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18. Se despierta el volcán y temen lo peor

Al amanecer, los colonos habían vuelto silenciosamente a la entrada de la caverna, a la cual dieron el nombre de Cripta de Dakkar en memoria del capitán Nemo. La marea había bajado y pudieron fácilmente pasar bajo el arco, cuyo pie derecho basáltico batía las olas.

La canoa se quedó en aquel sitio, habiéndola puesto los colonos al abrigo del oleaje. Para mayor precaución, Pencroff, Nab y Harbert la halaron hacia la playa que confinaba con uno de los lados de la cripta y la dejaron en un paraje donde no corría riesgo alguno.

La tempestad había cesado con la noche; los últimos truenos se desvanecían hacia el oeste; ya no llovía, pero el cielo estaba todavía cubierto de nubes. Aquel mes de octubre, principio de la primavera austral, no se anunciaba de modo satisfactorio, y el viento tenía tendencia a saltar de un punto de la roca a otro, de suerte que no permitía contar con un tiempo seguro.

Ciro Smith y sus compañeros, al salir de la cripta de Dakkar, tomaron el camino de la dehesa y, mientras marchaban, Nab y Harbert tuvieron cuidado de desprender el alambre tendido por el capitán entre la dehesa y la cripta y que quizá podrían utilizar más adelante.

Por el camino hablaron poco. Los diversos incidentes de aquella noche del 15 al 16 de octubre les habían impresionado. Aquel desconocido, cuya influencia les había protegido de un modo tan eficaz, aquel hombre convertido por su imaginación en genio, el capitán Nemo, ya no existía. Su Nautilus y él estaban sepultados en el fondo de un abismo y cada uno se creía más aislado que antes. Se habían acostumbrado, por decirlo así, a contar con aquella intervención poderosa que acababa de faltarlos para siempre, y Gedeón Spilett y el mismo Ciro Smith no podían eximirse de esta penosa opresión. Guardaron todos profundo silencio, siguiendo el camino de la dehesa.

A las nueve de la mañana entraron, por fin, en el Palacio de granito. Se había acordado proseguir lo más activamente posible la construcción del buque y el ingeniero se puso a la obra con más asiduidad que nunca. No se sabía lo que les reservaba el futuro y era una garantía para los colonos tener a su disposición un buque sólido, capaz de sostenerse en el mar con mal tiempo, y bastante grande para intentar en caso de necesidad una travesía de alguna duración. Si, terminado el buque, no se decidían a dejar la isla Lincoln y pasar al archipiélago polinesio del Pacífico o a la costa de Nueva Zelanda, por lo menos debían ir lo más pronto posible a la isla Tabor para dejar en ella la noticia relativa a Ayrton, precaución indispensable para el caso de que el yate escocés volviese a aparecer en aquellos mares. Sobre este punto no debía descuidarse ninguna precaución.

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora