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9. Fuego y carne

En pocas palabras Gedeón Spilett, Harbert y Nab fueron puestos al corriente de la situación.

Aquel incidente, que podía tener consecuencias funestas -por lo menos según el juicio de Pencroff-, produjo efectos diversos en los compañeros del honrado marino.

Nab, entregado por completo al júbilo de haber encontrado a su amo, no escuchó, o mejor dicho no quiso preocuparse de lo que decía Pencroff.

Harbert pareció participar en los temores del marino.

En cuanto al corresponsal, respondió sencillamente a las palabras de

Pencroff:

-Le aseguro, amigo mío, que eso me tiene sin cuidado.

-Pero, repito, no tenemos fuego.

-¡Bah!

-Ni ningún modo de encenderlo.

-¡Bueno!

-Sin embargo, señor Spilett...

-¿No está Ciro aquí? -contestó el corresponsal-. ¿No está vivo nuestro ingeniero? ¡Ya encontrará medio de procurarnos fuego!

-¿Con qué?

-Con nada.

¿Qué podía replicar Pencroff? No respondió, porque al fin y al cabo participaba de la confianza que sus compañeros tenían en Ciro Smith. El ingeniero era para ellos un microcosmo, un compuesto de toda la ciencia e inteligencia humana. Tanto valía encontrarse con Ciro en una isla desierta como sin él en la misma industriosa ciudad de la Unión. Con él no podía faltar nada; con él no había que desesperar. Aunque hubieran dicho a aquellas buenas gentes que una erupción volcánica iba a destruir aquella tierra y hundirlos en los abismos del Pacífico, hubieran respondido imperturbablemente:

¡Ciro está aquí! ¡Ahí está Ciro!

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora