22. Pasa el invierno y salen de su Palacio de granito
Aquellos fríos intensos duraron hasta el 15 de agosto, sin traspasar el mínimo de grados Fahrenheit observado hasta entonces. Cuando la atmósfera estaba tranquila, los colonos soportaban fácilmente aquella temperatura baja; pero, cuando soplaba el
viento, les molestaba, por la reducida vestimenta. Pencroff se lamentaba de que la isla Lincoln no diera asilo a algunas familias de osos, con preferencia a las zorras o a las focas, cuya piel no le servía mucho.
-Los osos -decía-van generalmente bien vestidos y yo me alegraría mucho de tomarles prestado para el invierno el abrigo que llevan en el cuerpo.
-Pero -añadió Nab, riéndose-quizá los osos no consentirían, Pencroff, en darte su abrigo. No creo yo que esos animales sean imitadores de San Martín.
-Ya les obligaríamos, Nab -repuso Pencroff en tono completamente autoritario.
Pero aquellos formidables carnívoros no existían en la isla o por lo menos no se habían dejado ver hasta entonces.
Harbert, Pencroff y Spilett se ocuparon, sin embargo, en establecer trampas en la meseta de la Gran Vista y en los alrededores del bosque. Según la opinión del marino, todo animal, cualquiera que fuese, sería buena presa, y roedores o carnívoros que estrenaran los nuevos lazos serían bien recibidos en el Palacio de granito.
Aquellas trampas eran muy sencillas: se componían de hoyos abiertos en el suelo y cubiertos de ramas y hierba, que disimulaban el orificio, en cuyo fondo había algún cebo, cuyo olor pudiese atraer a los animales. Debemos decir también que no se habían abierto al acaso, sino en ciertos sitios, donde las huellas de cuadrúpedos anunciaban el frecuente paso de animales. Todos los días eran visitadas, y por tres veces durante los primeros días se encontraron ejemplares de aquellos culpeos descubiertos en la orilla derecha del río de la Merced.
-¡Cáspita! ¡No hay más que zorras en este país! -exclamó Pencroff la tercera vez que sacó una del hoyo donde estaba encerrada-. ¡Animales que no sirven para nada! -Se equivoca usted -dijo Gedeón Spilett-. Sirven para algo.
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La isla Misteriosa
ClassiciLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA