17. Abren una brecha en el lago con nitroglicerina
A la mañana del día siguiente, 7 de mayo, Ciro Smith y Gedeón Spilett, dejando a Nab preparar el almuerzo, subieron a la meseta de la Gran Vista, mientras Harbert y Pencroff marchaban río arriba a fin de renovar la provisión de leña.
El ingeniero y el corresponsal llegaron pronto a la pequeña playa, situada junto a la punta sur del lago y donde había ido a parar el anfibio.
Bandadas de aves se habían abatido sobre aquella masa carnosa y fue preciso ahuyentarlas a pedradas, porque Ciro Smith deseaba conservar la grasa del dugongo y utilizarla para las necesidades de la colonia. En cuanto a la carne del animal, no podía menos de suministrar un alimento excelente, pues en ciertas regiones de Malasia se reserva especialmente para la mesa de los indígenas importantes. Pero era asunto de la incumbencia de Nab.
En aquel momento Ciro Smith tenía en su cabeza otros proyectos. El incidente de la víspera no se había borrado de su memoria y no dejaba de preocuparlo. Quería penetrar en el misterio de aquel combate submarino, y saber cuál era el congénere de los mastodontes, o de otros monstruos marinos, que había causado al dugongo una herida tan extraña.
Estaba en la orilla del lago, mirando, observando, pero nada aparecía bajo las aguas tranquilas, que resplandecían heridas por los primeros rayos del sol.
En aquella playa, donde estaba el cuerpo del dugongo, las aguas eran poco profundas, pero desde aquel punto el fondo del lago iba bajando poco a poco, y era probable que en el centro la profundidad fuese muy grande. El lago podía considerarse como una ancha cuenca llenada con las aguas del arroyo Rojo.
-Y bien, Ciro -dijo el corresponsal-; me parece que esas aguas no ofrecen nada sospechoso.
-No, querido Spilett -contestó el ingeniero-; no acierto a explicar el incidente de ayer.
-Confieso -dijo Gedeón Spilett-que la herida hecha al anfibio es por lo menos extraña y tampoco he podido explicarme cómo Top fue lanzado tan vigorosamente fuera de las aguas. Parece como si un brazo poderoso lo lanzara y el mismo brazo, armado de un puñal, diera en seguida muerte al dugongo.
-Sí -contestó el ingeniero, que se había quedado pensativo-. Hay aquí algo que no puedo comprender. Pero ¿comprende, querido Spilett, cómo he sido yo salvado, cómo he podido ser sacado del agua y trasladado a las dunas? No lo comprende, ¿verdad? Por eso yo presiento algún misterio que descubriremos sin duda algún día. Observemos, pues, pero no hablemos ante nuestros compañeros de estos incidentes singulares. Guardemos nuestras observaciones para nosotros y continuemos nuestra tarea.
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La isla Misteriosa
ClassicsLa isla misteriosa de Julio Verne DERECHOS RESERVADOS AL AUTOR JULIO VERNE YO SOLO SUBI LA HISTORIA