órdenes. Taylor frunció el ceño.

—Kar: Tiramisú —le dijo al camarero—. Con dos tenedores—. Quiero ver si un coma podría hacerte callar.

Tay tuvo que hacer un esfuerzo para dejar de reírse.

—Tay: No creo, hablo incluso en sueños. Mi hermana siempre me amenazaba con ponerme una almohada en la cara.

—Kar: Creo que me gustaría esa hermana tuya.

—Tay: Martha es guapísima... probablemente sea tu tipo. Elegante, sofisticada y muy inteligente. Tiene una galería de arte en Portsmith.

Kar repartió las últimas gotas de vino entre las dos copas. Seguramente eso explicaba por qué se sentía más relajada de lo que se había sentido desde hacía semanas, o meses. Quizá incluso años.

—Kar: ¿Vas a emparejarme con ella?

—Tay: Puede que le gustaras —consideró observándolo detenidamente por encima del borde de la copa—. Eres bastante guapa a pesar de tu estilo arrogante y hosco. Tocas música, lo que seguramente resultara muy atractiva para alguien que aprecia tanto el arte. Y eres demasiado desagradable como para tratarla como si fuera de la realeza, como hacen muchos hombres.

—Kar: ¿De verdad?

—Tay: Es tan guapa, que no pueden evitarlo. Lo peor es que a ella le molesta que se queden atontados por su aspecto y acaba dejándolos. Seguramente te rompería el corazón —añadió con un movimiento de la mano—. Claro que quizá eso te viniera bien.

—Kar: Yo no tengo corazón —dijo ella cuando el camarero les llevó el postre—. Pensé que ya te habrías dado cuenta.

—Tay: Claro que lo tienes —con un gesto de rendición, Tay aceptó uno de los tenedores y probó el tiramisú, lo que la hizo suspirar de placer—. Lo que ocurre es que lo tienes encerrado bajo una gruesa armadura para que nadie pueda volver a hacerte daño. Dios, ¿no te parece que está delicioso? Por favor, no me dejes que coma más, sólo este último bocado.

Pero Karlie la miraba fijamente, sorprendido de que aquella pequeña lunática lo hubiese analizado de manera tan certera cuando otros que decían amarlo no habían conseguido ni aproximarse.

—Kar: ¿Por qué dices eso?

—Tay: ¿El qué? ¿No te he dicho que no me dejes comer más? ¿Es que eres una sádica?

—Kar: Olvídalo —decidió dejar el tema y retiró el plato del tiramisú para dejarlo fuera de su alcance—. Es mío —y se dispuso a comer lo que quedaba.

Sólo tuvo que amenazarlauna vez con el tenedor para que no volviera a intentar comer.

Una Vecina PerfectaWhere stories live. Discover now