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7. Buscan a Ayrton y hieren a Harbert

Al grito de Harbert, Pencroff, dejando caer el arma, se lanzó hacia él:

-¡Lo han matado! ¡Hijo mío! ¡Harbert! ¡Lo han matado!

Ciro Smith y Gedeón Spilett se precipitaron también a donde estaba

Harbert y el periodista examinó si el corazón del pobre joven latía aún.

-¡Vive! -dijo-, pero hay que trasladarlo.

-¿Al Palacio de granito? ¡Es imposible! -contestó el ingeniero.

-A la dehesa, entonces -exclamó Pencroff.

-Un instante -dijo Ciro Smith.

Y se lanzó hacia la izquierda, dando vuelta al recinto. Se vio ante un bandido, que, apuntándole, disparó y le atravesó el sombrero con una bala. Pocos segundos después, antes de que tuviera tiempo de disparar el segundo tiro, caía aquel pirata herido en el corazón por el puñal de Ciro Smith, más seguro todavía que su fusil.

Entretanto, Gedeón Spilett y el marino se levantaron sobre las estacas de la empalizada, saltaron el recinto, derribando los puntales que mantenían la puerta interiormente, se precipitaron en la casa vacía y poco después el pobre Harbert reposaba en la cama de Ayrton.

Ciro Smith no tardó en llegar.

Al ver a Harbert desmayado, el dolor del marino fue terrible. Sollozaba, lloraba y quería romperse la cabeza contra la pared. Ni el ingeniero ni el periodista lograban calmarlo: la emoción los sofocaba también y no podían hablar.

Sin embargo, hicieron cuanto estaba en su mano para disputar a la muerte al pobre joven que agonizaba a su vista. Gedeón Spilett, cuya vida estaba llena de tantas aventuras, poseía algunos conocimientos prácticos de medicina general. Sabía un poco de todo y en muchas circunstancias había tenido necesidad de curar heridas producidas por arma blanca o por arma de fuego. Procedió, ayudado de Ciro Smith, a dar a Harbert el socorro que reclamaba su estado.

La isla MisteriosaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora